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Después del impacto del video, Mariana sintió que había tocado algo sagrado.
Pero aún le faltaba comprender de dónde venía realmente todo esto.
Quería saber más. Quería sentir lo que Julián sintió la primera vez que vio a Mateo.
Quería comprender cómo se atrevieron, por qué pelearon, y cómo sobrevivieron en un mundo que los juzgaba por simplemente amar.
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Fue entonces cuando su abuela —una mujer discreta, silenciosa, pero amorosa— la llamó una tarde y le dijo:
—Ven. Tengo algo para ti.
—¿Sabes una cosa, Marianita? —dijo con una media sonrisa—. En toda nuestra familia… nadie, pero nadie, fue tan alto ni tan hermoso como Julián y Mateo.
Eran como dos torres de luz. Donde llegaban, todos se giraban a mirarlos.
No solo por su altura… sino por esa perfección tan natural que tenían.
Y aun así, eran humildes. Eran amor puro.
Mariana sintió un escalofrío. Como si los pudiera ver en su mente.
—Siempre me pregunté —siguió la abuela— cómo fue posible que el amor tuviera una forma tan humana. Pero ellos lo lograron.
La llevó a un viejo armario, detrás del cual había una caja antigua con un candado roto.
Adentro, Mariana encontró algo distinto a los diarios.
Un manuscrito con letra distinta, casi como si fuera un libro. El título estaba escrito a mano:
> “Entre Tulcán y Pasto”
Era la historia entera. Narrada por Julián Aguirre, en primera persona.
Desde el día que cruzó el puente Rumichaca por primera vez.
Desde el instante en que vio a Mateo vendiendo arepas en Pasto, con una sonrisa que le revolvió todo.
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Mariana comenzó a leerlo esa misma noche, como si el tiempo se deshiciera entre sus dedos.
Leía sobre cómo Julián dudaba de sí mismo, cómo Mateo no entendía por qué alguien de Ecuador lo miraba con tanto interés.
Sobre las bromas de Fercho, la confusión, los besos robados bajo la lluvia.
Y el momento más especial:
el primer “te amo” entre dos hombres que solo querían vivir su historia sin miedo.
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Mariana lloró. Rió. Apretó el libro contra su pecho.
Se sintió abrazada por el pasado.
Y escribió en su diario digital:
> “Ahora lo entiendo todo.
Ellos no solo se amaban entre ellos.
Nos amaban a nosotros, los que vendríamos después.
Su amor fue una semilla.
Y yo… yo soy parte de su árbol.”
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Al día siguiente, Mariana volvió al invernadero con Cristian.
Él estaba pintando sobre una tabla vieja: un paisaje de montañas y un puente en medio de la niebla.
—¿Es lo que creo que es? —preguntó ella.
—Sí. El puente. El origen.
Se miraron.
Y por unos segundos, no hubo necesidad de hablar.
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Pero mientras eso ocurría…
En otra parte de la ciudad, Jessica Robayo sostenía una reunión urgente.
—No podemos permitir que esto siga.
—¿Y qué propone, doctora? —le preguntó un agente.
Jessica sonrió con frialdad.
—Vamos a separar a esa niña de ese muchacho.
Y si es necesario…
que él desaparezca por un tiempo.
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drama intergeneracional, romance futurista, amor prohibido juvenil
Editado: 28.07.2025