Un amor de verano

3 | Mar de pensamientos

El lunes por la mañana fue un martirio total: las clases fueron extremadamente aburridas y los profesores impartieron sus clases con un desgano enorme. 

Siempre me preguntaba el cómo por qué las últimas semanas de clases eran estrictamente obligatorias en la asistencia, o sea, en primer lugar, los profesores estaban hartos de nosotros como nosotros de ellos. 

Entonces, ¿Para qué jodernos más? 

El instituto se complicaba la inexistencia.

A la hora de la cafetería me encontraba en nuestra mesa de siempre con Alice. Me había puesto al tanto del porqué de su falta el viernes, además de que le había contado los sucesos poco interesantes con el reemplazo de Justin y bla bla bla.

 

— Oye, ¿Te enteraste que en las próximas dos semanas se hará un torneo de fútbol aquí? — preguntó en unos de los cambios radicales de temas de conversación que solíamos tener. 

— No, no sabía. 

— Pues ya te dije… — calló Alice un poco pensativa. La mesa se sumió en un silencio que solo era roto por el ruido de los demás estudiantes hasta que volvió hablar —. Estaba pensado que…

— Oye y tú… ¿Te anotaras al equipo? — interrumpí recordando que a ella le gustaba ese tipo de cosas.

— De eso te quería hablar — concordó —. Según tengo entendido van a hacer diferentes equipos según el curso en el que estés. Los de primer y segundo curso tendrán sus equipos femenil y varonil y los de tercero y cuarto tendrán otros iguales. 

— O sea, que… ¿Cada curso tendrá su equipo que los represente a los niños y a las niñas? — pregunte para confirmar. 

— Algo así… y no sé si anotarme para el equipo femenil de nuestro curso… 

— Y si lo hicieras… ¿qué puesto te tocaría o tomarías? 

— Pues soy buena siendo portera y la profesora de deportes lo dijo la vez pasada que jugamos en su clase… 

— ¡Aaaaah! 

— ¿Y tú te anotaras al equipo? — preguntó de repente. 

— ¿Eh? ¡No! Claro que no. Ya sabes que no soy nada coordinada cuando hablamos de cosas que tengan balones o pelotas.

 Además de que me da miedo que me peguen en la cara.

— Es cierto, lo olvidaba — se carcajeó divertida. 

— Buenooo, me avisas si te anotas o no. Sí sí, ya sabes que estaré echándote porras desde las gradas — dije mientras me levantaba de la mesa y tomaba mis cosas —. Vámonos. Tenemos clases 

Después de que Alice caminara a la par de mí a través de los pasillos del instituto llegamos a nuestra siguiente clase.

Toda la clase de español me la pasé preguntándome si él estaría en el equipo varonil.

Pocas veces había presenciado a Evan jugar al fútbol y definitivamente me tenía encantada cada vez que hacía un truco con el balón o el mirar cómo corría a través de la cancha a la par que mantenía en su posesión el balón… 

Era… un encanto.

Mi burbuja de ensoñación se agrandó tanto que cuando fue pinchada el impacto de regreso a la tierra fue tan fuerte que me aturdió. 

— ¡Rose, te estoy hablando! 

— ¿Eh? ¿Qué pasó Megan? — suspiré enfadada… vaya manera de interrupción.

— Te estoy llamando desde hace media hora y caso que me haces… 

— ¿Y qué necesitas? — inquirí cortante.

— Tu atención. 

— Pues ya la tienes. Habla. 

— ¡Uyyy, que genio! — le lancé una mala mirada que la hizo callar cualquier queja —. Te contaba sobre mi cita del viernes con Josh. 

Josh ¡Josh! ¡JOSH! ¿Por él me sacó de mi burbuja de enamorada? ¡Arrg!  

— Ah, sí. Cuéntame — pedí ahogando mi frustración. No debía ser egoísta y debía escucharla. 

— ¡Uuff! Fue… maravillosa — suspiró teatralmente —. Primero dimos una vuelta en el parque ahí me compró un helado, — típico— luego de eso estuvimos hablando un rato y de repente ¡Boom! Me sorprendió con un delicioso beso. Nos besamos varias veces y después fuimos al cine, compramos dulces y ya en la sala la película quedó en segundo plano… 

— Ajá. Evítate de detalles. 

— Aiñ… ok. Hicimos todo menos ver la película — la miré fría y rio —. Ya. Después me dejó en mi casa y nos despedimos con…

— ¡Que te ahorres los detalles! — me quejé en un grito. 

— Ahg. ¡Qué rara eres! Cualquier amiga pediría detalles — se quejó haciendo un puchero. 

— Pues yo no. Es raro e incómodo aparte de que no me gusta escuchar cómo intercambian babas. — comenté ladeando la cabeza a ambos lados —. Equis, y ¿Dónde está lo maravilloso? 

— En los besos, pero no quieres que te cuente — rodé los ojos y me sobresalté cuando me di cuenta que el salón ya se encontraba vacío y ni siquiera Alice estaba. Me había dejado en mi burbuja sin ni siquiera darme aviso de que la clase había acabado. ¡Rayos! 

— ¿En qué momento acabó esto? — pregunté levantándome apresurada ni siquiera había sacado nada de cosas — ¿Y Alice?

— Se fue, me dijo que te dijera que tenía cosas que hacer y no tiene ni diez minutos que terminó la clase — respondió como si nada. 

— Pero si has dicho que llevabas media hora hablándome — le recordé en un quejido. 

— ¡Nah! Solo exageré aumentándole unos ¿29 minutos? — bufé y salí sin esperarla. 

Miré el gran reloj que se encontraba en el pasillo principal del instituto y según apuntaba que las clases habían acabado hace menos de quince minutos y era sorprendente que a pesar de ser lunes los pasillos estuvieran en su totalidad desiertos…

Caminé atravesando las puertas de la salida en dirección a mi casa, afortunadamente mi casa quedaba a menos de 10 minutos y podía ir y venir a pie. A lo lejos visualicé a Edén con uno de nuestros amigos: Ángel. 

Él era un chico de la edad de mi hermano, moreno y de complexión robusta y mucho más alto que yo, casi del vuelo de Edén. Me caía bien, lo había conocido por el anuario ya que él había estado yendo por un tiempo. 

— ¡Qué onda! — grité atrayendo su atención mientras me acercaba cada vez más a ellos. 

— Hola, Rose — saludó Ángel abrazándome por los hombros. 

— Pensé que ya estabas en la casa — dijo Edén. 




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