Un Amor de Locos

La pista de Cometa

Si van a esconder un secreto en una computadora, no lo bauticen con el nombre del secreto. Y si encima le ponen “_final”, pónganle al menos “_versión_para_más_tarde”. Consejo gratis.

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A las 16:10, el aula multiuso de la Escuela 42 olía a témpera lavada y a merienda con pan y banana. Valentina entró con su caja de tesoros: cintas de papel, marcadores, un frasco con pinceles que han visto cosas. Diego puso la cámara a ras de zapatilla, porque en los talleres el mundo se cuenta desde abajo.

—Hoy practicamos línea torcida adoptada —anunció Vale—. No se borra, se acompaña.

Los chicos se dividieron en mesas. Nati pegó una cinta torcida y le dibujó pestañas (“para que no se sienta sola”). Lucho intentó una recta, le salió río; festejó igual. Santi preguntó si podía hacer una flecha que diga “acá respiro” para su cuaderno. Sí, siempre sí.

Diego iba y venía con paneos bajitos. Santi se quedó mirando la cámara:

—¿Ese sticker qué es? —señaló en el lateral del rig.

Era un cometa pequeño, viejo, medio rayado. Diego sonrió con cara de “regalo de otra vida”.

—Un cometa —dijo—. Me sigue desde el cole.

—¿Y no se cansa? —preguntó Nati.

—Se cansa de vez en cuando y entonces lo pego de nuevo —respondió.

Valentina, que estaba ayudando a pegar una flecha, vio el sticker sin buscarlo. Micro sonrisita. Lo registró y siguió. Nada de música dramática: un apunte en lápiz.

El taller avanzó hermoso: pestañas en líneas, flechas diminutas en los bordes de hojas, una mini-galería improvisada con piolín. Doña Mecha apareció con pan con manteca para todos (“arte con hambre no pinta igual”). Diego captó un tilín de bandeja que le gustó para cierre.

—¿Esto va a salir en la tele? —preguntó Lucho.

—Mejor —dijo Valentina—: va a salir en el barrio.

Yo aplaudí en silencio. La tele que nos interesa está a dos cuadras.

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Más tarde, El Patio era sala de edición y de mate. Ariana pidió los audios de ambiente:

—Pasame lo de escuela “taller_niños” y lo de “tilín_bandeja”. Quiero chequear niveles.

Diego conectó el disco. Carpeta abierta en el proyector:
/PUERTO_JACARANDA/sonidos/ambiente/
Subcarpetas como dios manda: charcos, taller, mercado, radio.

Valentina, al lado, con marcador en mano y una lista de “cosas que sí” (no chillar, no cortar respiración, créditos claros). Diego buscó “taller” y, en ese gesto veloz de quien navega a ciegas, quedaron a la vista dos archivos en “varios” durante medio segundo:
respirar_bajito.wav
cometa_final.wav

La vista siguió. El cursor entró a “taller_niños”. Ariana ya estaba escuchando el “tilín”. Valentina no dijo nada. Miró a Diego, no a la pantalla. Ubicó el marcador en la lista, subrayó “acá respira” y sonrió. Sí, lo vieron: eligió persona sobre pista.

—Ese “tilín” va justo antes de “lindo y verdadero” —dijo Ari.

—Uno solo —apuntó Diego—. Si repetimos, pierde magia.

—Firmo —dijo Vale.

Yo también, aunque mi firma no cuenta.

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Atardeció Puerto Jacarandá en tonos de durazno. Valentina y Diego se quedaron en los banquitos de Azulejos mientras Rosa cerraba la ventana de la cocina y Ocampo encendía la luz del cartel. Chicho eligió sitio a dos pasos, en postura de “yo vigilo sueños”.

—Tenés pintura acá —dijo Diego, señalando el cuello de Vale: una rayita amarilla escurrida desde la oreja. Sacó su pañuelo (de esos que ahora decide llevar) y lo acercó con permiso en los ojos. Limpió sin apuro. Levantó el pañuelo un segundo para mirar el resultado y volvió a pasar suave. Nada de escenita; cuidado con respiración.

—Gracias —dijo Vale—. Hoy me pasé de cariñosa con la témpera.

—La témpera también te eligió —contestó él.

Se quedaron mirando la pared un rato. El barrio bajó un tono. En alguna radio sonó “Te vi” (Babasónicos) a volumen de baldosa. Valentina tomó aire y lo dijo corto, como había aprendido:

—Si un día tengo que elegir entre hacer todo rápido o hacerlo con vos, elijo lo segundo.

Diego tragó saliva con cara de que no se atraganta jamás y aun así casi. Respondió sin desviar:

—Yo también.

No buscaron beso; buscaron silla. Encajaron hombro con hombro. Los dedos de Vale encontraron la curita amarilla de ayer y la tocaron como quien se acuerda de estudiar. Diego dejó el pañuelo a mano, por si aparecía otra témpera con ganas.

—Hoy vi un sticker en tu cámara —dijo Vale, mirando al frente.




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