Un Amor Así T4

Cap 8: “Verdades que arden, caminos que se cruzan”

La noche había llegado pesada en la casa de Isabella. Los silencios eran cuchillas. Emmanuel entró como si nada pasara, como si los días anteriores no hubieran sido un juego de mentiras. Pero Isabella ya no era la misma.

—¿Dónde estabas? —preguntó ella, con la voz firme, sin lágrimas esta vez.

—¿Otra vez con eso, Isa? Ya te dije que estaba en una reunión.

—Mentira. Ya llamé a tu trabajo. Tú jefe me lo confirmó todo… La chica con la que te ví y te besaste con ella, la misma con la que pasas horas. ¿Te crees muy inteligente, Emmanuel?

El rostro de él se transformó. Se notaba acorralado. Tartamudeó, negó, culpó al estrés, pero Isabella ya no escuchaba. Ella miraba con la fuerza de todas las mujeres de su familia. Con la entereza heredada de Julián y Mateo, y con la lección que siempre susurraba su madre en momentos difíciles:
"¿Qué harían Julián y Mateo?"

—Ellos no se esconderían tras excusas —dijo Isabella, como si les hablara en voz alta—. Ellos no traicionarían el amor verdadero.

Emmanuel no encontró palabras. Ella le pidió que se fuera. No necesitaba su presencia para validarse. Ya no más. Lo había dado todo, pero ahora era su momento.

Al cerrar la puerta, el silencio fue dulce. Por primera vez, Isabella no sintió miedo, solo paz.

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Mientras tanto, en Medellín, la vida comenzaba diferente.

Eva, de 38 años, prima mayor de Isabella, se adaptaba a su nueva vida con Sebastián, un hombre maduro de 40, que tenía una sonrisa que hablaba más que mil palabras. Se habían conocido meses atrás durante un congreso en Bogotá y, aunque la distancia fue dura, él la invitó a construir algo juntos en Medellín.

Al principio, Eva dudó. Tenía heridas que no todos conocían. Pero Sebastián tenía esa calma que la hacía sentir protegida. La cuidaba con pequeños gestos: una taza de café caliente, una caminata sin rumbo por el Pueblito Paisa, una mirada de respeto cuando ella hablaba.

Esa noche, luego de una larga charla en la terraza del nuevo apartamento, Eva se quedó observándolo.
—¿Tú crees en el destino, Sebastián?

—Creo en las decisiones valientes —respondió él, tomándole la mano—. Como la tuya, al venir aquí.

Eva sonrió. Tal vez, por fin, estaba empezando su propia historia de amor.

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