Un Amor Así T4

Cap 3: El fuego bajo la mesa

📍 Año: 2230
🎥 Ambientación: Casa de Isabella – una noche de silencio espeso

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Narrador:

Las casas más peligrosas no son las que están mal construidas.
Son las que esconden grietas con flores, heridas con silencios, y fuego debajo de la mesa del comedor.

Esa noche, Valentina y Nicolás comían en silencio mientras su madre, Isabella, fingía que todo estaba bien.
Pero los niños ya no eran tan niños.

—¿Por qué papá no está? —preguntó Nicolás, rompiendo la cáscara de la calma.

Isabella tragó saliva.
—Tu papá está ocupado.

Valentina bajó los cubiertos.

—¿Y también estaba ocupado la semana pasada? ¿Y la anterior? ¿Y el mes pasado?

Silencio.

—No mientas más, mamá.
No lo dijo con rabia, sino con tristeza. Y eso dolía más.

Isabella cerró los ojos. El fuego bajo la mesa empezaba a quemarle los pies.

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[Escena 2 – Casa de María Paz y Luisa]

María Paz servía café mientras Luisa hojeaba noticias digitales.

—¿Te acuerdas cuando Isabella era niña? —preguntó Luisa.

—Claro. Era la más rebelde, la que decía que nunca dejaría que un hombre la controlara.
—Y ahora está en silencio, como si la hubieran vaciado.

Luisa cerró la pantalla.
—Tenemos que hablar con ella. Con los niños también.

—Sí —dijo María Paz, firme—. Porque el silencio no educa. El silencio contamina.

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[Escena 3 – Escuela de Valentina y Nicolás]

Valentina estaba sentada sola en el descanso. Una chica de su curso se le acercó con una sonrisa burlona.

—¿Y qué? ¿Tu papá volvió a llegar borracho?

Valentina no respondió. Se levantó, la miró con calma, y dijo:

—No es gracioso. Si supieras lo que se siente, no dirías estupideces.
Y se fue, con dignidad. Pero al doblar el pasillo, las lágrimas salieron solas.

Nicolás, que la había visto desde lejos, corrió tras ella.

—¿Valen, estás bien?

Ella lo abrazó.
—Somos tú y yo, Nico. Solo tú y yo. Hasta que mamá despierte.

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[Escena 4 – Final: Regreso de Emmanuel]

Esa noche, Emmanuel regresó a casa borracho. Golpeó la puerta dos veces antes de abrirla solo.

Isabella estaba en la cocina, con la luz tenue.

—¿Dónde estabas? —preguntó, sin emoción.

—No empieces, Isa.

—No voy a pelearte.

—¿Entonces?

—Solo vine a decirte que estoy empezando a ver lo que antes me negaba.
No gritó. No lloró.
Solo lo miró como quien ve a un desconocido.
Y luego, con la voz más calma del mundo, dijo:

—No te tengo miedo, Emmanuel. Ya no.

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