Un amor a toda prueba

Parte 1

Fines del año 1910.

Marinette era una joven como cualquier otra que vivía en una aldea cerca de Paris, en Francia, de pelo negro, tan oscuro que se veía azulado al sol, lo usaba en dos coletas cortas, que hacía juego con sus ojos azules, aunque a diferencia de sus amigas, que querían casarse y tener una gran familia, ella tenía un sueño escondido, quería ser diseñadora de modas, pero para desarrollarse como quería, debía irse a la gran ciudad, lo que por haber nacido en una familia pobre era imposible. Su padre era molinero, muy cariñoso con su familia, muy alto y grueso, siempre sonreía a todos.

— Hija, ayúdame con esto.

— Enseguida papá — la menor de 14 años, corrió desde la casa a la carreta.

— Apenas pueda les ayudo — dijo la madre que estaba también en el hogar, era hija de japoneses, que poco después de llegar a Francia murieron, por suerte Sabine ya estaba comprometida con su futuro esposo.

— No es necesario, sigue con las costuras, sino puedes ensuciar la tela — el padre sabía que a su esposa le encantaba el trabajo que hacía para apoyar a la familia.

— Pero... — ella siempre quería ayudar a su esposo, por suerte su matrimonio fue por amor.

— Papá tiene razón, mamá, yo puedo con todo — en eso un poco de trigo cayó del saco que bajo — lo siento, soy tan torpe.

—Tranquila hija — su progenitor le ayudó.

La vida de la familia, aunque no tenían grandes lujos, era tranquila, hasta que el hombre, tratando de hacer las cosas solo para no molestar a nadie en su hogar, se enganchó en una de las ruedas del molino, que le desgarró el brazo.

— PAPÁ — la muchacha, casi media hora después del accidente, fue quien descubrió al moribundo.

— Marinette, estaré bien, solo... — escupió sangre.

— Estás mal, voy a buscar ayuda — cuando volvió con el médico y algunos oficiales, ya su padre estaba muerto, había escrito en el piso con su sangre.

"Las quiero, cuídense, las protegeré siempre".

— ¡¡NOOOOOO!! — gritaron la madre y la hija, que cayeron de rodillas al lado de su familiar fallecido.

Fue un golpe muy fuerte para ambas, como no pudieron seguir manteniendo el molino, tuvieron que dejarlo, con el dinero que tenía guardado Sabine, la madre de Marinette, no les alcanzaba para mantenerse mucho tiempo, así que tomaron lo poco que tenían y se fueron a la gran ciudad.

— Estaremos bien, Marie, tengo una conocida que necesita una costurera y cocinera, con ayuda de Marinette nos irá bien, ella allá puede encontrar un trabajo como sirvienta en una casa de familia, así tendrá una vida menos dura que la del campo.

— Ojalá sea así, pero recuerda, si lo necesitas puedes volver, siempre tendrán un lugar en mi casa.

— Gracias. Marinette vamos.

— Voy mamá — abrazó a una jovencita rubia, que gustaba del rosa, y otra de pelo negro que ocultaba uno de sus ojos, con ropa oscura — nunca las olvidaré.

— Lo sé, ni nosotras, ojalá tus sueños se vuelvan realidad.

— Gracias Rose. Debo irme.

Al llegar a la ciudad las estaban esperando un tipo alto, grueso, que se les acercó apenas pusieron el pie fuera del tren.

— ¿Sra. Sabine? — preguntó, la forma como las miró no le gusto a la mujer.

— Soy yo ¿Y usted? — se puso frente a su hija, protegiéndola.

— Vengo de parte de la Sra. Audrey, síganme — no les ayudó con sus bultos.

Llegaron a una casa en un barrio bastante discreto, donde había un burdel. Allí la madre sería la costurera, y con su hija ayudarían en la cocina. Cuando se acomodaron en el primer piso, apareció una joven morena, casi de la edad de la muchacha recién llegada.

— Hola soy Alía.

— Hola ¿También trabajas aquí? ¿Haces aseo, o cocinas? — Marinette estaba contenta de conocer a alguien de su edad en ese lugar, había visto solo mujeres mayores que ella, que vestían con muy poca ropa.

— No, yo atiendo a los caballeros que vienen.

— ¿Atender...? — ¿En qué?

— Hija sígueme, dejemos las cosas en el cuarto, si nos disculpas tenemos que acomodarnos.

— Nos vemos más tarde — Marinette se despidió con una sonrisa, que fue devuelta por la morena.

Cuando estuvieron solas, la madre miró muy sería a su hija.

— No converses ni te hagas amiga de nadie de quienes viven aquí.

— Pero Alía es muy simpática, y creo que tiene casi mi edad.

— Marinette — la miró muy molesta.

— Está bien mamá.

Con el tiempo la Sra. Sabine relajó un poco su atención en su hija, ya que era mucho el trabajo que hacía. Así por fin la morena pudo volver a hablar con la de pelo azulado.

— Hola — al ver que la recién llegada no le contestaba entendió que pasó — tu mamá no quiere que me hables ¿Verdad?

— Sí, lo siento — estaba avergonzada, ahora entendía qué clase de atención le daba Alía a los señores que iban en la noche.

— No te preocupes, ella no está por acá ¿De dónde vienes?

— De un pueblo al noreste ¿Y tú?

— De aquí, aunque mi padre venía de África ¿Por qué vinieron aquí? 

— Papá murió y no teníamos para vivir, mamá conocía a la Sra. Audrey, una vez ella fue por nuestra aldea y mamá le hizo un lindo vestido.

— Ahora entiendo porque tú todavía no atiendes a los caballeros.

En eso pasó al tercer piso, donde vivía la dueña, una rubia un poco mayor que ellas, que las miró con desprecio.

— Veo que llegó más basura para los hombres que vienen — movió su cola de caballo y siguió subiendo lentamente.

— ¿Quién es ella? — Marinette se amedrentó un poco con la muchachita, vestía como las personas adineradas.

— Es Cloe, la hija de la Sra. Audrey.

— Soy la señorita Cloe para ustedes, pordioseras, y del alcalde de París, no soy como ustedes.

— Pero no puedes decirlo abiertamente fuera de aquí, sino la fachada honorable de tu papi se vendría abajo, por lo que hace tu madre.



#14530 en Novela romántica

En el texto hay: misterio, traicion

Editado: 11.04.2023

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