El viento de Medellín acariciaba el rostro de Eva, quien desde el balcón de su nuevo apartamento, observaba la ciudad que ahora intentaba llamar hogar. Había pasado un mes desde que se había mudado con Sebastián, y aunque el amor entre ellos crecía con fuerza, también lo hacían los desafíos que conlleva convivir. A sus 38 años, Eva sentía que estaba reescribiendo su historia desde cero.
Mientras tanto, en Bogotá, Isabella intentaba digerir todo lo vivido. El enfrentamiento con Emmanuel aún pesaba en su alma, y aunque no lo había echado oficialmente, las cosas estaban rotas. Sus hijos, Valentina y Nicolás, notaban el silencio pesado en la casa, pero Isabella trataba de mantener la compostura.
Una tarde, Eva decidió llamar a Isabella.
—Prima... ¿cómo estás? —preguntó Eva con ternura.
—No sé cómo responder eso... me duele —contestó Isabella, con voz baja.
Eva respiró profundo. —¿Te acuerdas lo que decía mi tía María Paz cuando todo se complicaba?
—¿Lo de Julián y Mateo?
—Sí… “¿Qué harían Julián y Mateo en este momento?”
—Buscarían el amor en medio del caos —dijo Isabella, con una risa entre lágrimas.
Ambas se quedaron en silencio unos segundos. Luego Eva agregó:
—Estoy con Sebastián… y me hace bien. Pero tengo miedo de equivocarme.
—¿Lo amas?
—Con todo mi ser.
En Medellín, Sebastián escuchaba la conversación desde el pasillo, sin querer interrumpir. Al final, cuando Eva colgó, él entró y la abrazó por la espalda.
—¿Quieres que construyamos esto bien? —le dijo él.
—Sí… pero paso a paso.
Esa noche, Eva escribió en su diario una frase que alguna vez escuchó decir a su padre Julián Esteban en una reunión familiar:
"A veces, el amor verdadero no es perfecto… pero sí es valiente."
Y esa frase sería el lema de su vida desde ese momento.
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