Un Amor Así T4

Cap 20: "El legado que queda"

El sol se ocultaba lentamente detrás de las montañas, tiñendo el cielo de un naranja cálido mientras los árboles del jardín de Luisa se mecían con el viento suave de la tarde. Era un día especial. No porque hubiera un evento o celebración, sino porque cada uno de los miembros de la familia sentía algo en su pecho: un aire de renovación, un ciclo que estaba por cerrarse, y otro a punto de comenzar.

Isabella, sentada en la terraza con una taza de té, miraba a sus hijos jugar. Valentina y Nicolás reían mientras regaban las plantas que su abuela Luisa tanto cuidaba. Ella sentía paz, algo que no había sentido en mucho tiempo. La herida de su separación con Emmanuel sanaba lentamente, gracias al amor incondicional de su madre Luisa, de su madre María Paz, y del apoyo firme de Julián Esteban, su tío que la trataba como una hija más.

Luisa se acercó con una caja de madera entre sus manos.

—Esto es para ti, Isa —dijo con voz suave—. Lo encontré entre las cosas de Santiago. Era una carta que nunca entregó. Está firmada por él… y por Catalina.

Isabella abrió la caja, sorprendida, y encontró un papel amarillento, con una letra antigua pero clara. Era un mensaje de amor, un consejo eterno para los que vendrían después: “El amor nunca es un error si nace desde el alma. No temas amar, aunque el mundo se oponga. Nuestro amor cruzó siglos, y seguirá viviendo mientras alguien crea en él.”

Las lágrimas rodaron por sus mejillas. Sentía la presencia de sus ancestros, desde Santiago y Catalina, Julián y Mateo, Mariana y Cristian… hasta ella. Su historia no era un punto aparte, era una continuación del fuego que ellos encendieron.

Esa noche, la familia entera se reunió para una cena especial. En la mesa estaban Luisa, María Paz y David, Julián Esteban con sus hijos, Camila, Liliana Y Julián Jr, Isabella con Valentina y Nicolás, También desde Pasto habían ido Mariana y Cristian.

Eva y Sebastián, desde Medellín, enviaron un mensaje por videollamada: “Los extrañamos mucho, pero sentimos que todo lo vivido aquí fue por algo. Sebastián y yo estamos comprometidos… ¡nos casamos pronto!”

La familia estalló en aplausos y sonrisas.

María Paz tomó la palabra, levantando su copa:

—Este amor, que comenzó con dos hombres cruzando un puente entre Tulcán y Pasto, hoy sigue vivo en cada uno de nosotros. Gracias, Julián. Gracias, Mateo. Gracias a todos los que nos enseñaron que amar vale la pena.

Los aplausos fueron largos y sentidos. La cámara se detuvo un segundo en los ojos de Isabella, quien en silencio, susurró:

—Gracias por enseñarme a amar… incluso después del dolor.

Y mientras las luces del comedor se encendían poco a poco, en el cielo una estrella brillaba con fuerza. Tal vez era Julián. Tal vez era Mateo. Tal vez eran todos ellos.

Pero sin duda, era el amor… que nunca muere.

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