Olivia
Yo no creo en el amor, bueno no en el amor a primera vista o en esas historias que parecen sacadas de una telenovela barata, esas que a mi abuela le gustan tanto.
Tampoco creo en el destino o las casualidades ¡las cosas siempre pasan por algo! Ya sea un fundamento científico o religioso si quieren (Aunque tampoco creo mucho en la religión).
Siempre pensé eso, hasta que me crucé con la maldita horma de mi zapato, con ese catalán de acento matador y cuerpo de infarto, aquel que me tuvo idiotizada desde el primer momento en que nos vimos o bueno más bien que chocamos.
(...)
Era mi primer día de regreso a la universidad y como siempre mi hogar era un completo desastre, algo bastante común si tomaban en cuenta de que en esa casa vivíamos siete personas: mis padres, mis cuatro hermanos y yo.
Ya se que me dirán "¿Tus padres no veían la televisión?" Pues si que la veían, solo que eso no les ayudaría a prepararse a dos embarazos múltiples, les explico brevemente.
¡Hostia! Primero me presento, que he estado hablando de mi y ni mi nombre os he dicho, me llamo Olivia Andrea Navarro Valencia y estoy a punto de contarles mi historia.
Como decía, la historia de mis padres es sumamente aburrida y clásica: Un aragonés y una leonesa que se conocieron por casualidad en Madrid mientras estudiaban sus respectivas carreras, empezaron a conocerse, iniciaron un noviazgo, se casaron y luego nos tuvieron a mi mellizo y a mi.
Para empezar fuimos una sorpresa, ya que en su afán de no saber el género de su hijo, tampoco se dieron cuenta que no era uno ¡sino dos!
Según cuenta mi tía Monica, el día de nuestro nacimiento, ellos estaban en shock, pero no menos felices, tener hijos siempre era una bendición....aunque está fuera por partida doble claro.
Uno piensa que después de esa sorpresa, aprenderían, déjenme decirles que no.
Cuando Alejandro y yo teníamos unos tres años mamá se embarazó de nuevo y para variar esa vez tampoco quisieron saber si tendrían un niño o una niña.
¿Cuál fue la consecuencia? Dos pequeños demonios llamados Diego y Cristobal.
Si, ya para ese entonces nuestra casa parecía un nido de locos, éramos dos niños de tres años, dos recién nacidos y dos adultos, realmente admiro a mi madre por la paciencia que nos tuvo.
Finalmente, cuando tuve cinco años, mamá volvió a embarazarse, por fortuna esta vez si decidieron saber el género y para alegría de todos, solo resultó ser una niña, la más pequeña de la casa: María Pilar.
Adoro a todos mis hermanos, no piensen que no, pero a veces...me dan ganas de aventarlos por un acantilado.
—¡Olivia! ¡Baja a desayunar! —Rayos, esa es mi madre y más vale que baje antes de que Cristobal y Alejandro se coman mi desayuno.
Baje a toda velocidad, por fortuna solo estaba mamá en la cocina, tarareando algo que no entendí y papá abrazado de ella, haciéndole cariñitos...que asco.
Desvíe la mirada muy incómoda y fui a sentarme a un lado de mi hermano más tranquilo: Diego.
—¿Cuánto llevan así? —le pregunté en un susurro, señalando hacia la cocina.
Él se encogió de hombros.
—Cuando llegue casi se lo estaban montando en la barra, créeme ahorita están bastantes decentes.
Mi mueca de asco y espanto se acentuó aún más si era posible, digo me agrada que mis padres se amen tanto ¡Pero por dios santo! No tenían que hacer ese tipo de escenas enfrente de nosotros.
—¿Crees que mamá se embarace de nuevo? —preguntó de la nada Diego— Digo porque así como van...
Le iba a responder cuando sentí un golpe en mi cabeza.
—¿Qué carajo...? ¡Mamá! —exclamé enfadada sobándome el área afectada.
—¿Qué se supone que estaban hablando? —nos dijo mirándonos de forma intimidante, con las mejillas rojas, aunque no se si de rabia o de vergüenza.
—¡Nada! ¡Nada! —nos apresuramos a responder, mamá enojada era terrible.
Por suerte, papá acudió a nuestro rescate.
—Tranquila Isa, ya sabes cómo son los chicos —respondió con una sonrisa mientras besaba la mejilla de mi progenitora.
Cabe decir que se puso roja como ladrillo.
—¡Antonio! —mamá corrió a esconderse en la cocina, con papá detrás de ella.
Espero que duren ahí un buen rato.
—¿Y los demás? —fue mi siguiente pregunta a Diego, todo estaba bastante silencioso y eso nunca era buena señal...al menos no en la casa Navarro Valencia.
Y tal como si lo hubieran invocado, una serie de estruendos comenzó a escucharse en la parte de arriba de la casa, era una mezcolanza entre gritos, pisadas, groserías y demás.
—¿Qué está pasando? —mis padres salieron asustados de la cocina, para ver cuál era el escándalo.
No tardamos mucho en enterarnos, ya que los gritos y pisadas se hacían más fuertes conforme se acercaban a las escaleras.