Si dos creativos dicen “te enseño lo mío y vos me enseñás lo tuyo”, preparen tres cosas: tijera afilada, trapo húmedo y una palabra para frenar a tiempo. La tijera corta el exceso, el trapo salva la ropa y la palabra evita que el tutorial termine en novela.
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A las 10:12, El Patio abrió antes que el resto del barrio y olía a pan recién traído y a enchufe caliente. Sergio les prestó la mesa larga “de jugar truco los jueves” para convertirla en isla de edición: laptop, disco externo, auriculares que ya conocían su oreja, una libreta cuadriculada, dos marcadores (uno negro, uno amarillo), y una bandeja con galletas de Rosa que decía “morder cuando algo no salga”. Chicho eligió el suelo al lado del enchufe como puesto de seguridad.
—Hoy me enseñas a cortar sin lastimar —dijo Valentina, sentándose del lado izquierdo, donde el sol no reflejaba en la pantalla.
—Y vos me enseñas a mezclar sin hacer sopa —respondió Diego, que con los colores hace lo que hace con los sentimientos: si no los dosifica, se le mezclan todos.
Ariana dejó una nota pegada en el borde de la laptop, protocolo de la casa:
Regla del corte: “cucharitas chocan una vez”. Si suena más, es que sobran frames.
Regla del color: “mirá el punto, no la punta”. Si mirás la puntita del pincel, te apurás y te tiembla la mano.
—Ejercicio uno —dijo Diego, abriendo el proyecto “mural_lluvia_v2”—: “Respirar entre clips”. Tomo un plano de risa, uno de charco, uno de Tita dándole paraguas a una planta… y vos decidís dónde no cortaría un editor apurado.
Valentina apoyó los codos y se inclinó. Error técnico: acercamiento involuntario de caras. Codo y chiste respondió a tiempo: ella le tocó el codo, él dijo “no muerdo, soy vegano de mañana”, y Ariana desde la barra apuntó invisible: “bien ahí”.
—Acá —marcó Vale, tocando la barra de tiempo—. Si cortás en mi risa, parece que me callaste; si cortás justo cuando entra el ruido del carrito del reciclador, parece que el barrio me contesta. Cortá con el carrito, no con mi boca.
Diego sonrió con eso que no llega a sonrisa entera pero te calienta la nuca.
—Exacto. El barrio marca el corte —dijo—. No la boca.
Hicieron tres pasadas. Primera con tijera ansiosa, segunda con tijera prudente, tercera con tijera honesta: dejaron entrar el tintineo de una taza y cortaron cuando Sergio dijo “paso por atrás”, frase que una vez al año se gana un premio a mejor sonido incidental.
—Ejercicio dos —siguió Diego—: “Cuchara en platito”. Tenés una escena de 20 segundos. Buscamos el “tilín” natural, ese que no es coreografía. Si suena dos veces, borramos.
Valentina escuchó, cerró los ojos como quien olfatea café, y levantó el dedo.
—Ahí. Tilín. Cortá dos frames después, para que no quede apretado.
Diego la miró con respeto de oficio.
—Dos frames después —repitió—. Te juro que si fueras editora, hoy te subo el sueldo.
Rosa pasó con su bandeja.
—Si fuera editora, te cobraría por minuto —dijo, y dejó dos galletas más “porque cortar da hambre”.
A las 11:02, la pieza respiraba. Ariana trajo el cartelito que decía “a ras de taza” y lo dejó al lado de la compu como fábula: todo lo que se corta, se corta abajo, no allá arriba.
—Te toca —dijo Valentina—. Ahora nos vamos a mi taller portátil.
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Se mudaron cinco cuadras hasta la esquina Jacarandá & Sauce. Taza Justa tenía la persiana a media altura para dejar pasar la brisa justa. Lalo les cedió una mesa cerca de la ventana y dejó tres tarritos de amarillo, blanco, azul, un vaso de agua, una servilleta y un consejo:
—Si el amarillo se te pone caprichoso, no lo pelees. Acaricialo con blanco. El blanco calma.
Valentina dibujó dos círculos en una hoja gruesa, uno para ella, otro para Diego.
—Primero, temperatura —anunció—. Si metés azul sin miedo, vas a tener un limón que se cree cielo. Si metés blanco a lo bruto, se hace jabón. Buscamos sol en la pared, no pileta ni baño.
Diego cargó la brocha como quien sirve fideos y dejó caer un chorro de azul demasiado generoso. Instantáneo: sopa. Ariana, que aparecía/disparecía como asistente de museo, le alcanzó un trapo con pito de árbitro.
—Falta técnica —dijo, y sopló el pito imaginario.
Valentina rió y le puso una mano en la muñeca para frenar la ansiedad de mezclador novato.
—Círculos chicos —le dijo—. Ocho vueltas y cambiás de dirección. No mirés la punta, mirá el punto: ese centrocito donde el color decide quién manda.
Diego obedeció. Círculos: 1, 2, 3… 8. Cambió la dirección. El amarillo dejó de pelear, el blanco lo bajó de tono sin apagarlo, el azul se escondió como si le diera vergüenza.
—Eso —dijo Valentina—. Paciencia de flor. La flor te devora si querés apurarla.
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Editado: 01.11.2025