Un Amor de Locos

Café patrocinado

Si vas a grabar café “honesto”, evita tres cosas: cartel de neón que diga But first, coffee, fondo de mármol falso y espuma con stencil de corazón. Con cualquiera de esas, el café confiesa… que es actor.

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La mañana amaneció con ese ruido de granos cayendo que suena a lluvia en miniatura. Lalo, maestro de Taza Justa, abrió el local a medio cierre para no espantar la timidez del barrio y les mostró su reino: un molinillo que ronronea como gato gordo, un tostador que parece nave pequeña con termómetro honesto (aguja que sube, aguja que baja, sin luces de feria), unas jarras con abolladuras nobles, tazas de varios tamaños heredadas de vecinos que un día cambiaron vajilla y dejaron la antigua “porque tiene historia”, y un cuaderno con manchas de café donde apunta curvas de tueste, chistes malos y nombres de clientes que piden “lo de siempre”.

Ariana llegó con carpeta, Valentina con libreta cuadriculada para apuntar colores del humo (dice que el vapor también tiene tono), Diego con cámara y un cable enrollado como si fuera serpiente mansa, Rosa con un táper de galletas desparejas (“si son perfectas, sospechen”), y Tita con una bolsita para “llevar un poquito del bueno” porque la tarde pide conversación. Chicho entró hasta la alfombra, olió la puerta del baño como marca de inspección, y se tiró exactamente donde el sol hacía rectángulo en el piso, como si reclamara una silla sin patas.

—Requisitos simples —dijo Lalo, con voz de hombre que aprendió a decir “no” sin ofender—: no pose, no influencer, no máquina de humo. Café de acá, vasos de acá, manos de acá.

—Y copia sin promesas mágicas —agregó Ariana—. Nada de “te cambia la vida”. Si cambia la mañana, ya está paga.

En ese momento apareció Vicky, becaria entusiasta de marketing que Lalo había invitado “para que aprenda viéndolos”, con una mochila de utilería que desató sus propios demonios: un cartel de neón que decía COFFEE O’CLOCK, un teloncito de vinilo imitando mármol de cocina minimalista en departamento imposible de pagar, un stencil de corazón para la espuma, dos frascos con granos brillantes de catálogo (pulidos como canicas, cero barrio), y un aro de luz que iluminaba como si fueran a operar a corazón abierto.

—Es por si hace falta “darle un toque” —dijo, con sonrisa de presentación.

Valentina le respondió con una educación que corta sin dejar marca: “Precioso para foto de catálogo. Nosotros necesitamos vida.”

Diego apoyó cámara en el mostrador, desplegó el trípode, miró alrededor y dictó su propia lista: plano de molinillo a ras de taza, plano de ruido sordo en filtro, primerísimo primer plano de vapor que sube y se esfuma, manos que no son perfectas sirviendo sin temblor, taza golpeando apenas el platito, sonido del barrio entrando por la rendija de la persiana.

—Y al final —dijo Ariana—, un remate que diga que los sábados hay clase con limonada y café para los grandes que acompañan. Nada más.

Lalo asintió, Vicky guardó el neón como quien vuelve a meter un monstruo amable en su cueva, Rosa puso un plato de galletas donde nadie pudiera ignorarlas, y Tita se ubicó a un costado con esa manera suya de estar “a mano” sin tapar luz.

—Si queda rico, se nota —dijo Tita—. Y si no, también.

Yo, que confío más en los detalles que en los discursos, anoté: hoy el humo iba a ser humo verdadero, y el “patrocinio” iba a parecer conversación de sobremesa, no anuncio con traje.

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Abrieron la persiana lo justo para que el sol dibujara una franja en el mostrador. Diego hizo una prueba de sonido (molinillo + barrio + cucharita), ajustó el diafragma “para que no estalle el blanco de la taza”, y marcó con cinta el recorrido mínimo del plano maestro: mano de Lalo entra, café cae, vapor dice presente, taza se asienta, Valentina acerca la suya, cucharita suena, fin. Todo simple, nada fácil.

—Primera —dijo Ariana, que no tiene claqueta, pero tiene voz de ya.

Lalo sirvió. Valentina observó el vapor como si fuera pintura líquida escapando, dejó que le empañara apenas los lentes de sol que llevaba arriba de la cabeza “para sujetar el pelo” (detalle pequeño que se volvió encantador sin buscarlo), Diego siguió la curva del humo con foco que respira. Rosa anunció “paso por atrás”, porque en este puerto hasta las madres avisan set.

La toma quedó correcta, sí, pero parecía anuncio honesto; a Valentina le faltó algo de calle, a Diego le sobró un poco de pulcritud. Ariana lo notó y propuso un giro leve: “Café con historia”. Que el plano se meta un segundo con Doña Mecha, vecina de enfrente, que entró con su bolsa de pan a pedir “lo de siempre” (“el que no se enoja con mi azúcar”), que Lalo cuente que aprendió a no apurar la llama porque una vez arruinó un lote entero por hacerse el rápido, que Valentina pinte con marcador fino, en la parte blanca de un vaso para llevar, una taza mínima para quien pase y no tenga tiempo de quedarse. Y que Diego, en vez de perseguir la espuma perfecta, se tarde medio segundo en el golpe suave de taza contra platito, porque esa percusión es barrio.




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