Un Amor de Locos

Lista de fiesta, vereda en calma

Si van a organizar “algo chiquito”, hagan una lista grande. Los festejos de barrio son como las enredaderas: empiezan en una maceta y terminan trepando toda la cuadra

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A las 9:07, El Patio abrió con olor a pan tibio y témpera tapada. En el pizarrón, Ariana escribió en letras grandes:
CIERRE “PUERTO JACARANDÁ – VEREDA” → FIESTA DE BARRIO

Debajo, la lista:

  • música vecinal (equipo chico + playlist compartida)
  • limonada y pan (Rosa + Vico)
  • sombra y sillas (Sergio + Ocampo)
  • guirnalda de papel (Tita con la prole)
  • micrófono para dos palabras (máximo 90 segundos)

Sin placas ni moños —dijo Ocampo, señalando el pizarrón—. Que hable la pared y la cuadra.
—asintió Valentina, ajustándose el pañuelo—. Que el recuerdo sea el saludo en la vereda.

El pizarrón quedó como un mapa simple y todos se movieron sin apuro: Ariana probó el enchufe del equipo chico; Sergio midió a ojo dónde cae la sombra a las seis; Tita recortó los primeros banderines con los chicos; Rosa dejó dos limones sobre la mesa “para tentar la jarra”. Entre tijeras, cables y una playlist a volumen bajo, el reloj avanzó sin ruido.

A las 10:15 ya había sillas apiladas, cinta de pintor en el bolsillo de Ocampo y Diego revisaba correos al costado de la puerta, como quien controla el clima.

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10:22. El teléfono de Diego vibró con su tono de “reunión que no es reunión”. Atendió, caminando dos pasos hacia la puerta.
—Sí, buen día… Sí, el cierre es simple… Sí: vereda, gente del barrio, sin protocolo… —Silencio—. ¿Querés venir?
Valentina levantó la vista. Diego volvió a entrar con la frase ya armada:
—El jefe quiere estar. Dice que le hace bien respirar veredas.
—Respiran mejor que los powerpoints —dijo Ariana, anotando “jefe: confirmar hora” en el pizarrón.

Entre cables y tazas, Valentina extendió una guirnalda de papel. Se enredó con el borde de una silla. Diego se acercó “solo a sostener”.
—Yo la tengo —dijo él.
—Yo también —respondió ella, pero sus manos quedaron un segundo en la misma cuerda.
Regla 1 (no mezclar): en teoría firme. En la práctica, un nudo doble que se hizo solo y nadie desató.
—Listo —dijo él, soltando primero.
—Listo —repitió ella, tardando medio latido.

La guirnalda quedó derecha; la regla, con una comita al final. A veces el “no mezclar” no se rompe: se escribe en cursiva.

Sergio midió sombra y viento. Ocampo armó un “arco” con dos cañas y cinta de pintor para marcar el espacio de palabras (máx. 90 segundos, lo decía un cartelito).
Rosa apareció con dos jarras gigantes.
—Limonada con pepino. Y un poco sin pepino por si los niños.
—Primero la vereda, después los discursos —resumió Tita—. Que el mural hable un rato y nosotros lo escuchamos.

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11:48. Notificación. Diego leyó y mostró sin hacer show:
“Confirmado: paso 17:30. Voy a escuchar y saludar. Nada de discursos.”
—Mejor —dijo Valentina—. Que el cierre sea de quienes caminaron la vereda.

En el borde del mural, una mancha mínima pedía corrección. Valentina subió al banquito; Diego, como quien no quiere la cosa, sostuvo el banquito con la punta del pie.

—Si me caigo, te reís después —bromeó ella.
—Primero te agarro, después me río —contestó él.

La risa no llegó; sí un silencio cómodo. Regla 1 (no mezclar): en teoría firme, en la práctica, un nudo que se hizo solo y nadie corrió a desatar.

A un costado, Ariana armaba el mensaje para el grupo de vecinos en el celular:
“Mañana, 18:00, cierre simple en la vereda de Ocampo. Traigan su vaso. Hay limonada, música bajita y dos palabras nomás: ‘gracias’ y ‘seguimos’. Quien quiera lee su nombre en la pared (chiquito). Sin escenario. Con sombra. —El Patio”
Valentina bajó del banquito, miró de reojo la pantalla y agregó: “Queda el mural. Quedamos nosotros.” Enviar.

Almorzaron sandwich y mate sobre la mesa larga. Entre migas y cables, Ariana, sin levantar la vista, dijo:
—Me gusta cuando se cuidan sin interrupciones.
—¿Quiénes? —preguntó Sergio, ocupado en un conector.
—Los cables —mintió Ariana, sonriendo a la taza.

El narrador, tomando nota: a veces el mejor ensayo de abrazo es sostener un banquito; el mejor manifiesto, un mensaje de texto; la mejor regla, la que aprende a doblarse sin romperse.

Vico llegó con su parlante y, antes de enchufarlo, levantó el pulgar. Probaron volumen. Tita, al lado del micrófono, leyó en voz alta —ocho segundos exactos—:
—“Gracias.”
Silencio breve.
—“Seguimos.”
Aplauso de ensayo. Ocampo, contento, dibujó una flechita de tiza apuntando al cielo.

En el pizarrón, Ariana actualizó el checklist:
• Música lista
• Limonada y pan
• Sillas y sombra
• Guirnaldas
• Jefe confirmado (17:30)
• Cartelito “90 segundos”
• Trapo húmedo para manos con pintura

Diego dibujó en el margen un pequeño jacarandá. Valentina ya le estaba alcanzando la tiza sin que él la pidiera: otro quiebre mínimo a la Regla 1, esa complicidad de leer el gesto antes del pedido.

—Backup “por si” —anunció Ariana, cerrando la compu.
—Y otro por si el “por si” —remató Valentina, y el equipo rió el chiste que ya era de la casa. Diego la miró como si el chiste hubiera sido inventado para este día.

La vereda quedó lista pero quieta, como mesa puesta antes de que llegue la gente. Nadie habló de discursos; todos hablaron de vasos. Tita, acomodando guirnaldas a la sombra:
—Mañana es de los nombres. Hoy, de las manos.




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