Un amor de cuentos de hadas

Epilogo

El Último Reflejo

La luz del atardecer se filtra a través de los ventanales, tiñendo la ciudad de un dorado melancólico. Desde aquí, en lo alto del edificio, el mundo parece pequeño, casi irreal. Pero mi reflejo en el cristal me recuerda que todo es real. Cada decisión, cada lucha, cada cicatriz.

Mi nombre es Helen, y esta es mi historia.

El Día de Nuestra Boda

El sonido de la música flota en el aire, entrelazándose con las risas y murmullos de los invitados. Todo está perfecto. El jardín, adornado con luces cálidas, los pétalos de rosa esparcidos sobre el césped, la brisa nocturna acariciando nuestra piel.

Estoy vestida de blanco. No porque lo dicten las tradiciones, sino porque es lo que quiero. Un vestido sencillo, elegante, con detalles bordados que me recuerdan a mi hogar en Colombia. Mi madre llora en la primera fila, sosteniendo las manos de mi padre, quien luce orgulloso pero con los ojos brillantes por la emoción.

Jecob está ahí, esperándome. Alto, imponente, con su traje negro impecable y esa mirada que siempre logra hacerme temblar. Lo conozco. Sé que bajo su fachada serena, su corazón late tan rápido como el mío.

Camino hacia él con pasos firmes, sintiendo cada latido en mis venas. No hay dudas, no hay miedos. Solo certeza.

Cuando tomamos nuestras manos, el mundo se detiene. Las palabras del oficiante se vuelven un eco distante. Solo existe este momento.

—Helen, ¿aceptas a Jecob como tu esposo, para amarlo y acompañarlo en cada paso de la vida?

—Sí —respondo sin dudar.

Jecob aprieta mis manos, sus labios curvándose en esa sonrisa que me enamoró desde el primer día.

—Y tú, Jecob, ¿aceptas a Helen como tu esposa, para amarla y caminar juntos en cada desafío?

—Sí. Siempre sí.

Las palabras son simples, pero su significado lo cambia todo.

El beso que sellamos no es solo el inicio de nuestro matrimonio. Es la promesa de un futuro construido entre dos almas que se encontraron en el caos y decidieron caminar juntas.

El aplauso de los invitados nos envuelve, pero yo solo lo escucho a él. Su risa, su voz murmurándome un "te amo" contra mis labios.

La lluvia comienza a caer suavemente, como si la ciudad quisiera bendecir nuestro amor. No huimos de ella. Nos quedamos ahí, bajo la llovizna, riendo y abrazándonos.

Y en ese momento, lo sé.

Hollywood fue el inicio de mi sueño. Pero Jecob… Jecob es mi hogar.

Un Encuentro Inesperado

Semanas después, la vida sigue su curso. Los compromisos laborales, los viajes, los nuevos proyectos. Pero en medio de la rutina, el destino aún tiene sorpresas.

Estoy en un café, revisando guiones, cuando una sombra familiar se sienta frente a mí.

Levanto la vista.

Eva.

No la he visto desde aquella noche bajo la lluvia, cuando sus palabras se quedaron grabadas en mi alma. Hoy luce diferente. Más tranquila, más segura.

—¿Puedo sentarme? —pregunta con una sonrisa ligera.

Asiento, cerrando mis papeles.

—¿Cómo estás?

—Bien —responde, acomodándose el cabello tras la oreja—. Encontré un trabajo en Europa. Algo nuevo.

—Me alegra escucharlo.

El silencio se instala entre nosotras, pero ya no es incómodo. Es un espacio donde dos mujeres han dejado de verse como rivales.

Eva juega con el borde de su taza, su mirada fija en la espuma del café.

—Nunca te odié, ¿sabes?

Sus palabras me toman por sorpresa.

—No de verdad —continúa—. Solo me odiaba a mí misma. Odiaba ver en ti lo que yo nunca me atreví a ser.

Exhalo, sintiendo el peso de todo lo que alguna vez creímos la una de la otra.

—Yo tampoco te odié —respondo con sinceridad—. Pero me asustabas. Porque pensaba que si te miraba demasiado, vería algo de mí reflejado en ti.

Eva suelta una risa breve, pero sincera.

—Es curioso. Al final, lo que más tememos es lo que nos enseña quiénes somos.

Sonrío, asintiendo.

—¿Y ahora? —pregunto—. ¿Sigues temiendo a los espejos?

Sus ojos, por primera vez, no tienen sombras.

—No. Ahora sé quién soy.

Nos despedimos sin promesas de reencuentro, pero con la certeza de que, de alguna manera, siempre estaremos conectadas.

Ya no más sombras

Meses después, estoy sola en nuestro departamento. Jecob está de viaje, y la ciudad brilla a través del ventanal, reflejando sus luces en el suelo de madera.

Me acerco al espejo del pasillo y me observo.

Ya no soy la misma Helen que llegó a Hollywood con los bolsillos vacíos y el corazón lleno de sueños. Tampoco soy la mujer que temía perderse en su reflejo.




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