Un Amor de Locos

Arreglar sin dejar de decir

Si aman las sorpresas, recuerden esta: las mejores no llegan con papel brillante, llegan con escalera corta, marcador indeleble y alguien que dice “no te preocupes, yo sostengo”.

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A las 7:11, Ocampo mandó foto al grupo “Barrio en Obra”: una de las flores del mural de lluvia amaneció con un tag negro atravesándola: dos letras torpes, firma apurada. Nada grave, pero en el pecho da como cuando te rozan con carpeta en el mismo lugar del raspón.

—Voy —escribió Valentina antes del segundo tilín.

A las 7:35, ya estaba ahí con sombrero, brocha fina, solvente y ese humor raro de la gente que sabe arreglar: no está feliz, tampoco está en guerra; está. Diego llegó con termos, trapo y pulso.

—¿Te llamo refuerzos? —preguntó él.

—No. Quiero hacerlo yo —dijo Vale—. Si aparece el autor, mejor: le invito café y le explico bordo y respiración.

Se rió sola de su propia didáctica. Diego no se metió. Puso el termo en el suelo, se inclinó para mirar el trazo. Toque mínimo con trapo, giro de muñeca, secó sin borrar color. Valentina respiró para entrar. Ariana cayó con cinta para delimitar “no pisar” y un cartel de cartón: “Cinco minutos de silencio, la flor está pensando.” Lo pegó como si fuera decreto.

Pasó Héctor (el puntilloso ya convertido a devoto). Se quitó la gorra, gesto breve de respeto. Rosa dejó dos medialunas en una servilleta. Chicho eligió la sombra buena pero, por milagro, no se atravesó. Tita envió audio: “tres capas finas, no te pelees con el borde”.

Valentina atacó el tag con solvencia de cirujana que estudió en vereda: capa de limpieza, capa de color, y una capa de respiración —esa que parece detalle menor y, en realidad, salva el día. Diego sostuvo escalera, termo, ojo. Una vez le acomodó el sombrero de vuelta, porque el viento quiso travesura. 1.4 segundos de roce con la punta de los dedos; sí, tengo cronómetro interno.

—¿Ves? —dijo Vale sin mirar—. No quiero que quede perfecto. Quiero que quede verdadero: flor con cicatriz.

—Queda mejor que antes —contestó Diego.

—Gracias —dijo ella. Significaba “gracias por dejarme arreglar sin invadirme”. Lo traduje para ustedes.

En veinte minutos, la flor respiraba otra vez. No borraron; adoptaron. Ariana sacó una foto solo para archivo. Ocampo guardó el cartelito en caja de tesoros.

—Si el autor del tag vuelve, lo invito a pintar la vereda —dijo Vale—. Capaz le falta marco.

Diego sonrió. A mí me dio ganas de aplaudir, pero guardé las manos: a veces el aplauso asusta a la flor.

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A las 8:22, apareció un chico de gorra y mochila. No tenía cara de culpa, tenía cara de curiosidad con defensa. Paró a un metro, miró la flor arreglada, miró el piso.

—¿Fui yo? —preguntó sin preguntar.

Valentina bajó de la escalera, no lo miró desde arriba.

—Puede ser. Si fuiste, gracias por venir a mirar cómo se arregla.

El chico arrugó la boca.

—Me pareció lindo, igual —dijo, señalando la flor—. Solo… no sé. Tenía marcador.

—A mí me pasa lo mismo —dijo Vale—. Siempre tengo brocha. Si querés, te lo cambio: me das el marcador, te doy pincel. Probás en el cartón. Si te gusta, hacemos marco y pintás al lado.

El chico la miró con cautela.

—¿No me vas a retar?

—Ya lo hice —dijo Vale—. Adentro, diez segundos. Después me aburrí. Prefiero que aprendas.

Diego se quedó dos pasos atrás. “No tropees escena buena”, decía su manual. Ariana sostuvo la cinta y no intervino. Rosa alcanzó un vaso de agua; Ocampo acercó cartón. Chicho movió una oreja como para votar.

—Me llamo Vico —dijo el chico, al fin—. Yo… firmo Vico porque no me animo a escribir el nombre entero.

—Firmá Vico—dijo Vale—. Pero hacelo acá —y señaló el cartón.

Diego pivoteó una cámara de bolsillo sin encenderla. Sí, sin encender. Hay cosas que se filman primero con la cara. Vico probó trazos. La línea se le fue torcida. Valentina sonrió:

—Esa la adoptamos —dijo—. Mirá: flecha chiquita que dice “acá respira”. Y tu firma acá. Con nombre.

Vico bajó la guardia. Ariana entregó un sticker pequeño: taza. Taza Justa regala uno por cada aprendizaje no dramático. Vico se lo pegó en la mochila.

—Si venís mañana, te doy un borde —sumó Vale—. De esos que sostienen.

El chico asintió, guardó el marcador, se fue con cartón y taza pegada. Diego por fin prendió la cámara, un segundo tarde a propósito, para capturar solo la cola de la escena: Vale acomodando la brocha en el balde como quien desactiva una alarma.




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