Un Amor de Locos

Capítulo 1 — Regla #1: no nos enamoramos

¡Anoten esto para la vida diaria! Si van a rescatar un sombrero que cayó en un balde de pintura, respiren por la nariz y no por la boca. Lo digo porque hoy alguien no lo hizo… y ahora tenemos un bigote amarillo que pasará a la historia del barrio.

______________________________________________________________________________________

El sombrero de paja de Valentina Solís decidió tirarse de cabeza al balde de pintura. Plop.
Diego Ríos entró corriendo a “salvarlo”, pisó su patineta, resbaló como un héroe torpe, agarró el sombrero con una mano y, con la otra, se pintó un bigote amarillo de oreja a oreja.

—No te rías —pidió Diego, con toda la dignidad que le quedaba.
—Estoy respirando —dijo Vale—. Me entra risa con el oxígeno.

Aplausos de los tres niños de la panadería. El señor Ocampo, dueño de la ferretería, salió con una silla, miró a Diego y dictó sentencia:

—Ya está. Firmado —señaló la camiseta manchada—. De este lado de la vida, del lado del sol.

Vale se llevó el sombrero bicolor a la cabeza y sonrió. Sí, ya sé: el humor del barrio es barato. También es efectivo.

______________________________________________________________________________________

La pared pedía luz y Vale la daba sin preguntar. Amarró la escalera, subió con el balde, y el primer brochazo fue una carcajada amarilla. Diego, abajo, preparó la cámara: plano medio, foco limpio, sonido con niños y un perro opinando.

—Hoy terminamos las flores —anunció Vale.
—Hoy terminamos todo —dijo Diego, que cree que los plazos son románticos.

Yo los conozco desde que usaban rueditas. Les aseguro que la coreografía es siempre la misma: ella pinta sin prisa, él graba sin parpadear, y entre los dos hacen chispas aunque juren que no. Si buscan poesía, no; acá hay realidad con risa.

—¿Viste lo de Brandon? —soltó Diego, como quien habla del clima—. Subió un mural con drones. Ciento veinte mil “me gusta”.
—Que le vaya bonito con sus drones —dijo Vale, soplando un mechón—. Yo tengo el sol.

Y lo tenía. Y, ya que estamos, tenían química. No esa de laboratorio; la otra, la que uno disimula con chistes y “trabajemos nomás”.

Diego siguió grabando: ceño de Vale cuando concentra, giro de muñeca, flor que aparece, gota que no cae porque ella la doma a tiempo. Si esto no les abre una sonrisa, devuelvan el día y pidan otro.

A las 10:24, el teléfono de Vale vibró tres veces. Ariana no descansa los domingos; dice que son los días en que el destino tiene tiempo libre.

—[App] Ariana: Listo. Te hice perfil. Apodo: Limonada. De nada.
—[App] Ariana: Regla 1: nada de exes. Regla 2: sonríe como si no pensaras en cierto camarógrafo.
—[App] Ariana: Desliza gente con perro. O con planta. O con empleo.

No se hagan los ingenuos: cuando Ariana dice “cierto camarógrafo”, está mirando directo a Diego. Y sí, yo también.

—Si vuelves a sonreírle al celular, te pinto los dientes —dijo Diego, sin soltar el visor.
—Era un meme —mintió Vale con el descaro de quien tiene pintura hasta el codo.

Rosa, la mamá de Vale, llegó con una neverita como ambulancia de desayuno.

—Sandwichitos y jugo —avisó, madre en vía pública.
—Mamá, estamos trabajando —masticó Vale.
—Yo también —respondió Rosa—: en su alimentación. Y, si me dejan, en su futuro.

Guiño a Diego. Sí, shipper profesional.

—Aprovecho —dijo Vale, tragando—. Regla #1: no nos enamoramos.
—Firmo —respondió Diego, y sonó a chiste.
—Es en serio —insistió Vale.
—Yo también —y sí, ya escuché esa frase antes en otras historias. Terminaron igual: con corazón.

A las 10:31, un chico frenó su bicicleta delante del mural.

—¿Foto? —preguntó.
—Obvio —dijo Vale.

Diego encuadró. Pulgares arriba, risa de Vale, risa de Diego, perro que se pone en medio como si cobrara peaje. Veintidós segundos. Nada más.

“Veintidós segundos” es la distancia exacta entre “esto fue lindo” y “esto se volvió tema”. Por la noche, alguien subirá ese clip con un título generoso: “Pareja que pinta junta, se queda junta.” No quiero que discutan con el internet; pierden seguro.

Vale se limpió el pómulo con la mano equivocada y dejó a Diego una mancha amarilla en el pecho.

—Es oficial —dijo Vale—. Ya estás del lado del sol.
—¿Paga bien ese lado? —preguntó Diego.
—Paga en risas y calorcito —contestó Vale—. Y no te conviene cambiarlo por drones.

Rosa volvió para rematar:

—¿Y la boda para cuándo? —tiró, a quemarropa.
—¡Mamá! —Vale casi se atraganta otra vez.
—Ensayo chistes —sonrió Rosa—. Uno nunca sabe qué se vuelve tendencia.

El señor Ocampo entregó dos vasos de agua fría como si fueran medallas. Los niños aplaudieron el punto exacto donde la flor abrió “ojos” pintados. Yo, que colecciono momentos útiles, me guardé este: dos personas que trabajan juntas, se miran un segundo de más y siguen como si nada.

______________________________________________________________________________________

La Regla #1 es como los carteles de “piso mojado”. Todo el mundo los ve, todos dicen “ok”… y, aun así, alguien se resbala. Aquí no se cayó nadie. Todavía.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.