Una noche como cualquier otra, después de tanto tiempo, Reyna volvió a tener aquel sueño.
En él, ella tendría unos 5 años, fue durante una de esas noches en la vieja casa de sus padres, su madre usaba su vestido favorito, uno de holanes y flores blancas.
Como cada noche antes de que fuera a dormir, Reyna pedía a su madre le leyera un cuento, la mujer acostumbrada a ello, solía sacar de la cajonera amarilla que se situaba junto a la cama, un librillo extraño que había traído de su viaje a china, aquel libro, era de color dorado, estaba decorado por piedras que parecían joyas, una en cada punto cardinal, una roja, otra era verde, otra más amarilla y la última era azul, raras siluetas detrás de las piedras formaban parte del grabado.
En aquél libro, había letras raras que parecían pequeños laberintos y dibujos hechos en tinta dorada que representaban a los personajes de la historia que su madre solía contarle.
Cuando narraba su voz era suave en los oídos de la pequeña, sus dedos acariciaban el liso cabello de Reyna, cuando no estaban girando la página. Esa historia extraña por alguna razón siembre la intrigó, pero al pasar de los años Reyna se fue olvidando de ella, así como de su madre, pero esa noche volvería a recordarla de nuevo.
Érase una vez, los Cuatro Reyes Celestiales, tras la guerra que casi acaba con la humanidad, ellos fueron asignados a proteger los cuatro puntos cardinales en los que se dividía mundo de los humanos, los guardianes, eran residentes del mundo espiritual el cual existe sobre el cielo.
El rey amarillo, portador de una sombrilla mágica con la que controlaba el viento, quien comandaba el norte, de él se decía que era capaz de escucharlo todo.
El rey azul, él portaba una espada forjada del agua de los cielos, comandaba el sur y según se contaba, podía acrecentar lo que tocaba.
El rey rojo, su arma era una serpiente color del fuego, que podía dividirse en varias más pequeñas, ellas formaban una lanza o un látigo y el comandaba el oeste, este rey podía verlo todo.
Y, por último: Nuestro protagonista, el rey verde, él era quien usaba una flauta que se podía transformar en diferentes instrumentos musicales, él protegía el este y era el quien podía controlarlo todo haciendo uso del sonido.
Juntos, los protectores del mundo y su séquito, una legión de criaturas sobrenaturales, montan guardia para proteger a los mortales frente a otro ataque los Oscuros, durante aquella guerra el Rey verde se enamoró de una humana a la que convirtió en su reina, Mei ling, fue la mujer que lo traicionó y huyó con su corona hacia el mundo mortal…
El relato procedente de las memorias de Reyna se detuvo al verse interrumpido por el chillido que se acrecentaba a medida que el sonido agudo se repetía, era su despertador.
Con delicadeza, extendió su brazo por debajo de las sabanas hasta alcanzar el relojillo de vidrio y madera, lo presionó y se puso de pie inmediatamente en un movimiento automático.
- Hace mucho que no pensaba en cosas del pasado, tal vez por eso ahora lo sueño… — suspiró preocupada, pero sabía que no tenía tanto tiempo como para dedicárselo, así que salió de su habitación rápidamente.
Como cada mañana, Reyna, decidió desayunar algo ligero, escogió un conjunto sencillo de color rosa opaco era sutil pero presentable, encendió el reproductor de la sala de estar y comenzó a escuchar las canciones más alegres que tenía en la lista de música, sabía que la junta de las 8:00 sería una tortura así que comenzó a trabajar en la actitud necesaria para ese día.
De hecho, así es como había vivido desde que aquel funesto incidente sucedió, esa mascara de “todo está bien” es la que la mantenía a flote desde hace años.
Una figura esbelta y despeinada, apareció frente a ella cuando comenzó a bailar mientras degustaba un pan tostado, era su hermana menor Ania del castillo, de 17 años, una estudiante de preparatoria interesada en el baile, era alegre y solidaria.
- ¿Déjame adivinar, otra vez es día de junta en la oficina? — dijo la adormilada hermana menor de peculiares ojos negros, Ania.
- ¿Soy tan obvia? — preguntó sonriendo la ejecutiva de ojos color cafés.
- Si hermana, siempre que tienes que ver a todos los de tu empresa, en la que tú llamas “la mesa del juicio” escuchas esa lista de música — la miró inquisitiva la joven aproximándose a la mesa.
- Tan lista, por algo eres mi hermana — dijo burlonamente Reyna.
- No intentes cambiar el tema, ¿ahora que te hicieron esas arpías? — dijo tomando el otro pan que Reyna había preparado y dejado frente a su plato acompañado de un vaso de jugo.
-Seguramente intentaran culparme de que perdieron otra cuenta. — dijo con desgano mientras ataba su largo y lacio cabello negro.
- Pero seguro que ya pensaste en alguna contramedida — sonrió la menor.
- Sí que me conocer bien Ania. — dijo segura — por cierto, ¿quieres que te lleve a la escuela? — pregunto amable mientras se ponía los zapatos.
- No hace falta, la primera hora es libre, así que me tomare mi tiempo. — dijo decidida la joven de negro y lacio cabello.
- No insistiré, pero a cambio recuerda ser cuidadosa — Reyna aún tenía aquella sensación de pérdida, ese miedo que trataba de apoderarse de ella siempre que dejara la guardia baja. — si te descuidas un segundo, la vida te da sorpresas desagradables — su mirada parecía perdida en la nada cuando se lo dijo, aquellas memorias desagradables aún la atormentaban.
- Si hermana… — Ania no diría nada que contradijera a su hermana, no sobre ese tema aun cuando las recomendaciones le parecieran exageradas — ¡Hermana, recuerda arruinarles el día a las arpías! — dijo Ania guiñando y su hermana volvió la vista a ella antes de salir sonriendo.
#47062 en Novela romántica
#22375 en Fantasía
#8916 en Personajes sobrenaturales
amor, romance entre humana y un dios, romance humana y ser sobrenatural
Editado: 10.12.2018