Helen
Sorpresas que da la vida
El Viento arrastra la lluvia en ráfagas frías cuando doy un paso atrás. La sonrisa del hombre al otro lado de la calle es sutil, apenas una curva en sus labios, pero logra helarme hasta los huesos. No necesito ver más. Sé quién es.
—No puede ser… —susurro, sin saber si el sonido se pierde en la tormenta o si él lo escucha de alguna manera.
Las luces de neón parpadean a su alrededor, iluminándolo en destellos intermitentes. Su traje oscuro, perfectamente ajustado a su cuerpo esbelto, está seco a pesar de la lluvia. Como si el agua no se atreviera a tocarlo.
Mis dedos se aprietan contra la tela mojada de mi toga. No debería estar aquí. No después de tanto tiempo.
No después de todo lo que hice para alejarme de él.
—Helen.
Su voz atraviesa la distancia entre nosotros sin esfuerzo, resonando en mi pecho como un eco que no se desvanece. Su tono es el mismo de siempre: profundo, pausado, cargado de algo que nunca supe descifrar del todo.
Mis pies quieren moverse, huir, pero mis músculos se niegan a obedecerme. Estoy atrapada en este instante, en este déjà vu que no pedí.
Él da un paso hacia mí.
—No me mires así —dice con una calma que me enerva—. Sabías que volvería.
Niego con la cabeza, con fuerza. No, no lo sabía. O tal vez sí, pero quise engañarme. Quise creer que mi historia con él había quedado en el pasado.
— Jecob —pronuncio su nombre como una maldición.
Y él sonríe de nuevo.
Una sonrisa que lo cambia todo. Que me arrastra de vuelta al abismo del que escapé.
Los latidos de nuestros corazones
El sonido de la lluvia se vuelve un murmullo lejano cuando mis ojos se encuentran con los de Jecob.
No es real. No puede ser real.
Pero ahí está.
Mi mente quiere engañarme, convencerme de que es una ilusión creada por la tormenta y la noche, pero mi cuerpo sabe la verdad. El frío que se arrastra por mi piel no es solo por la lluvia. Es él. Es la presencia que nunca logré olvidar, la sombra que nunca dejó de acecharme.
Jecob da otro paso, y aunque su andar es lento, cada movimiento suyo me parece una amenaza. No lo veo levantar una mano, pero la sensación de un lazo invisible apretándose a mi alrededor me deja sin aliento.
—Sigues igual —murmura.
Un escalofrío recorre mi espalda. No sé si lo dice como un halago o un reproche, pero no importa. Nada de lo que venga de él puede ser bueno.
—¿Cómo…? —Mi voz apenas sale entre mis labios. La lluvia sigue cayendo, resbalando por mi rostro como si fueran lágrimas prestadas.
Él ladea la cabeza, observándome con una mezcla de curiosidad y algo más oscuro.
—¿De verdad pensaste que no volveríamos a vernos?
Cierro los ojos un segundo. Un solo segundo. Y en ese parpadeo, los recuerdos me golpean con la fuerza de una ola violenta. No quiero revivirlos, no quiero volver a ese lugar.
Mis pies por fin responden y retrocedo un paso. Jecob lo nota. Su sonrisa crece, casi divertida.
—Helen —dice mi nombre como si fuera un ancla, como si tuviera el poder de atarme a este momento.
—No quiero hablar contigo.
—¿Estás segura? —Su tono es suave, pero en sus palabras hay un filo oculto.
Asiento.
Él suspira, como si mi respuesta le divirtiera y decepcionara a la vez. Luego, en un parpadeo, desaparece.
Mi corazón se detiene.
No, no desapareció.
—Atrás no es el único lugar al que puedes correr —su voz suena ahora justo detrás de mí, tan cerca que su aliento roza mi oído.
Mi cuerpo se congela.
No puedo huir de él. Nunca pude.
Y lo peor es que él lo sabe.
La lluvia ya no suena, ya no se siente. Todo se ha vuelto una niebla densa, como si el mundo entero se hubiera desvanecido con Jecob. Estoy sola, pero no lo estoy. Su presencia pesa sobre mí como una losa, atrapándome entre la oscuridad y el temor que, aunque había intentado ignorar, vuelve a consumirme con cada respiración.
—¿Por qué apareces ahora? —mi voz es un susurro quebrado, y no puedo evitar que el miedo se infiltre en mis palabras.
Silencio. Un largo, interminable silencio, hasta que sus pasos resuenan suavemente en el suelo empapado. No lo veo, pero lo siento. Siempre lo he sentido, como una sombra al borde de mi visión, como una amenaza inminente.
Finalmente, aparece frente a mí. Su rostro está tan cerca que podría tocarlo si me atreviera, pero mis manos permanecen a un lado, congeladas.
—Porque el tiempo ha cambiado, Helen. Y tú también lo has hecho —responde, su voz un susurro que parece arrastrarse con la brisa.
Lo miro con los ojos entrecerrados, tratando de entenderlo, de encontrar algo familiar en sus palabras. Pero todo está distorsionado. Todo lo que conocía de él se ha desvanecido con el tiempo, y ahora no es más que una imagen rota, como un espejo al que no le han perdonado su reflejo.
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Editado: 09.02.2025