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Las noches comenzaron a sentirse distintas para Mariana desde que leyó los primeros párrafos del diario de Julián Aguirre.
Sentía que cada palabra escrita por su tataratatarabuelo era como una semilla que empezaba a germinar en su pecho.
En las páginas hablaba de cómo conoció a Mateo Robledo, un colombiano de mirada inquieta y sonrisa noble. De cómo el amor brotó entre montañas, puentes y miradas clandestinas. Hablaba del juicio de la sociedad, de Fercho —quien terminó comprendiendo—, y de cómo el amor, aunque diverso, era legítimo, puro y necesario.
Mariana leía todas las noches en secreto, escondida entre cobijas, con una linterna que apenas le duraba.
Y aunque en el colegio le enseñaban fechas, batallas y avances tecnológicos, nadie le hablaba del tipo de amor que sus abuelos vivieron.
Un amor valiente.
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Una mañana de sábado, mientras su madre estaba fuera, Mariana bajó al cuarto de archivo de la biblioteca comunal —un sitio casi abandonado—. Gracias a su conexión con el sistema de datos, accedió a una base familiar.
Fue allí donde encontró los registros de Santiago Jr., de Catalina, y de la generación intermedia… una línea completa de personas que la precedieron.
Y entre tanto dato, una coincidencia mágica:
Un joven voluntario, archivista y amante de las historias reales, le sonrió cuando ella dejó caer una ficha familiar.
—¿Eres Mariana? —preguntó él, con asombro.
—¿Sí? ¿Nos conocemos?
—No exactamente. Pero he leído partes de esos diarios. Yo también desciendo de una rama lejana… de los que alguna vez conocieron a Santiago y Catalina.
Se llamaba Cristian, tenía 20 años, cabello ondulado y ojos color miel con detalles grises. Tenía una voz suave pero firme, como si siempre supiera qué decir… y cuándo callar.
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Desde ese día, Mariana y Cristian comenzaron a coincidir más seguido. Hablaban de historia, de amor, de revoluciones emocionales.
Y ella, sin notarlo al principio, empezó a sentir un cosquilleo especial cada vez que lo veía.
Una tarde, sentados junto al holograma del antiguo Puente de Rumichaca —hoy conservado como símbolo patrimonial—, Mariana lo miró y dijo:
—¿Tú crees que aún exista un amor así?
Cristian no respondió de inmediato. Le sostuvo la mirada, y con ternura contestó:
—Tal vez sí... si dos personas están dispuestas a luchar contra todo.
Ella sonrió. Y aunque ninguno lo dijo en voz alta, ambos supieron que algo estaba empezando.
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drama intergeneracional, romance futurista, amor prohibido juvenil
Editado: 28.07.2025