Un Amor de Locos

La devolución

Si vas a “solo devolver una cosa” con un ex, llevá agua, un plan de salida y un chiste en el bolsillo. Nunca se sabe cuál vas a usar primero.

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A las 8:31, en Azulejos (calle Jacinto 412), Valentina abrió el local con llave prestada por Mecha. Olor a polvo bueno, estantes con cajas que dicen “tornillos felices” y un mostrador que todavía cree que es domingo. En su hoja de hoy, tres columnas: hacer, decir, respirar.

  • Hacer: poner el paquete sobre el mostrador y no tocarlo hasta que llegue Mateo. Grabar audio “por si” (no para subir, para memoria).
  • Decir: “Gracias por devolver. Estoy bien. Que te vaya bien.
  • Respirar: dos veces antes de cualquier frase larga. Tres si aparece nostalgia con perfume.

Llevaba el pañuelo en la muñeca, una camiseta blanca y el suéter de Diego doblado en la mochila “por si la brisa se cree importante”. Le temblaba el índice izquierdo; nada trágico, apenas un metrónomo.

A las 8:44, Ariana dejó una nota bajo la taza de metal: “Si la charla quiere ser de dos horas, hacela de diez minutos. Si te dicen ‘era nuestra canción’, decí ‘hoy no soy Spotify’. Te quiero.” Rosa mandó audio: “Estoy a dos cuadras; si me necesitás, toses ‘mamá’, yo caigo.” Sergio prestó un banquito y Ocampo dijo que el timbre está sensible (dato inútil pero cariñoso).

Diego escribió “voy a estar cerca sin invadir” y no lo mandó. En lugar de eso, apareció en Taza Justa a las 8:55, pidió dos botellas de agua y una bolsa de chicles de menta. Sí, de esos. Los metió en su mochila como si fueran cámara y micrófono. No miró hacia Azulejos; se sentó de espaldas a la vereda, sobre el banco junto a la planta de sansevieria. Yo lo vi. Ustedes también.

—Plan —dijo Ariana, al pasar frente a él—: si te escribo “cable”, te acercás un paso. Si te escribo “foco”, te quedás donde estás.

—Entendido —dijo Diego. No es broma: es logística con corazón.

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A las 9:07, Mateo entró. Campera gris, sonrisa lateral, ese peinado que promete tormenta y suele traer neblina. Traía una caja de cartón con cinta azul. La apoyó en el mostrador con un golpe suave.

Vale —dijo, con voz de “ensayo espejo”.

Mateo —respondió ella, con voz de “manual vereda”.

Silencio breve. Atrás, en la calle, pasó un carro con bidones cantando glunk-glunk. Eso ayuda.

—Vengo a devolver —abrió él, literal—. Ahí está: tus marcadores finos, el cuaderno a cuadros, un pendrive (no lo abrí), y… —metió mano al bolsillo— esto. Sacó un llavero con una llave vieja.

Valentina lo miró. La llave del piso donde, una vez, discutieron el color de una tarde entera. El objeto no pesa, pero trae eco.

—Gracias —dijo. No le tembló la palabra.

—Yo… —Mateo trazó un gesto con la mano, como quien acomoda aire—. Quería decir que el video que hicieron del pan está lindo. Y que Brandon subió algo alto el otro día pero lo de ustedes tiene… otra cosa. Más… ustedes.

Vale no mordió el anzuelo ni el halago.

—Gracias —repitió, misma temperatura.

—No sé —siguió él, medio enredado—. A veces pienso que yo te pedía catálogo cuando vos querías barrio. Y que si volvemos…

No volvemos —dijo Vale, amable pero recta—. Gracias por devolver. Estoy bien. Que te vaya bien.

No había veneno ahí. Había orden.

Mateo miró la caja como si el cartón fuera a contestar por él. Buscó un cabo suelto y encontró uno peor:

—Escuché cosas de una “dupla creativa” con… —no dijo el nombre, pero tocó el aire donde se pone un casco.

Valentina no parpadeó raro.

Trabajo con Diego, con Ariana, con Sergio, con el barrio. Si te referís a “duplas”, que lo diga el crédito. A mí me alcanza el nombre propio.

Los ojos de Mateo fueron al llavero que ya estaba en el mostrador. Hizo sí con la cabeza. Luego dijo lo único inteligente del día:

—Tenés razón.

La caja raspó un poquito la madera. Valentina la corrió al borde interno, donde van las cosas que se quedan. La llave, al bolsillo del pañuelo. El llavero—ese que decía “MATE”—se quedó huérfano. No me pidan que lo adopte.

—¿Querés agua? —preguntó Vale. El manual vereda es feroz pero educado.

—No —dijo Mateo—. Gracias por recibir. Y… perdón si alguna vez fui ruido.

—Que te vaya bien —cerró Vale, con una curva apenas en la voz. No era rencor. Era fin.

Mateo asintió. Salió. El timbre sensible hizo ti-ti-ti como si aplaudiera, mal.

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Ariana escribió “cable”. Diego se puso de pie en Taza Justa; no corrió. Dos pasos. Tres. Cruzó frente a la librería. En la esquina, Rosa miró una vidriera que no le interesaba (gran actriz). Sergio apareció con una escalera que no necesitaba (gran utilero).




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