Llegué a casa alrededor de las cuatro de la tarde. La casa se encontraba sola ya que mamá aún no había llegado del trabajo y mis hermanos… ellos, no sabía dónde estaban.
Soy la segunda hija de tres hijos.
Liar Relish.
El hermano mayor.
«Tal vez te habrás dado cuenta o tal vez no.
Entre una u otra cosa se los diré.
Sí, nuestros nombres tienen que ver con la naturaleza. Mamá tenía una leve obsesión con ella, tanto así que le puso nombres a sus hijos relacionados con ella »
Subí a mi recámara para relajarme un rato antes de hacer la tarea, que era poco pero importante. Así que me mantuve un buen rato dentro de mi refugio, el silencio de la casa me era, hasta cierto punto, reconfortante. Había veces que me era tan horrible que sentía que podía asfixiarme.
La calma que solo era rota por el sonido proveniente de la calle se vio interrumpida por el sonido de mi celular
Era una llamada entrante de Megan.
Exhalé lo suficientemente fuerte como para que sonara a un bufido.
— Holi, Rose — contestaron al otro lado del teléfono.
— ¿Qué pasó Megan?
— Supe que estuviste hablando con Josh — comentó con rastros de celos en su voz que cubrió con curiosidad, y no era porque le hablara a él sino que él me hablara a mi.
— ¡Oh, eso!! Sí, preguntó por ti — me adelanté a responder antes de que tuviera falsas ideas en su cabeza.
—Oh, ¿De verdad? — inquirió con un nuevo tono de voz —. ¡Que lindo! Algo así me había dicho, pero te tengo que contar lo que me pasó. Cuando salimos de la escuela fuimos a dar una vuelta por el parque ya que no nos pudimos ver en el receso. Pero adivina qué sucedió
—No me gustan las adivinanzas y lo sabes. Así que suéltalo ya.
—¡Me besó! ¿Te lo puedes creer? Y ¡Uuf! Besa tan bien — gritó tan fuerte que tuve que alejar un poco el celular de mi oído, me iba a dejar sorda.
— ¡Orales! ¿Enserio? Bueno, pero te digo la verdad, ya me lo esperaba — comenté sin mucho entusiasmo porque realmente algo que se veía venir no era como que fuera Megan el tipo de chica que le gusta ir lento, y no tiene nada de malo, claro que no. Y creo que hasta ella esperaba ese beso...
— Yo igual, pero no tan pronto — confesó sin pena al mismo tiempo que soltaba una gran carcajada. ¿Ven? Lo que les dije.
— ¿Tienes algo que hacer Ross? Podemos ir al cine — propuso ella. Ya me imaginaba cuál sería el tema principal de nuestra charla.
— Tengo cosas que hacer en casa Megg, aparte estoy esperando a mis hermanos — me excusé.
—¡Aaaahh! Tus hermanos — suspiró con dramatismo, me la imaginaba con el dorso de la mano en la frente mientras se inclinaba hacia atrás como en los siglos de Orgullo y prejuicio —. Está bien. Ahí me los saludas.
— Vale, Adiós — corté la llamada.
«No quería alargar aquella conversación. No tenía ganas de estar al teléfono durante horas mientras la escuchaba hablar de él. Ya vendría el día siguiente para escucharla. Era mi amiga y como una buena amiga debía escucharla, pero hay momentos en los que solo quieres saber de ti…»
(…)
— HOLA ¡Llegué! — exclamó una voz muy familiar para mí. Volteé mirando desde el sofá la entrada de la casa.
— Ya me di cuenta — murmuré aburrida. Mi hermano dejó sus cosas tiradas aún lado de la puerta para después caminar hacia mi y dejarse caer en el sofá en el que me encontraba, aplastandome.
— ¡Edén! — chillé resintiendo su peso.
— ¿Quién dijo eso? — preguntó haciéndose el tonto.
— ¡Edén! Pesas un chingo. Quítate.
— ¿Utilizando modismos latinos, hermana? — inquirió dejando caer su peso en mi espalda y utilizando la fuerza que no sabía que tenía me erguí haciendo que se cayera por un lado del sofá con un sonido sordo.
— ¡Rosalie!
— Tú te lo buscaste. Ni chilles — espeté enojada caminando hacia mi habitación e ignorando al paso los reclamos y juramentos de una venganza provenientes de mi hermano.
Me pasé la gran parte de la tarde en mi habitación, después del amistoso encuentro con Edén (sarcasmo). No había vuelto a escuchar ruidos en la casa, posiblemente se habría quedado dormido en el sofá de la sala.
Bajé las escaleras procurando no hacer ruido y al llegar a la sala me encontré con lo que supuse, Edén estaba desparramado en el sofá boca abajo con una mano rozando el piso y la boca abierta. Hice una mueca de asco al mirarlo así, me preguntaba cómo es qué las niñas podían estar locas por él.
Definitivamente estaban ciegas.
Caminé hacia la cocina cuidando no despertarlo, tomé un vaso y abrí el grifo del agua fría hasta llenarlo, caminé hasta la sala… para después beberlo con ansias y despojarme en el sofá de alado.
Suspiré.
El agua fría me dio un alivio único.
Algo fresco para un día caluroso.
¡Ja! ¿Creían que lo despertaría con el chorro de agua fría? No, tampoco era tan mala… Además de que me daba pena despertarlo así, la noche anterior había estado a altas horas de la madrugada estudiando para un examen.
Mientras estaba recostada en el sofá opuesto al que Edén se encontraba babeando, escuché el sonido de unas llaves siendo insertadas en la cerradura seguro del sonido del click, me levanté y corrí a la cocina para sacar todo lo necesario para un sándwich. Presentía quién era el recién llegado y no deseaba escuchar la charada de los consecuencias para mí organismo de una mala alimentación o los destiempo para las comidas.
Ya tenía todo lo necesario para hacer sándwiches como la lechuga (ya desinfectada y lista para comer), el jamón, queso, mayonesa, un cuchillo para untar y la sandwichera conectada y unas cuantas cosas en mano cuando la persona recién llegada entró por el umbral de la cocina.
Mi corazoncito bombeaba con fuerza ante el agotamiento que me llevó a sacar los ingredientes y utensilios para un sándwich, además de evitar el sermón.
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Editado: 26.02.2021