Olivia
Meterme con mister capullo me había subido el ánimo de una forma impresionante, el cual decayó al momento que llegue a casa y vi el coche de mis papas estacionado, si habían llegado temprano solo significaba una cosa: era hora de entrar al infierno.
—¿Qué hacen aquí? —murmuré al llegar al patio frontal de la casa, estaban todos mis hermanos escondidos entre unos matorrales.
—¡Shh! —yo los miré de forma interrogante hasta que Pilar me jalo.
—¿Alguien se mató?
—No —respondió Cristobal—, pero esta la familia maravilla y por eso hemos venido a escondernos.
—¿Tú también Ale? —le pregunté escéptica a mi mellizo, él era por mucho el más razonable de todos nosotros.
—Está Andrés, la última vez le partí la cara —fue su única respuesta.
La verdad debería sentirme culpable por eso, aun cuando "mister perfección" tuvo la culpa, resulta que Andrés y yo tenemos una especie de "competencia" aunque en realidad solo compite él, a mi me da igual.
Ambos estudiamos la misma carrera sólo que con diferentes maestros, el problema estuvo en que le gané en la última feria de productos y no sé lo tomo muy bien...
Como no pasó a mayores, no me interese por decirle a mis padres y mucho menos a mis hermanos conociendo lo sobre protectores que podían llegar a ser.
Ya dirán ¿Cómo se enteró Alejandro? Y no, no fue la mentada conexión que según tenemos todos los que compartimos vientre.
Todavía no estoy muy segura de cómo se enteró, lo que si es que le soltó un soberbio puñetazo a nuestro primo por andar molestándome.
Uno piensa que Andrés no sería tan idiota como para armar un escándalo, ese fue nuestro primer error.
Todavía recuerdo los gritos que pegaba mi tía diciendo que éramos una tribu descontrolada y que mamá no sabía disciplinarlos, en resumen, papá tuvo que sacarla casi a rastras.
El castigo fue ejemplar, desde ahí Andrés se había ganado nuestro odio incondicional.
—Yo no pienso entrar —murmuró Pilar— capaz y le aviento el jugo que traigo en mi mochila.
Bueno, también el odio de mis otros hermanos.
Los vi a todos, la mejor opción para calmar los ánimos era enviar a Diego como representante, era por mucho el más políticamente correcto.
—Diego vas —le indique.
—Olvídalo, yo también lo odio.
—¿Qué? ¿y tú por qué?
—Porque andamos detrás de la misma chica.
Lo mire escépticamente ¿desde cuando a Diego le importaban sus conquistas? ¡Duraba más en el proceso de convencimiento que la relación en sí!
—¿Por qué no mejor se dejan de payasadas y entran de una buena vez?
Todos volteamos a ver a papá, quien acababa de salir por la puerta y nos veía con una mueca que rozaba entre risa y molestia.
—Oye...—comenzó con inocencia Cristobal— ¿No se supone que mamá no te deja fumar?
Yo me reí, aunque fui la única aparte de Cristobal que se lo tomó con humor, Pilar, Diego y Alejandro veían a papá de forma reprobatoria.
—Créanme, ustedes también lo harían si pasarán más de cuatro horas con sus abuelos —ignoró las miradas de mis hermanos y prendió el cigarro.
—Así que esto les enseñas a los chicos, a fumar a escondidas de su pobre madre —puta madre ¿Por qué tenia que aparecer la abuela justo en esté momento?
—Señora...—comenzó mi papá.
—¡Señora nada! Menos mal que los muchachos tienen la cabeza bien puesta en su sitio para no seguir tu mal ejemplo...bueno al menos la mayoría de ellos —dijo al final mientras nos mataba con la mirada a Cristobal y a mi.
No era secreto de estado que a nosotros dos nos odiaba, por mucho que tratara de disimularlo.
Supongo que es por el parecido con nuestro padre.
Pero, como el odio era mutuo, no era como que nos importara mucho.
—Será mejor que entren —nos aconsejo la abuela— y tú—dirigiéndose a papá— primero quítate ese nauseabundo olor y después entras.
¿Qué era mi papá? ¿Perro? vieja estupida.
Todos volteamos la mirada hacia nuestro padre, quien solo nos hizo un gesto de que luego nos alcanzaba.
(...)
—¡Increíble! ¡Simplemente increíble! —gritó la abuela al entrar a la casa de nuevo.
Si, como podrán adivinar ninguno le hizo caso y terminamos entrando hasta que papá acabo con su cigarro.
Para que veas quien manda.
Ignoramos su berrinche y comenzamos con los saludos de rigor: al abuelo y a mis tíos, a Andrés lo saludamos de lejos.
—Ya que estamos todos ¿qué les parece si cenamos de una vez? —mamá se notaba algo cansada y con el afán de no molestarla más, no pusimos ni un pero a la sugerencia ¡hasta le ayudamos!