Esa tarde, una brisa tibia recorría la casa grande de los abuelos, como si el viento supiera que algo importante iba a ocurrir. Isabella había reunido a todos: a Julián Esteban, a Eva y Sebastián desde Medellín, a María Paz con su novia Luisa y david, también a Liliana, Camila y a Julián Jr. a Valentina y Nicolás —que no se despegaban del cuaderno azul—, y también a Mariana y Cristian, que aunque venían desde Pasto. Y eran ya muy mayores de 83 y 88 años, no iban desde el cumpleaños de Cristian, sabían toda la historia, y presentían que esa noche iba a ser diferente.
En el centro de la mesa estaba la libreta azul de Mateo, ya algo desgastada por los años, pero intacta en alma. Nicolás, con sus 14 años y un brillo curioso en los ojos, pidió la palabra. Valentina, de 16, lo acompañó con una sonrisa nerviosa.
—Encontramos esto escondido en la biblioteca… —dijo él—. Es un cuaderno de Mateo, quien junto a Julián comenzó todo. Pero no es cualquier cuaderno… Es un diario.
Un silencio reverente invadió la sala. Julián Esteban respiró hondo. María Paz cerró los ojos. Eva se sentó más derecha, como si una fuerza invisible le atravesara el pecho.
Nicolás comenzó a leer.
> “Hoy miré a Julián mientras cocinaba con Santiago, y supe que este amor valía cada frontera que cruzamos. A veces siento que la historia no recordará bien lo que somos. Pero no me importa. Porque mientras él me mire así, la historia está completa.”
Una lágrima le cruzó la mejilla a Isabella. No conoció a Mateo, pero lo sentía tan cercano como si alguna vez la hubiese abrazado. María Paz se levantó en silencio, fue a una caja de madera antigua y sacó un USB. Nadie sabía que lo tenía.
—Lo encontré entre las cosas de mi papá Cristian—explicó—. Es una grabación. De Julián. Hablando solo. Creo que sabía que algún día… lo escucharíamos.
Encendieron la vieja radio que aún tenía entrada USB. Un leve sonido de estática precedió a la voz suave y cálida que todos habían escuchado mil veces en anécdotas:
> “Si están escuchando esto, es porque pasaron los años. Porque Mateo y yo ya no estamos. Y eso está bien. Pero quiero que sepan algo: el amor no muere. El amor, si es verdadero, se multiplica. Está en ustedes. En sus hijos. En sus risas. En sus luchas. En sus besos. Nosotros amamos sin permiso, y por eso ustedes hoy pueden amar con libertad. Que nadie les diga que no se puede. Porque sí se puede. Porque nosotros lo hicimos.”
Valentina lloró en silencio. Sebastián tomó de la mano a Eva. Nicolás apretó el cuaderno con fuerza. Isabella no dijo nada, solo dejó que la emoción le mojara la cara.
La noche siguió con más lecturas, más historias, y muchas velas encendidas. No era una despedida, sino un reencuentro. Los ausentes volvían en cada palabra, en cada nota escrita con amor y esperanza.
—Somos parte de algo grande —dijo Nicolás al final—. Y yo… quiero seguir escribiendo esta historia.
La familia lo miró con orgullo. Porque sabían que, mientras haya alguien que recuerde, que ame y que luche, el amor así… jamás se extinguirá.
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