Si el barrio se queda sin luz, hay dos tipos de personas: las que buscan la linterna en el cajón correcto y las que iluminan con el celular al cajón equivocado. Consejo útil: una vela, dos vasos, tres respiraciones… y el corazón deja de hacer ruido raro.
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A las 19:11, cuando Taza Justa tenía el vapor en su punto y El Patio probaba la pantalla con el video de los charcos, Puerto Jacarandá decidió jugar a “quién se anima sin electricidad”. Plop. Negro. Un segundo de silencio, dos de “¿soy yo?”, tres de aplausos porque al barrio le encanta aplaudirle a lo inevitable.
—Tranquilos —dijo Lalo, sacando una caja de velas que tenía debajo del molino como si fuera un truco archivado—. La luz vuelve. Mientras tanto, café a precio de sombra.
Rosa apareció con una bandeja de flan que no necesitaba enchufes; Sergio sacó un alargue que no servía para nada pero da seguridad emocional; Ocampo trajo una linterna con el logo de su ferretería (“si esto no es marketing, no sé qué es”) y Ariana pegó su semáforo de cartón en la pared con cinta que, de casualidad, se veía bien a la luz de vela.
—Protocolo de apagón —anunció Ari—: sin correr, sin subir stories, sin gritar “¡traigan al electricista!” como si fuera Batman. Respiramos y… nos sentamos.
Valentina y Diego terminaron en la vereda de Azulejos, cada uno con un vaso (limonada para ella, café para él) y una vela clavada en un frasco de mermelada vacía. Chicho se acomodó debajo de la mesa como si la oscuridad cobrara peaje por pelaje.
—¿Cuánto dura esto? —preguntó Vale.
—Lo justo —dijo Diego, copiándose sin pudor de la frase que ella usó con la lluvia.
La calle bajó la voz. Doña Mecha pasó con una bolsa que sonaba a pan y a “guárdenme una silla”, el colectivo 42 se detuvo y la gente se bajó con humor (“todos al mismo bar, dale”), los niños jugaron a adivinar sombras (“esa parece una bicicleta triste”, “esa es un gato que estudia”). Tita llegó con dos fosforeras como si fueran flores.
—Para cuando la luz se hace la difícil —dijo—. Me quedo un ratito. Las plantas hablan mejor de noche.
Ariana se sentó en el escalón de al lado, revisó los mensajes que no podía enviar y decidió algo brillante: no enviar nada.
—Podemos estrenar sin pantalla —propuso Sergio—. Contamos la pieza y ya. Es radio, pero en vereda.
No era mala idea. A mí me encantan los estrenos que caben en una frase.
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Valentina apoyó el vaso de limonada y miró la línea torcida adoptada el día anterior. A la luz de la vela, parecía un camino de hormigas obedientes.
—Hoy me escribió Cobalto —dijo, sin vueltas—. Seguros adentro, “autora” en vez de “rostro”. Falta lo de permisos con nombres. No quiero “modelos” cuando son vecinos.
—Te lo juro por Chicho —respondió Diego—: si meten “modelo”, el video sale en mute con un subtítulo gigante que diga ‘vecinos con nombre’.
Rieron. Tita les alcanzó la vela un poco más cerca, como si acercarle la luz a dos personas fuera un oficio oficial.
—Me pasa algo raro —siguió Vale, bajando la voz—. Este “Cometa” que escribe… a veces me calma mejor que mis propias listas. Y después D aparece con una brocha o con el dedo exacto en el momento exacto, y pienso que el día me hace “doble” y me mareo. Capaz son coincidencias lindas. O capaz estoy inventando señales para sentir que sé qué hago.
(Nota al margen para ustedes: dijo “D” y miró la vela, no a Diego. Discreción con linterna.)
Diego la escuchó con la cara, como corresponde. Tenía diez frases en la punta de la lengua y una pared entera de paciencia sosteniéndole la mano.
—Lo que sea que te calme —dijo—, téngalo cerca. Si mañana deja de calmar, lo cambiás. Es válido.
—¿Y vos? —preguntó Vale—. ¿Qué te calma a vos?
Diego miró la vela como si fuera un reloj blando.
—A mí me calma cuando vos ponés límites y no temblás. Y cuando Charlamos sin… espectáculo —dijo, y la palabra se le puso mayúscula sola.
—Entonces aclaro algo —añadió Vale, con cuidado—: hay dos cosas que me calman. Una es lo que escribe Cometa. La otra es cuando D está cerca… —hizo una pausa, se corrigió a medias— cuando ciertas personas están cerca. Ya me entendés.
(Y sí: lo entendió. Ustedes también.)
Se quedaron un rato con ruidos chicos: la cuchara contra el vidrio, Chicho suspirando, una moto que tosía a lo lejos. El “casi” se paró al lado de la mesa y pidió asiento; ellos lo dejaron estar. No hubo beso ni discurso, hubo presencia. A veces alcanza.
—Me asusta perder algo si muevo un dedo —confesó Vale—. No quiero volver a… ya sabés.
—No lo vas a perder —dijo Diego—. Y si se rompe algo, lo arreglamos a ras de vereda. Ya tenemos herramientas.
No me obliguen a traducir “herramientas”. No son destornilladores.
Ariana, desde el escalón, los vio de reojo y no interrumpió. Ni una foto. Ni un chiste. Se ganó una estrella en su cuaderno invisible de “cosas bien hechas”.
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Editado: 01.11.2025