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Desde el incidente en el instituto, Mariana había notado algo nuevo en el ambiente.
Ya no era solo una adolescente caminando entre sus compañeros.
Ahora sentía miradas. Susurros. Comentarios disfrazados de preocupación.
—“¿Ese es el chico de 20?”
—“Dicen que se ven todos los días en la biblioteca…”
—“¿Y los papás? ¿Saben algo?”
Las palabras no dolían por lo que decían, sino por lo que insinuaban.
Porque en una sociedad donde las leyes sobre afecto entre edades estaban marcadas por algoritmos y sistemas de vigilancia, el juicio social se disfrazaba de protección.
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Mariana no podía dejar de pensar en Julián y Mateo.
Ellos también fueron señalados.
También enfrentaron juicios, aunque de otro tipo.
Y sin embargo, lucharon. Resistieron. Amaron.
Inspirada por ellos, comenzó a grabar un pequeño documental con su microproyector.
Fragmentos de las cartas, imágenes antiguas, y su propia voz narrando la historia de sus tataratatarabuelos.
> “Si ellos pudieron amarse cuando todo estaba en su contra…
¿Por qué no puedo yo hacerlo también?”
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Una tarde, en la biblioteca comunal, Mariana encontró a Cristian con la mirada perdida.
Tenía una hoja en la mano.
Era una notificación oficial.
El Departamento de Protección Juvenil había abierto un expediente en su contra por “proximidad emocional indebida con una menor”.
—¿Qué es esto...? —Mariana lo tomó sin comprender.
Cristian no quería que ella lo supiera. No tan pronto.
Pero ya era tarde.
—Me quieren restringir el acceso a tus espacios. Si seguimos viéndonos, me pueden arrestar.
Mariana sintió cómo algo se rompía dentro de ella… pero no era amor.
Era impotencia.
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Esa noche, sola en su habitación, Mariana leyó en voz alta un fragmento del diario de Mateo:
> “Nos prohibieron tomarnos de la mano, pero jamás pudieron impedir que nos pensáramos uno al otro.
El pensamiento es libre, el corazón también.”
Y lloró.
Lloró por Julián, por Mateo… y por Cristian.
Pero más que todo, lloró por lo injusto de amar en un mundo que pone normas a los sentimientos sinceros.
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Al otro lado de la ciudad, una figura de rostro elegante, vestida de negro, leía el expediente de Mariana y Cristian en su despacho.
Tenía una copa en la mano y una sonrisa irónica.
—Vaya, vaya… parece que tenemos una historia de amor a punto de quebrarse.
Su nombre era Jessica Robayo.
Y muy pronto, haría su entrada formal.
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drama intergeneracional, romance futurista, amor prohibido juvenil
Editado: 28.07.2025