Un Amor de Locos

Deslizar sin querer

Si tu amiga va a enseñarte a usar una app de citas, asegúrate de tener agua cerca. No por la sed: por si tienes que apagar el incendio que ella misma va a provocar.

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A media tarde, Ariana cayó en la casa de Vale con su kit de emergencia romántica: cargador, aro de luz, galletas y opiniones fuertes.

—Hoy aprendes a deslizar sin hacer daño —dijo, ocupando el sofá con autoridad.

Vale abrió la app. Primera foto: chico con el capó del auto. No el chico; el capó.

—No —dijo Ari—. Nadie sale con un capó.

Segunda foto: selfie en el baño del gimnasio, espejo con gotitas y bíceps haciendo esfuerzo por ser protagonista.

—No —repitió Ari—. El espejo no consiente.

Tercera foto: un pez enorme sostenido como trofeo.

—¿Nos casamos con el pez? —preguntó Vale—. Paso.

Ari ajustó los filtros: distancia, edad, sin fotos dentro de autos. Agregó un “hola” automático que decía: “¿Café honesto o sin azúcar?” Vale puso cara de “me estás usando como experimento”.

—Te estoy salvando de ti misma —corrigió Ari—. Y si aparece Cometa, confías.

—¿Por qué tanto con Cometa? —preguntó Vale, mordiendo galleta.

—Intuición —dijo Ari. Traducción: sabe algo y no lo dirá. Todavía.

Deslizaron un rato. Hubo un maestro jardinero que casi gana, un panadero con delantal harinoso que también, y un DJ de eventos que tenía más humo que luces. Risas, “no”, “quizás”, “qué lindo perro” y un par de “¿por qué alguien escribiría eso en su bio?”.

Entre risas, apareció Cometa. Vale dudó un segundo, le dio “me gusta” y no escribió. Guardó el teléfono como quien guarda una granada con seguro.

—Regla práctica —dijo Ari, levantando un dedo—: no escribas si estás de mal humor, con hambre o con sueño. Terminas barriendo con gente decente.

—¿Y si estoy feliz? —preguntó Vale.

—Ahí sí. Pero no te enamores —bromeó Ari.

—Regla #1 —respondió Vale, chocando los nudillos al aire—. Ya la tenemos.

Yo, que he visto muchas reglas nacer y morir, anoté la fecha solo por costumbre de archivo.

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Diego editaba en su mesa de siempre. Auriculares, timeline, clips del mural. Hizo un corte limpio, otro más, y abrió la app “para el trabajo”. Lo digo así, con comillas invisibles que pesan.

Apareció Limonada. Sonrisa leve. Sombrero. Un lunar que él conoce mejor que su contraseña. Bio: “Pinto paredes para que el barrio no olvide sonreír. Si traes café, yo pongo el color.”

Diego escribió: “Hola. ¿Café honesto es fuerte o sin azúcar?”. Borró.
Escribió: “Hola. Tu bio me gustó. Tengo playlists que no mienten.” Borró.
Escribió: “Hola.” Se quedó mirando la palabra como si fuera una bomba. Borró.

Guardó el teléfono boca abajo. La app vibró: “¡Coincidencia!” (ella ya le había dado “me gusta”). Lo volvió a agarrar. Boca arriba. Rió solo. Sí, ya sé: parece adolescente. Lo es, pero de corazón.

Respiró hondo y, esta vez, envió:
“Hola. ¿Café honesto: fuerte o sin azúcar?”

Abrió la grabadora y, sin darse cuenta, habló como si nadie más escuchara:
“Hola. No sé cómo decir esto sin sonar cursi, pero cuando pintas y te muerdes el labio justo antes de que aparezca la flor… el ruido del día se me vuelve música. Hoy, cuando te limpiaste el pómulo con el pulgar, pensé…”
Guardó silencio. “Perdón. Demasiado específico.”
Se le escapó un “Va—”, que borró con un suspiro.
Guardó el audio como Cometa_final.wav y no lo envió. No pregunten por qué ‘final’ si fue el primero. Los valientes también le ponen nombres tontos.

Vibró la pantalla: “Limonada te ha dado ‘me gusta’.”
Diego la dejó vibrar, como si no fuera con él. Lo era. Mucho.

—¿Todo bien? —preguntó alguien de fondo (un compañero que nunca recordaremos, porque no hace falta).

—Sí —dijo Diego—. Trabajo.

Si la palabra “trabajo” tuviera cashback, Diego ya compraba una casa.

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Pablo Izarra envió un audio con tono de aviso meteorológico:

—Ríos: piloto en 72 horas. Quiero calle, quiero gente, quiero pareja real. Si no hay pareja, hay drama. Y no me traigas gato por liebre: el internet huele la mentira.

Diego pensó en Vale. Después pensó en la Regla #1 y le subió el volumen a la música para que esa regla sonara menos. No funcionó.

Abrió el proyecto del mural. En un frame, Vale se reía con la boca llena de sándwich. En otro, le limpiaba a él la camiseta con el pulgar pintado. En otro, el perro Chicho dormía en la sombra como si cobrara por minuto. Diego armó un mini-tráiler de treinta segundos: barrio, brochas, risas, un “oops” bien puesto.

Lo subió en privado. Título: Pareja del sol (piloto). Sí, leyó “pareja”. Sí, lo sabe. A veces uno escribe la palabra que todavía no se anima a decir.

Mensaje de Ari en el grupo de amigos: “Ensayo en El Patio, 20:00. Lleven el video y la cara de ‘no sé de qué me hablan’.”
Mensaje de Rosa en el chat familiar: “Hay flan. Pasen antes.”
Mensaje de Tita Estela: “Recuerden la crema para el sol. Y la verdad para el corazón.” (Tita no manda stickers. Manda sentencias.)

Diego miró la app. Cometa tenía un mensaje nuevo: “Hola. Soy Limonada. El café honesto me gusta… fuerte. ¿Y a ti?”
Volvió a guardar el teléfono. Respiró. Soltó. Volvió a mirar.




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