Helen
El sonido del despertador me sacó bruscamente del sueño. Dormí apenas una hora y media, como siempre antes de ir a trabajar. A media noche, cuando las brujas, si es que realmente existen, están más activas, me levanto sin ganas. Pero aquí estoy, otra vez. Mi vida se suponía que iba a ser diferente, pensaba que al llegar a Los Ángeles todo cambiaría, que encontraría un camino mejor. Pero qué equivocada estaba. No hice caso a mi familia, y ahora pago las consecuencias. De día soy una mujer normal,trabajo hora extra en la noche,y en la noche soy esto una prostituta,casi parecido a marinet,pero con estilo
—Solo una noche más— me repito en voz baja, como un mantra que me ayuda a seguir adelante.
Me dirijo al baño, con los ojos aún cansados, y me doy una ducha rápida. No puedo perder más tiempo, si llego tarde, me quitan el turno. Y no puedo permitirlo, no después de todo lo que he pasado. Si no fuera por Mia, quizás ya estaría durmiendo en la calle o, peor aún, sin un lugar donde quedarme.
Mia llegó a mi vida como un ángel. Estaba tan perdida cuando llegué aquí. Dejé mi Colombia natal, mi familia, mi hogar, buscando un futuro mejor. Pero ahora me doy cuenta de que todo ha sido un sueño roto. No quiero que mi familia lo sepa, me da miedo que me rechacen, que se avergüencen de mí por este trabajo. Mi padre es un excelente chef en Bogotá, mi madre tiene un pequeño negocio de costura, y mi hermana y mi hermano están estudiando. Ellos no entenderían esto, nunca lo aceptarían.
Mia entra al baño sin tocar, como siempre, y me hace saltar del susto.
—¡Vamos, Helen! Baja rápido, que hay que encontrar a un buen hombre millonario antes de que sea tarde— dice mientras me lanza una mirada cómplice.
Me río nerviosa. La verdad, los hombres con los que he estado nunca son tan interesantes. Solo buscan una noche y nada más. Pero este trabajo me paga las cuentas, así que debo seguir el juego.
Mia me ve de arriba a abajo, mientras sube la cremallera de mi vestido negro ajustado a mi cuerpo. Los tacones rojos hacen que me sienta como si pudiera conquistar el mundo. Mi cabello suelto cae sobre mis hombros, completando la imagen. Mia sonríe, orgullosa.
—Eres una castaña hermosa, Helen. Atraparás a muchos, mi reina. Porque eso es lo que eres,una reina,y una reina tiene que conseguirse un galán antes de la media noche.
Me toma de la mano y me arrastra hacia las escaleras. Vivimos en el sexto piso, y escuchamos a Lauren gritarle a una chica en el pasillo sobre la renta. El ambiente aquí nunca es tranquilo, pero he aprendido a no hacer caso. Bajamos las escaleras con cuidado, porque la última vez casi nos descubre.
—¡Casi nos pilla Lauren!— me dice, visiblemente molesta, y suena tan cómica que me suelta una carcajada.
Al salir al callejón, un coche se detiene frente a nosotras. El conductor no parece saber mucho de cómo estacionar, y me río de su torpeza. Mia me da un beso rápido en la mejilla.
—¡Cuídate, reina!— me grita, mientras se aleja.
—¡Te cuidas tú también!— le respondo, mientras me acerco al coche.—¡Y no te enamores !— escucho su último consejo de la noche
El hombre al volante me mira, y mi sonrisa es todo lo que necesito para hacer que me suba. Es un hombre mayor, pero aún tiene algo de atractivo. Podría ser mi padre, pero me siento tranquila. No me interesa enamorarme de él, ni de ninguno de estos hombres. Solo hago lo que tengo que hacer.
—Una hora por cien dólares— le digo, casi de forma automática, como siempre.
El hombre sonríe, sorprendido por mi confianza, pero asiente. Subo al coche y me siento incómoda al principio. No me gustan estos hombres, pero necesito el dinero. Es lo único que me mantiene aquí.
—Nunca he manejado uno de estos coches, ¿podrías llevarme?— me pregunta.
Sonrío, un poco sarcástica.
—Claro, no hay problema. Aunque cobro diez dólares extra por llevarte al hotel.
Me lanza una mirada de frustración, pero al final acepta. Me da los diez dólares, y se ríe un poco.
—¿Nunca habías manejado un coche como este?— le pregunto,y se sorprende
—No, pero he subido a limosinas y siempre manejan por mí— responde, con una sonrisa irónica.
El trayecto es tranquilo, pero la impaciencia comienza a crecer en mí. Mi mente sigue pensando en lo que haré cuando llegue al hotel. Cada vez que uno de estos hombres me mira, siento una mezcla extraña de incomodidad y desafío. Al fin llegamos, y el lujo del lugar me hace sentir más fuera de lugar que nunca.
El hombre me da su abrigo, y lo miro en silencio mientras subimos al ascensor. Todos los demás pasajeros nos observan, pero es a él a quien le interesa lo que pasa entre nosotros. Al llegar a la habitación, salgo al balcón. La vista de Los Ángeles me parece hermosa, pero vacía. La ciudad es deslumbrante, pero me siento sola.
—¿Quieres comer algo?— me pregunta, con esa sonrisa que siempre me pone nerviosa. Que claro me estoy dando cuenta desde que lo vi
Me doy la vuelta, y lo miro por un momento, luchando contra las mariposas que vuelven a despertarse en mi estómago.
—Si tú quieres— respondo, mirando una vez más la ciudad.
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Editado: 09.12.2024