Un Amor de Locos

Ensayo con lluvia

Si vas a pintar durante una lluvia “leve”, definí leve. Para Rosa es garúa romántica; para Ocampo es filtración con antecedentes; para Diego es “cubre la cámara”; para Vale es “¡mirá el brillo!”. Para el perro, es siesta con ruido blanco.

______________________________________________________________________________

A las 16:07, Calle de los Azulejos se puso de acuerdo con el pronóstico del albañil: “Va a llover cuando a nadie le convenga”. Valentina miró el cielo como quien mira a un vecino que te pide azúcar y no devuelve el frasco.

—Si mojamos bien, el amarillo se vuelve miel —dijo, entusiasmada—. Si mojamos mal, se vuelve sopa.

Diego ya estaba en modo operativo: funda de cámara, micro dentro de bolsita con agujerito profesional, cinta en los cables, cara de “yo te acompaño pero no me obligues a nadar”.

—Plan toldo —propuso—. Amarramos de Ocampo a Los Tres y triangulamos con la farola. Goteras inevitables: una cada medio metro.

Ariana apareció con el semáforo de cartón (verde/amarillo/rojo) y un paraguas que decía “No me llames, yo te llamo”. Chicho se acomodó en el único cuadrado de piso que seguía seco, como si lo hubiera reservado en la app.

Rosa llegó con dos termos: caldo y limonada (porque su sistema de estaciones es y también). Ocampo acercó una escalera y declaró:

—Si el toldo se porta mal, le hablo.

Le habló. El toldo, como casi todo en Puerto Jacarandá, decidió obedecer a ratos.

Primer chaparrón: Valentina marcó con tiza el contorno de una flor y preparó el amarillo aguado en un balde humilde. La lluvia empezó como quien pregunta permiso. Diego puso REC. Ariana levantó amarillo (advertencia): “Cuidado con el charco del cable”.

Gota traicionera: deslizó por el borde del toldo, apuntó a la sien de Diego y se salvó con un dedo de Valentina que cambió de rumbo la micro-catarata. Sí, dedo en la sien. Sí, electricidad en 0.3 segundos. Codo y chiste al rescate:

—Te debo un casco… impermeable —dijo Vale.
—Hago colección —respondió Diego, sin soltar ojo del visor.

Segundo chaparrón: subió de volumen. Ocampo sostuvo la escalera con el cuerpo. Rosa puso toallas en el borde de la vereda. Chicho se pasó al charco con postura de spa. Valentina tiró una aguada finita sobre el centro de la flor: la pintura empezó a descender en filamentos suaves, como si la pared estuviera aprendiendo a llorar bonito.

—Ahí está —susurró Diego—. Reflejo adentro del charco. Esperá…

El charco devolvió el mural al revés; Valentina lo siguió con la brocha como quien corrige su propia sombra. Ariana bajó el semáforo a verde: “sigan”.

Tercer chaparrón: cinco minutos de no te hagas el valiente. Se refugiaron bajo el toldo, pegados pero con distancia de buenas costumbres. Valentina se sacó el sombrero (ya pesaba medio kilo) y lo colgó del clavo de la pared; desde ahí, el sombrero chorreó a ritmo de reloj de agua.

—Si nos reímos muy fuerte, nos entra lluvia por los dientes —advirtió Vale.

Rieron medio fuerte. Les entró muy poca.

_____________________________________________________________________________

La vereda se convirtió en tablero de espejos torpes. Valentina eligió tres: uno que hacía frontera con el cordón de la calle, otro que parecía ojo (tampoco nos pongamos poéticos; parecía), y un tercero que tenía miguitas de pan flotando (gentileza de Los Tres).

A ras de charco —ordenó Vale—. Vos encuadrás bajo, yo dirijo la caída. Si la gota corre derecha, frenás. Si se desarma, dejala; nos regala una textura.

Diego apoyó el mentón a dos dedos del piso (no me pregunten por higiene) y siguió la gota en foco. En el encuadre, el reflejo de Vale se volvía línea y velo a la vez. De tanto en tanto, el sombrero colgado hacía un plop exacto que marcaba el ritmo. Ariana anotó: “plop útil”.

Los niños del barrio sacaron barquitos de papel hechos con envoltorios de pan. Nati empujó el suyo con delicadeza de cirujana; Lucho hizo el suyo demasiado grande y se le quedó varado en la orilla (“Titanic de barrio”, bautizado). Santi sopló apenas y movió el reflejo lo justo para que Valentina entendiera que el movimiento no lo controla todo. Bien.

—Voy a pedir algo raro —avisó Vale—. No corran. Caminen lento y parejo por atrás. La pared necesita gente normal.

El barrio obedeció: vecinos cruzando con paraguas, una moto pasando despacio, Doña Mecha con bolsa de pan bajo el delantal (“no confío en las bolsas bajo la lluvia”), Rosa sirviendo caldo en vasitos de plástico, Ocampo sosteniendo cinta como arquero que no deja entrar goles de viento.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.