Un Amor de Locos

Ensayo general (con barrio)

Si van a hacer un “ensayo general”, lleven tres cables y una sola mentira: “ya casi”. El truco es que “ya casi” sea verdad antes de que se enfríe el flan.

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A las 08:02, la pizarra de El Patio decía con fibrón grueso:
HOY: pan + taza + borde (corte) → proyección barrio 19:30.
Debajo, en letra de Ariana: “Traer: enchufes, cinta, paciencia, agua, voz”.
Valentina agregó con marcador amarillo: “y nombre”.

—¿Hoy invitamos a todos? —preguntó Rosa, que cuando dice “todos” habla de gente y de destinos.

—Todos los que quepan —respondió Vale—. El resto, mañana.

Diego revisó el timeline con auriculares medio puestos. Sergio descargaba baterías como quien prepara un picnic. Ocampo donó una caja de “por si”: tornillos, precintos, cinta extra, milagros pequeños.

—El corte cae justo —dijo Diego—. Entran Mecha & Rubén, Lalo & Inés, Vico con borde y flor con cicatriz cerrando. Tres respiros en el medio.

—Y créditos con nombre —marcó Vale—. Sin eso, no hay respiro que valga.

Ariana señaló la pizarra con su semáforo interior invisible: verde. Cuando a Ari le sale ese verde, hasta el proyector prefiere obedecer.

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A las 10:15, entró un señor con camisa planchada que olía a salón con aire central. Traía tarjeta con logo discreto y una sonrisa entrenada para reuniones de veinte minutos.

Martín —se presentó—, del equipo de marca. Vengo a ver cómo va. Nos entusiasma “lo auténtico”. Si puedo aportar, me dicen.

No sonó amenaza; sonó a “quiero entender”. Valentina lo invitó a la mesa y le mostró un frame de cada pareja. Diego contó el tono: “bajo, sin rótulo, con nombre”. Ariana resumió los límites: “sin vitrina”.

—¿Y el ángulo de ustedes? —probó Martín—. El algoritmo quiere una historia que empuje.

—Empujan ellos —dijo Vale, señalando pan, taza, borde—. Nosotros sostenemos cables y contamos bien.

—La marca cabe si no pisa —agregó Diego—. Taza donada, pizarrón sumando, crédito abajo.

Martín miró, pensó y no jugó a vendedor.

—Me llevo eso —dijo—. Si quieren tazas extra para mañana, yo las pongo. Pero que salgan de acá, no de una gráfica.

Ahí le vi la humanidad al logo. Rosa trajo café. Ocampo ofreció cinta por si “lo auténtico” necesita pegarse a una pared. Martín se fue sin foto. Bien: no todo momento se captura.

—Me gustó —dijo Valentina cuando cerró la puerta—. No vino a pintarnos el copy.

—Vino a escuchar —cerró Diego, sorprendiéndose de cuánto calma eso.

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A las 12:03, Vico llegó con la mochila y la taza pegada un poco torcida (detalles que enamoran). Valentina le guardó un metro cuadrado de pared —borde donde no molesta— y le pasó la brocha con cinta a la mitad.

—Hoy vas a ensanchar —explicó—. Y si la línea se va, no peleas: la adoptás. Si querés pestañas, me avisás.

Diego filmó desde atrás otra vez. Ariana marcó perímetro con cinta y puso un cartelito nuevo: “Respete el borde en proceso”. Sergio dejó el proyector en la sombra, Rosa sumó agua, Chicho bostezó con disciplina.

La línea de Vico se quiso escapar a la derecha. Valentina sonrió:

—Ahí entran dos pestañas —susurró—. Mirá: acá y acá.

Vico copió la idea. Sonrió con orgullo que le salió por las orejas.

—Mañana traigo a mi prima —dijo—. Pinta flores.

—Traela —dijo Vale—. Le guardo flor con cicatriz para que la vea de cerca.

Pedagogía de vereda: un borde adoptado hoy vale por diez paredes sin firma mañana.

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A las 16:10, Sergio intentó la primera prueba de proyección. El proyector encendió, el audio dijo presente, la pantalla se anunció y… un cable decidió recordar que nadie es perfecto: contacto intermitente. “bzz—silencio—bzz”.

—No te voy a rogar —le dijo Diego al cable, con tono de psicólogo. Lo desenchufó, sopló, volvió a conectar. Bzz—ok. Por ahora.

—Plan B si se corta —apuntó Ariana—: parlante de refuerzo y subtítulo grande.

Valentina sacó un trapo y limpió con cariño el acrílico de la pantalla. Lo hace como quien seca platos que se heredan.

—Si hay silencio —dijo—, dejamos que el barrio haga ruido.

Yo lo firmo: nada llena mejor un bache que un murmullo de vereda.

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Antes del evento, Valentina pasó por la casa a buscar un pulóver fino. Diego esperó en la vereda con su “kit de arreglos sin drama”: precintos, curitas, pañuelo, destornillador, pinza y un pequeño misterio: un sobre. Nada épico; lo llevaba como quien aún no sabe si lo usará.




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