Un Amor De Chocolate

Angustias

ANTHONY

Corría en medio de la calle oscura envuelta en niebla, estaba descalzo y solo vestía con mi pijama. Mi corazón latía a mil por segundos.

En verdad me sentía enloquecer de miedo, tenía que escapar o de lo contrario seria atrapado otra vez. Pero él me pisaba los talones. Ahí estaba acosándome, pese a haber corrido tanto no pude huir. Él estaba a punto de atraparme otra vez.

Solo sabía que a sus garras no quería regresar. Por eso estaba corriendo por esa siniestra y desconocida calle sin poder alejar de mi el intenso dolor que me provocaba el tener que respirar..

Había llegado a un pueblo abandonado pero cada puerta que intentaba abrir me resultaba imposble al descubrir que estaba con llave.

Sus pasos retumbaban como ecos en medio de la oscura y fría niebla que lo ocultaba de mí. Era la quinta puerta que tiraba con intensa desesperación pero estaba con llave.

Lloraba de la desesperación, él estaba cerca muy cerca demasiado cerca. Su voz  metálica retumbó en medio del pueblo fantasma mientras su figura se dibujaba en la niebla ante mis aterrados ojos.

Tropecé y caí al suelo, me había lastimado las manos y no me importaba. Voltee desde el suelo y retrocedí arrastrandome sin despegar mis alocados ojos de esa figura oscura en la niebla que medía más de dos métros de alturaa.

La voz de metálica de un hombre desconocido volvió a rerumbar en el lugar, mientras extendía hacía a mí su largo brazo hecho de niebla misma.

—No importa cuanto corras Anthony, jamás escaparás de mí. Me perteneces.

Poco a poco esa voz metálica fue tomando mayor forma hasta poder ser reconocida por mí.

Era Mefis, si era su voz y esa figura de niebla dejó de ser tan misteriosa para mi.

Subitamente la niebla retrocedió y mi novio emergió de ella como un demonio inmortal.

— Anthony ven conmigo mi amor, sabes que te amo — me decía sonriendo malignamente mientras me extendía su brazo.

Sus dedos eran garras monstruosas aunque su rostro era igual. Estaba envuelto en su característico tapado azúl oscuro. Yo temblaba y no se debía al frío precisamente.

—Mefis....por favor....no....no me....no me hagas daño....por favor...no....
— Obedéceme entonces Anthony — aquello lo dijo usando una voz monstruosamente deforme y gutural que me hizo temblar.

— Papá — susurré cerrándo mis ojos en el suelo aún sin dejar de temblar.
— Olvídalo, él ni nadie pueden ayudarte. ¿Sabes por qué? Porque me perteneces, eres mío. Solo mío y soy  dueño de hacer contigo lo que quiera Anthony.

Cuando estuvo a punto de clavar sus monstruosas garras en mí, desperté agitado y angustiado. Bañado en sudor y temblando como una gelatina. Me encontraba en mi habitación de Recreación.  Y estaba solo por suerte.

Miraba a todos lados en busca de la niebla o de Mefis pero comprobe que no había nada ni nadie ahí. Todo fue producto de una pesadilla. Sin embargo mi corazón seguía latiendo como un tambor, no podía calmarme.

Pensé en Gabriel, desde esa vez que me vió con mi novio no lo volví a ver. De eso hacía diez días. Cuanto lo extrañaba por dios. Dejé la cama y me entré a duchar. Tenía que serenarme o acabaría volviendome loco en serio.

La tibia agua me envolvía al completo, acariciaba cada rincón de mi cuerpo calmándome un poco. Cerré mis ojos y para mi pesar las imágnenes de esa pesadilla volvían a invadir mi mente.

Temblaba como una hoja por dios, necesitaba alejar de mi mente todo eso. Esa absurda pesadilla no podía seguir atormentandome.

Pero lo cierto era que no debía estar tan espantado, después de todo se trataba de Mefis mi novio. Salí de la ducha y me sequé intentando recuperar el control de mi mismo.

Me coloqué un pantalón negro, zapatos al tono, una camisa roja y un pulover cuello V rojo también. Fuera nevaba y la temperatura había descendido bajo cero.

Salí de la habitación en dirección a la confitería, allí había mucha gente, todos estaban sumergidos en sus propios mundos. Aquel era un mundo de apariencias, todo era apariencia.

Normalmente suelo ser igual, aparentar tranquilidad y felicidad. Pero ese día en particular me resultaba imposible. No me sentía nada bien y el maldito temblor no se iba de mi cuerpo.

Uno de los mozos se me acercó para darme un sombre que Mefis me había dejado. Me dirigí a la mesa más aislada de todas.

Allí abrí el sobre, era una nota donde mi novio se disculpaba conmigo por no poder estar allí. Tenía que atender asuntos importantes con su padre y le llevaría un día y medio.

La verdad me sentí relajado y aliviado. Después de esa pesadilla lo último que quería era ver a Mefis. Necesitaba recuperarme antes.

Sabía que Alice no estaría en casa debido a que pasaría un tiempo en la casa del campo de una amiga suya. En cuanto a mi padre, él y su esposo estaban en su luna de miel. Durante ocho meses no los vería a ninguno.

En definitiva no tenía motivos para regresar a una casa sola y fría. Prefería quedarme aquí, mi lugar favorito.

— Anthony — la voz de Gabriel me alejó de mis pensamientos. Lo miré entre sorprendido, angustiado y desesperado — ¿Puedo sentarme contigo? 
— Claro, yo....yo no....no tengo problema....Gabriel...

Él así lo hizo, no me despegaba la mirada de encima. Sabía que no podía mentirle.

Nos miramos a los ojos unos momentos mientras las lágrimas empezaron a humedecer mis ojos. Él sujetó mi mano derecha dejándome sentir así su calor.

— Anthony no me trago las apariencias ¿sabes? Sé que no es de mi incumbencia pero...

Desvié la mirada quitandole las lágrimas que me hacían sentir patético. Cuando sentí que me asfixiaba, llamé al mozo y pedí uno de los cuartos privados para desayunar junto a Gabriel.

Por supuesto que él me miraba más que asombrado. En verdad no se lo esperaba, sin soltar su mano prácticamente lo arrastré al cuarto donde quedamos solos.

Gsbriel me miraba buscando respuestas pero no se animaba a indagarme. Una vez que me hube asegurado que nadie nos veía y oía, me arrojé a sus brazos y lloré amargamente.




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