La vida de Julián, Mateo y su hijo Santiago entró en una etapa de plenitud. Después del viaje a Guayaquil y la hermosa boda, regresaron a Pasto sintiéndose más familia que nunca. Santiago, ya adolescente, caminaba con una seguridad distinta. Se notaba el amor con el que había sido criado.
—Papi, ¿puedo invitar a Catalina a la casa hoy? Vamos a hacer un trabajo de historia —preguntó Santiago una tarde.
—Claro, pero solo si nos dejan probar lo que cocinen para acompañar la exposición —dijo Julián, entre risas.
Daniela también se unió, como siempre. Los tres chicos eran inseparables, y aunque aún estaban lejos del romance, lo que sí estaba claro era que la amistad que compartían era sólida, sana y llena de respeto.
Una noche cualquiera, mientras Santiago dormía, Julián y Mateo salieron al balcón con una botella de vino que les habían regalado en Guayaquil.
—¿Te has dado cuenta? —dijo Mateo—. Logramos algo que muchos pensaban imposible.
—Una familia —respondió Julián—. Sin importar de dónde venimos, sin importar que seamos dos hombres. Lo hicimos.
Se abrazaron, mirando el cielo despejado de Pasto, lleno de estrellas. A lo lejos, se escuchaba una guitarra y voces en coro. Era una serenata en el barrio. Julián tarareó junto a la música. Mateo, medio borracho de amor, le besó el cuello.
—¿Sabes qué es lo mejor de todo? —susurró Mateo.
—¿Qué?
—Que Santiago va a crecer conociendo el amor de verdad. El que no tiene miedo, el que no necesita esconderse, el que se construye cada día.
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Al día siguiente, Santiago estaba nervioso. Iba a presentar su primer
proyecto en público frente a todo el curso.
—Papi, ¿puedes venir?
—¿Los dos? —preguntó Mateo.
—Sí… me gustaría que vieran cómo hablo de ustedes. El proyecto es sobre la familia.
En el colegio, Santiago expuso su presentación con orgullo. Mostró una foto de su viaje a Guayaquil, habló de sus padres, de cómo lo apoyaban, de lo feliz que era.
Hubo un breve silencio… hasta que todo el salón aplaudió.
—Gracias a mis papás —dijo al final—, aprendí que el amor no tiene fórmula. Solo se siente, se construye y se celebra.
Julián tenía los ojos aguados. Mateo le apretó la mano con fuerza.
—Es nuestro hijo —susurró—. Es el reflejo de un amor así.
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amor familiar y crecimiento, juventud y descubrimiento, romance y aceptación
Editado: 27.07.2025