La casa de campo donde se celebraba la graduación de Santiago estaba llena de luces cálidas, flores, música alegre y los rostros sonrientes de familiares y amigos. Había mesas decoradas con tonos azul celeste y dorado, y un cartel gigante que decía: “¡Felicidades Santiago, Daniela y Catalina!”.
Julián y Mateo observaban con orgullo desde una mesa central. Santiago, con su traje elegante y mirada brillante, no cabía de la felicidad. Daniela y Catalina lo acompañaban, hermosas en sus vestidos, felices por haber cumplido juntos ese gran sueño.
La fiesta avanzaba... música, bailes, abrazos. Santiago brindaba una y otra vez, entre tequila, vino, cerveza, y risas. Al principio todo era alegría.
Pero, a medida que las copas se acumulaban, algo cambió en él. Su mirada se tornó vidriosa. Se paró sobre una silla y, con una botella en la mano, empezó a hablar más fuerte de lo necesario:
—¡¿Y qué?! ¡¿Quién dijo que estudiar vale la pena si la vida es tan dura?! —gritó con una sonrisa ebria, pero mirada triste—. ¡Yo solo quiero ser libre! ¡Y nadie entiende eso!
Catalina lo miró con preocupación, mientras Daniela intentaba hacerlo bajar.
—Santi, bájate, estás diciendo cosas feas... —le susurró Daniela.
—¡Tú también! ¡Tú, siempre tan perfecta! ¡Y tú, Cata! ¡Siempre queriendo que sea alguien que no soy!
Todos quedaron en silencio. Mateo se levantó con calma, acercándose, mientras Julián se mantenía firme, pero dolido. Santiago, tambaleante, miró a su padre y soltó con una voz rota:
—¡Ustedes son perfectos! ¡Y yo... yo no sé si puedo con tanto amor, con tantas expectativas!
Mateo lo abrazó antes de que pudiera seguir. Santiago rompió en llanto, soltando la botella, hundiendo el rostro en el pecho de su padre.
—Te amamos así como eres, hijo... incluso cuando estás perdido. No necesitas ser perfecto.
Catalina se alejó en silencio, herida. Daniela la siguió, sin decir nada.
La fiesta terminó más temprano de lo esperado. Santiago, dormido en el sofá de la casa, tenía aún las mejillas húmedas. Julián lo cubrió con una manta y se quedó a su lado, en silencio.
Al día siguiente, la resaca no solo era física, sino emocional. Y aunque el daño parecía grande... el amor aún estaba ahí, esperando reconstruirse.
#6435 en Novela romántica
#2784 en Otros
#744 en Humor
amor familiar y crecimiento, juventud y descubrimiento, romance y aceptación
Editado: 27.07.2025