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En el instituto donde Mariana estudiaba, el amor era un tema delicado.
No por prohibido, sino por normado. Las relaciones entre personas con más de cuatro años de diferencia eran controladas con estrictas leyes de protección.
Y aunque Cristian tenía 20 y Mariana 15, ambos sabían que esa diferencia, aunque real, no era peligrosa… pero sí suficiente para ser mal vista.
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Todo comenzó a cambiar el día que Mariana y Cristian fueron vistos por la subdirectora del instituto.
Ambos estaban sentados en un rincón del patio elevado, compartiendo una vieja libreta que Mariana había llevado con escritos de Julián y Mateo.
Ella le leía en voz baja los pasajes más profundos, mientras Cristian cerraba los ojos y lo imaginaba todo como si estuviera allí: en 1985, viendo a dos hombres besarse en un parque acuático de Guayaquil o abrazarse bajo la lluvia de Pasto.
—“Y cuando lo abracé —leyó Mariana—, supe que el miedo era pequeño comparado con el amor que sentía.”
—Ellos lo lograron… —susurró Cristian, conmovido.
La subdirectora se acercó sin previo aviso, y sin entender el contexto, los interrumpió con frialdad:
—¿Qué hacen aquí? ¿Y tú? —miró fijamente a Cristian— ¿No eres demasiado mayor para estar en este entorno?
Mariana intentó explicarse, pero ya estaba hecho.
La maquinaria de sospechas empezó a activarse lentamente… como una amenaza sutil.
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Ese día, Mariana volvió a casa con una mezcla de furia y tristeza.
No por lo que habían dicho, sino por lo que podía venir.
Decidió escribir.
Tomó una hoja y escribió:
> “El amor no tiene edad, tiene intención. No tiene reglas impuestas, tiene respeto mutuo. No tiene miedo, aunque lo obliguen a tenerlo.”
Y mientras lo hacía, sintió que esa lucha no solo era suya… era también la de Julián y Mateo. La de Santiago y Catalina. La de todos los que alguna vez fueron juzgados por amar.
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Cristian la llamó más tarde por videollamada.
Ella le respondió con los ojos húmedos, pero con la voz firme:
—¿Tú también lo sientes, cierto?
—Desde que te conocí —respondió él—. Pero quiero que estemos bien. No quiero dañarte.
Mariana negó suavemente.
—Lo único que me dañaría… es no intentar esto.
Y así, sin necesidad de decir “te quiero”, comenzaron a amarse con gestos, palabras susurradas, y encuentros cuidadosos.
Porque a veces, el amor nace… en voz baja.
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drama intergeneracional, romance futurista, amor prohibido juvenil
Editado: 28.07.2025