Un Amor Contra El Destino

Capítulo 31 __Fuera de registro

No fue dolor. No fue un movimiento brusco. Fue una ausencia.

Presioné apenas un poco más, lo suficiente como para sentir el límite habitual, ese punto en el que el cuerpo responde. Esta vez no respondió igual. La resistencia no llegó cuando debía. Mis dedos avanzaron más de lo normal, como si el interior no ofreciera oposición inmediata. No vacío —no exactamente—, sino una especie de retraso, como si lo que esperaba encontrar estuviera… más lejos.

Retiré la mano de golpe.

Me quedé inmóvil, con la respiración suspendida, escuchando el latido en mis oídos. Volví a intentarlo, con más cuidado todavía, como si el cuerpo pudiera romperse si hacía algún movimiento brusco. Esta vez apoyé solo las yemas de los dedos. Todo parecía normal, pero demasiado normal para ser verdad. La panza se movió apenas, una ondulación leve que me devolvió algo parecido a alivio.

Me convencí de que había sido mi imaginación.

Entonces presioné otra vez. Un poco más.

La sensación volvió.

No era que no hubiera nada. Era peor: era como si lo que había no estuviera del todo ahí. Como tocar una superficie que se adapta antes de ofrecer resistencia, como si el límite no fuera físico sino… negociable. Tragué saliva. El pulso se me aceleró, pero no perdí la calma. No del todo.

—No —susurré, más firme—. No puede ser.

La panza reaccionó con un movimiento suave, envolvente, casi cuidadoso. No defensivo. Como si entendiera la advertencia. Retiré la mano lentamente, sintiendo una mezcla incómoda de alivio y desconfianza. Me quedé sentada en el piso, rodeada de ropa diminuta, con la certeza de que había cruzado una línea invisible.

No lo había sentido antes porque nunca había ido más allá.

Apoyé la espalda contra la pared y cerré los ojos. El corazón seguía firme, constante. No había señales físicas de alarma: ni dolor, ni mareo, ni esa intuición urgente que te obliga a pedir ayuda. Lo que había era otra cosa. Un dato nuevo que no sabía dónde guardar.

Respiré hondo. Una vez. Dos.

—Están bien —dije en voz baja, sin saber si lo afirmaba o lo pedía.

La respuesta fue inmediata, pero distinta a cualquier otra. No una patada. No un movimiento localizado. Fue una presión uniforme, desde adentro hacia afuera, como si algo se acomodara para que yo dejara de insistir. No sentí rechazo. Sentí límite.

Abrí los ojos.

La habitación estaba en silencio. Los objetos quietos. Nada vibraba. Nada respondía. Solo yo, ahí, con una certeza nueva y peligrosa: lo que llevaba dentro no obedecía las mismas reglas que yo había aprendido a reconocer del embarazo.

Me levanté despacio y caminé hasta el espejo. La panza seguía ahí, evidente, real, imposible de negar. Desde afuera, todo encajaba. Desde adentro, algo se organizaba de otra manera.

Era como un vacío al presionar, pero vida al tocar.

Como si la forma estuviera ahí para el mundo, pero el contenido respondiera a otra lógica.

Apoyé la mano una vez más, esta vez sin buscar comprobar nada. Sentí calor, movimiento, presencia. Y aun así, el pensamiento se abrió paso, inevitable, incómodo, sin palabras claras.

¿Y si no era ausencia lo que había sentido?

¿Y si lo que llevaba dentro no estaba hecho para ser contenido como algo humano?

No era que algo faltara.

Era que había algo más.

Algo que se replegaba cuando yo insistía.
Algo que solo se dejaba sentir cuando yo aceptaba no entenderlo.

Me senté en la cama y dejé que esa idea existiera sin nombre, sin explicación, sin miedo. Porque lo más inquietante no era la duda.

Era que, en el fondo, sentía que no eran bebes.




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