Helen
Me oculto en la penumbra, con la espalda pegada a la fría pared del pasillo. Mi respiración es contenida, medida, como si el más mínimo sonido pudiera delatarme. No debería estar aquí. No debería haberlo visto.
Jacob.
Mi cuerpo entero se tensa al escuchar su voz, ese tono inconfundible que alguna vez fue sinónimo de peligro. Él está aquí, en la misma habitación que Eva, hablando como si el tiempo no significara nada, como si su presencia no fuera un recordatorio de todo lo que intento dejar atrás.
No quiero escucharlo. No quiero recordar.
La voz de Eva suena firme, distante. Pero él… él sigue siendo el mismo. La misma seguridad, la misma actitud relajada que oculta algo más profundo, algo que nadie más parece notar. Pero yo lo sé. Yo lo viví.
No. No voy a quedarme. No voy a esperar a que la suerte me abandone y él me vea.
Retrocedo, con pasos calculados, alejándome de la puerta. Si me encuentra, si me reconoce… No. No puede suceder. Mi vida ahora es otra. Helen murió en esas calles, en esas habitaciones de hoteles baratos, en las noches donde Jacob era una sombra imposible de ignorar.
Nunca más.
Me giro y camino rápido, con la cabeza gacha, ocultándome entre los pasillos oscuros de la universidad. Cada paso es una liberación, cada metro de distancia me devuelve el aire que había estado conteniendo.
Cuando finalmente llego a la salida, la ciudad me recibe con su bullicio habitual. Me mezclo con la gente, con el tráfico, con el ruido. No me detengo hasta que estoy lo suficientemente lejos. Hasta que sé que él no podrá seguirme.
Jacob puede haber aparecido en la vida de Eva. Pero en la mía, nunca más.
Nunca más.
La lluvia cae en hilos finos sobre la ciudad, oscureciendo el asfalto y difuminando los neones de los bares y cafés nocturnos. Me detengo bajo el toldo de un local cerrado, sintiendo cómo el frío se filtra a través de mi chaqueta. No debería estar aquí. No después de esta noche. No después de verlo.
Jacob.
Su nombre sigue pesando en mi cabeza como un eco imposible de acallar. Creí que lo había dejado atrás. Que él y todo lo que representaba estaban enterrados en un pasado que jamás volvería a tocarme. Pero aquí estoy, con el pulso aún alterado, con esa maldita sensación de que los fantasmas nunca desaparecen del todo.
Observo las calles y los rostros que pasan a mi lado, buscando una certeza que nunca llega. ¿Me siguió? ¿Notó mi presencia? No puedo saberlo. Pero no voy a esperar a descubrirlo.
Metiéndome las manos en los bolsillos, camino sin rumbo, perdiéndome entre las sombras de la ciudad. La humedad empapa mi ropa, pero sigo adelante, dejando que la sensación de movimiento me mantenga a salvo del pensamiento más peligroso de todos: ¿y si nunca me dejó ir?
Jacob siempre tuvo esa habilidad. Aparecer cuando menos lo esperaba. Jugar con las certezas que creía inquebrantables. Arrastrarme a su mundo sin que me diera cuenta.
Y ahora está con Eva.
No es mi problema. Me repito esas palabras como un mantra. Pero la verdad es que sí lo es. Porque Jacob no cambia. Porque lo conozco mejor que nadie. Porque sé lo que es capaz de hacer.
Un relámpago cruza el cielo y su luz ilumina las calles mojadas por un instante. Respiro hondo. La Helen que una vez vivió bajo su sombra está muerta. Pero entonces, ¿por qué siento que la oscuridad aún me acecha?
Bajo la lluvia de Hollywood
Las luces de la ciudad parpadean en la distancia mientras me apoyo contra el barandal del puente. Debajo, el agua del río se mueve con lentitud, reflejando los destellos de los autos que pasan por la autopista cercana. Me rodeo con los brazos, como si pudiera protegerme del aire frío que sube desde el agua, pero sé que no es el clima lo que me incomoda.
Es la sensación de que algo está a punto de romperse.
Mi teléfono vibra en el bolsillo, pero no lo saco. Ya sé quién es. O quién podría ser. Y la verdad es que no quiero saberlo. No esta noche.
Inhalo profundamente, dejando que el aire helado me despeje la mente. Todo esto—las luces, la lluvia que amenaza con caer, el ruido de la ciudad nunca realmente en silencio—debería hacerme sentir pequeño, irrelevante. Pero no lo hace. Porque, en algún lugar de esta misma ciudad, alguien más piensa en mí.
Jacob.
El nombre golpea mi conciencia con la misma insistencia que la vibración de mi teléfono.
Cierro los ojos por un segundo. Debería haber imaginado que esto pasaría tarde o temprano. Que los ecos del pasado no se pierden con tanta facilidad, que siempre encuentran una manera de alcanzarnos.
Doy un paso atrás y me alejo del borde del puente. No es el momento para quedarme atrapado en pensamientos que no llevan a ninguna parte. Camino de regreso a la calle iluminada, donde la vida sigue como si nada estuviera fuera de lugar. Donde la gente ríe dentro de los cafés y los autos pasan sin prestar atención a las sombras en las aceras.
Pero yo sí las noto.
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Editado: 09.02.2025