El Sabor de un Nuevo Comienzo
Nueva York. La ciudad que nunca duerme, o eso dicen. Pero en mi caso, lo que no me deja dormir son los recuerdos de todo lo que dejé atrás. De todo lo que dejé con él, con Jecob, con este sueño que ahora es nuestra vida.
Lo que no entendía antes, cuando la vida me parecía un mapa con solo un par de caminos, es que los comienzos no siempre son como los imaginamos. Y el camino hacia el futuro, por más brillante que sea, siempre tiene sombras del pasado.
A veces, cuando la ciudad se vuelve demasiado ruidosa, cuando las luces parecen demasiado intensas y las horas del día se vuelven un deslizamiento continuo entre la oficina, el apartamento y las calles abarrotadas, siento un vacío. No es que me arrepienta. Jecob está aquí, y a su lado, siento que todo es posible. Pero aún me pregunto, cuando la noche cae, si alguna vez dejaré de extrañar mi vida en Los Ángeles.
Especialmente a Mia.
El teléfono vibra en mi bolsillo y no hace falta mirar el nombre para saber quién es. Es ella, mi mejor amiga. Mia.
—Helen, ¿cómo estás? —su voz llega a través de la línea con esa mezcla de entusiasmo y confianza que siempre me ha caracterizado.
—Aquí, sobreviviéndo a la jungla de concreto —bromeo, aunque en mi voz hay una calidez que solo ella entiende.
Ella ríe, y por un momento, me siento más cerca de casa. De aquella vida que dejamos atrás, pero que sigue vibrando en mi pecho.
—Escucha, quiero verte —dice de repente, y sé que no está bromeando.
—¿Qué? ¿Aquí? En Nueva York?
—Sí, aquí. Te invito a que vengas. Quiero mostrarte todo lo que he logrado.
Y mi corazón da un salto.
—¿Mia, de verdad? —mi voz tiembla, aunque intento mantener la calma.
—Sí, Helen. Es hora de que veas lo que la cocina realmente significa para mí ahora. Esta vez, no soy la chica que esperaba escapar. Soy la chef que sabe lo que quiere.
Me quedo en silencio un momento, pensando. Mia siempre fue una fuerza. Siempre supo lo que quería, aunque a veces no lo supiera ni ella misma. Pero ahora, escuchando esa seguridad en su voz, siento una mezcla de orgullo y miedo.
—Lo haré —respondo al fin, sin pensarlo demasiado.
El vuelo es largo, pero cada minuto vale la pena. Nueva York, aquí voy, no solo por Jecob, no solo por nosotros, sino también por Mia. La ciudad que la ha recibido con los brazos abiertos, la ciudad donde ella está creando algo tan suyo, que no puedo esperar a ver cómo ha cambiado.
Cuando llego, Jecob me recibe en el aeropuerto con su sonrisa de siempre, pero hay algo diferente en él. Tal vez es la vida que hemos empezado a construir aquí, tal vez es solo la ansiedad por todo lo que está por venir. En cualquier caso, su presencia me da un tipo de paz que no sabía que necesitaba.
—¿Lista para ir a verla? —me pregunta, tomando mi mano con firmeza.
—Sí —respondo, sintiendo cómo las emociones se mezclan dentro de mí. Una parte de mí está feliz, otra está nerviosa, tal vez incluso un poco celosa de todo lo que Mia ha conseguido. Pero en el fondo, sé que estoy aquí por ella, por nosotras.
El restaurante de Mia es pequeño, pero tiene esa vibra única que solo los lugares que se han hecho con amor y dedicación tienen. La puerta se abre y la veo, de pie en la cocina, su delantal manchado de harina y aceite, sus manos moviéndose con una precisión que solo los verdaderos expertos poseen.
Es ella. Mia. La misma de siempre, pero diferente. Más fuerte, más segura, más… ella misma.
Cuando me ve, su rostro se ilumina.
—Helen —su voz es suave, casi un susurro, pero llena de emoción—. ¡Te extrañaba!
Corro hacia ella, y cuando nuestras manos se entrelazan, siento como si el tiempo se hubiera detenido. En ese momento, no importa cuánto haya cambiado la vida, no importa cuántos kilómetros nos separen. Siempre seremos las mismas.
—Lo lograste —susurro, mirando a su alrededor—. Todo esto, Mia… lo lograste.
Ella sonríe, y por primera vez en mucho tiempo, parece que la oscuridad que la perseguía ha desaparecido.
—Lo hice. Pero no sería nada sin ti.
El silencio se instala entre nosotras, pero no es incómodo. Es el tipo de silencio que solo puede existir entre dos personas que se entienden sin palabras. Porque, aunque nuestras vidas hayan tomado rumbos diferentes, este momento… este momento es nuestro. Y en él, no existe el pasado ni el futuro. Solo el presente.
Y mientras las luces de la ciudad brillan a través de las ventanas del restaurante, sé que el futuro de Mia es tan brillante como esos destellos. Y el mío, aunque diferente, está aquí. En Nueva York, con Jecob, con Mia. Y con un futuro que, por primera vez, me parece lleno de posibilidades.
Porque a veces, los nuevos comienzos no son solo el final de algo, sino el inicio de todo lo que está por venir.
Todo lo que empezó en Hollywood se volvió realidad porque, al final, no era solo una ilusión de juventud ni un simple sueño de escapar, como había pensado en su momento. Era la semilla de algo más grande, algo que crecía a medida que yo misma cambiaba.
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Editado: 09.02.2025