Un Amor de Locos

Bajito y cerca

Si van a subir el “tono romántico”, avisen al barrio: Rosa saca flan, Tita riega discursos, Ari imprime semáforos nuevos y Chicho se acuesta donde toque… por si hay que frenar un beso con elegancia.

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A las 9:07, Radio La Trama 93.9 olía a café de termo y a cables que han oído todo. Mecha & Rubén se sentaron frente al micrófono, Ariana preparó tres tarjetas gigantes (“harina”, “horno”, “sin rótulo”), Valentina y Diego quedaron del otro lado del vidrio, en el “acuario” de los que no salen pero sostienen.

—Bienvenidos —dijo Fede, el conductor—. Hoy: parejas reales. Pan y barrio. Nada de mármol.

Mecha habló como mezcla que ya sabe: manos, tiempos, madrugada, paciencia. Rubén contó lo del cajón de madera que era excusa para decir “hola”. Fede mordió una factura (literal) y se le nubló el libreto.

—Pregunta obvia —dijo, recuperando profesionalismo—: ¿cómo se mantiene lindo y verdadero… con cansancio?

—Mirando el pan —contestó Mecha—. Si te mirás solo a vos, te cansás el doble.

En el “acuario”, Valentina sonrió con los dos cachetes. Diego también, con los ojos (sí, existe esa técnica). De pronto Fede tiró una línea hacia el vidrio:

—Y ustedes, los del “equipo vereda” —señaló—, ¿son qué? ¿Amigos, socios, dupla? Digo, porque hay química a través del vidrio, no me hagan sentir loco.

Cortá a Ariana levantando su semáforo amarillo como si fuera tarjeta de VAR y respondiendo con señas tipo teatro: “Decí ‘equipo’”. Valentina tomó el pulgar de Diego por debajo del borde de la mesa (nadie los veía salvo yo, y yo no cuento… mucho) y dijo al aire:

—Somos equipo de vereda.

Diego asintió. Yo traduje para ustedes: equipo hoy, veremos mañana. El vidrio devolvió dos latidos y un reflejo que parecía intencional; no lo fue. A veces el vidrio sabe.

La entrevista cerró con horno, abrazo y aplauso de sala. Mecha & Rubén dejaron pan. Fede preguntó si podía pasar un día por Los Tres “a oler trabajo”. Yo lo noté: la radio entendió.

Al salir al pasillo, Valentina tocó el antebrazo de Diego como quien comprueba batería.

—Gracias por estar atrás del vidrio —le dijo.

—Era adelante —respondió él—, solo que con vidrio.

Sí, ya se están volviendo buenos para hablar bajito.

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De la radio a la calle hay una rampa. El viento de Puerto Jacarandá decidió jugar a despeinar y Valentina sujetó el sombrero; Diego ofreció el casco (sí, el de siempre).

—Ponételo bien —dijo él, acercándose dos pasos que parecieron tres. Ajustó la correa bajo el mentón de Vale con esa torpeza de quien sabe exactamente qué hace y aun así pide permiso con los ojos. El pulgar rozó la piel un milímetro antes de la hebilla; 1.7 segundos; Chicho, que no estaba, ladró igual en mi cabeza. Reglita: contacto breve, color vivo.

—Gracias —dijo ella, voz un poco más abajo. Le quedó una marca finita de la correa. Diego se la enderezó sin tocarla, con un “así” al aire, y retrocedió medio paso.

Cruzaron hacia Taza Justa. Lalo ya tenía dos vasos esperándolos: uno con sticker de mini taza (el de Vale) y otro con un cometa dibujado por Nati sin intenciones ocultas (yo me reí igual; el destino tiene humor barato).

—Hoy hay viento bueno —dijo Lalo—. Si van a filmar a ras de piso, llévense esta servilleta. Es para apoyar el teléfono, no para llorar.

Se sentaron en la vereda. Diego sacó los auriculares y dejó un lado para ella. Pusieron una playlist corta: ‘Andar Conmigo’ — Julieta Venegas, ‘Déjate Caer’ — Los Tres (ironía de título, gracias), ‘La Despedida’ — Drexler. Compartieron cable y silencio. Valentina marcó el ritmo con la uña en el vaso, Diego con el índice en la tapa del termo. Pequeños tambores de “estoy acá”.

—¿Te pesa algo? —preguntó ella.

—Menos que ayer —dijo él—. Creo que dormir 6 horas seguidas ayuda.

—Y pan de Mecha —agregó Vale, con una miga en la comisura. Diego iba a señalarla; se arrepintió. Vale la pescó sola y se rió con su risa chiquita. Una señora que pasaba murmuró “qué linda pareja” por costumbre. Ellos no contestaron; el viento sí: les juntó las sombras otra vez, sin pedirles permiso.

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Agenda del día: B-roll de costumbre. Se llama así porque es lo que no se ve cuando gritan los títulos, pero sostiene todo. Manos que atan cuerdas, señores que cepillan baldosas, chicos que pasan en bici y saludan sin bajarse, Rosa que deja flan en la heladera de El Patio con un papel “para más tarde: no tocar”, Ocampo que cambia un foco “sin cobrar porque me gusta la luz bien puesta”.

Valentina pintó una flecha diminuta en el borde del pasillo: señalaba la línea torcida adoptada. Al lado escribió con marcador fino: “acá respira”. Diego la filmó a 10 cm del piso, foco en la punta de los dedos.




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