Si un dron entra a un barrio sin pedir permiso, las palomas lo declaran objeto volador comestible. Consejos de seguridad: casco, paciencia y una mano amiga que sepa cuándo decir “bajá, que acá manda el viento”.
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La mañana empezó con jacarandás exagerando el lila sobre Calle de los Azulejos y una conversación que, si fuera receta, pediría cantidades exactas: dos cucharadas de profesionalismo, media de orgullo y una pizca de “no la arruines”.
—Nos falta una toma alta —admitió Diego, sin cara de derrota, con cara de editor que ve el hueco—. La secuencia del mural de lluvia (sí, el del capítulo anterior) pide contexto. La vereda, el pasillo, la gente esquivando charcos… desde arriba se entiende mejor.
—Podemos pedirle a Brandon —dijo Ariana, como quien sugiere pedir un destornillador al vecino.
—¿A Brandon… drones Vega? —preguntó Rosa, que no olvida.
—Uno —aclaró Vale—. Una toma. Y con condiciones.
Hicieron mini-reunión debajo del toldo, con Chicho ejerciendo su silencio útil nivel experto.
Condiciones de Vale (dictadas en el cuaderno cuadriculado, letra que no deja lugar a interpretaciones):
—Firmo —dijo Diego con el marcador a mano, sonriendo porque esto de poner reglas útiles ya no le daba alergia.
—Le escribo —cerró Ari—. Si acepta, Mercado La Teja a las 17:00. Terraza, viento razonable y una señora que vende torta frita para los nervios.
El mensaje a Brandon salió con la precisión de quien no le debe al algoritmo ni un centavo de adulación. Su respuesta llegó a los tres minutos:
Brandon: “Hecho. Una toma, velocidad humana, 8s, crédito. Llevo filtros ND y buen pulso. Si Chicho quiere cameo desde abajo, le hago hola.”
Yo, que disfruto cuando los adultos actúan como adultos, asentí en privado. No duele nada.
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A las 16:40, la terraza del Mercado La Teja olía a fritura noble, cuero de bolsos y viento con diplomacia. Brandon llegó en bici —sin escolta de ego—, mochila de equipo al hombro, casco a mano. Saludó primero a Rosa, que ofrecía galletitas, después a Tita, que había subido con regadera (no pregunten: las plantas de la terraza también existen), y recién entonces a Vale y Diego.
—Gracias por invitarme —dijo Brandon—. Tranquilos: hoy vengo de trípode con hélices. ¿Me muestran el plano?
Diego desplegó en el celular un mapa con flechas dibujadas: inicio en la esquina, ascenso suave hasta 15 metros, desplazamiento corto para revelar vereda + pasillo + mural de lluvia todavía brillando en algunos charcos del borde, stop, descenso como quien apoya un vaso en la mesa.
—Sin tilt dramático —añadió Vale—. El drama ya está en la calle.
Brandon asentía como quien recibe una partitura y ya la escucha en la cabeza. Sacó el dron, lo acomodó en el piso, revisó hélices, puso peso pequeño para que el viento no lo malcriara, y probó.
—Viento a 18 km/h —informó—. Soportable. Si se pone bobo, bajamos. No me peleo con el clima, ya aprendí.
A mí me cae bien la gente que dice “no me peleo con el clima”. Suelen sobrevivir mejor a los capítulos.
Primer intento: despegue limpio, ascenso democrático, palomas desconfiadas. Brandon mantuvo la velocidad humana (bendito sea el punto 2), la cámara miró la vereda como quien llega tarde y no corre por vergüenza, y el mural de lluvia —ese que nació en chaparrón y quedó como si la pared hubiera aprendido a mojarse sin mojar— se abrió en el cuadro como flor que se atreve con la altura. Ojo: antes de llegar al tope, una racha de viento cruzó y el dron corrigió con un pequeño temblor.
—Se notó el temblor —dijo Diego, que tiene lupa en el oído.
—Lo vi —dijo Brandon, bajando—. Esperamos tres minutos. El viento respira raro; ya se calma.
Segundo intento: el viento efectivamente se acordó de su educación. La toma salió casi perfecta; al final, Brandon metió un amago de giro que no estaba en la partitura.
—Lindo el amago —dijo Vale, diplomática—, pero no lo necesito.
—Tenés razón —admitió él, sin ofenderse—. Me ganó la mano vieja. Vamos de nuevo recto.
Tercer intento: recto, tranquilo, 8 segundos que tenían olor a “listo, no lo toques”. Al bajar, Chicho eligió ese preciso momento para pararse justo bajo la sombra del dron; Brandon lo evitó con distancia de etiqueta.
—Aplauso de perro al final —bromeó Diego.
—Director Chicho aprueba la toma —añadió Ari, que grabó el making of con su teléfono por si mañana alguien pregunta “¿por qué usan una toma alta?”. Respuesta: porque sirve al relato, no al lucimiento.
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Editado: 01.11.2025