NO ES ELLA, SOY YO
Me despierto, abro los ojos y es entonces cuanto tengo las cosas claras. Blas no me quería, al menos no de la misma forma que yo. Eso me había quedado bastante claro con lo que pasó anoche. Ahora solo tengo que cambiar mis sentimientos. ¡Como si la tarea fuera sencilla! Solo tengo que olvidarle, cueste lo que me cueste, por mi bien.
Me levanto de la cama y me dirijo hasta el espejo para mirarme. La visión que me devuelve sobre mí es horrible, tengo los ojos rojos e hinchados de pasar toda la noche llorando, el pelo revuelto y enredado, en definitiva, una imagen de mí muy penosa. Por lo que decido ir al baño para darme una ducha caliente que me relaje. Al terminar me visto con un pantalón corto y con una sudadera, puesto que el día de hoy era nublado y hacia fresco. Salgo de mi habitación en cuanto vuelvo a mirarme en el espejo y veo que tengo un mejor aspecto. Entro en la cocina para desayunar y me encuentro con mi madre.
—Buenos días cariño —me saluda mi madre al verme— ¿Cómo estás? —me pregunta preocupada.
—Buenos días mamá —respondo dándola un beso en la mejilla—. Estoy mejor, gracias por preguntar —respondo a su pregunta mientras me siento en la mesa para desayunar.
—Me alegro cielo —me dice mi madre y sigue con sus tareas.
Como unas cuantas galletas y una taza de leche. Cuando termino dejo la taza en el fregadero, salgo de la cocina y cojo las llaves de casa que están encima del mueble de la entrada.
—¿A dónde vas cariño? —me pregunta mi madre antes de abrir la puerta y salir a la calle.
—Voy a casa de Lucía —respondo sinceramente—, necesito hablar con ella —explico.
—De acuerdo —me mira mi madre aun preocupada—. Si necesitas cualquier cosa me llamas ¿vale? —me pide.
—Claro no te preocupes —le digo para tranquilizarla—. Te quiero mamá. Adiós —me despido mientras abro la puerta y salgo a la calle.
Cierro la puerta de casa y me dirijo a casa de mi amiga Lucía. Mientras ando intento distraerme con cualquier cosa que pase en la calle que me permita quitarme de la cabeza a Blas.
Pero no funciona, no consigo distraerme y solo pienso en Blas. Me había prometido a mi misma que dejaría de pensar en él pero no puedo, no se me quita de la cabeza la imagen de Blas besándose con esa chica, se repetía en mi mente una y otra vez. Una lágrima traviesa cruza mi mejilla por el dolor que me causa verlo.
¡Para! Me grito a mi mente para que deje de pensar en ello. Tenía que cumplir la promesa que me hice al inicio del verano: olvidarme de los chicos. Y eso tengo que hacer.
Sigo caminando y llego hasta el parque donde siempre me reunía con Blas, ya que para ir a casa de Lucía tenía que pasar por allí; su casa se encuentra al otro lado. Comienzo a cruzarlo por el medio para atajar cuando siento que alguien viene corriendo hacia mí.
—María —me llama la persona que se ha acercado a mí.
Solo con oír una palabra de su boca sabía que era él, que era Blas. Pero no le hago caso, sigo adelante sin querer escuchar nada de lo que tenga que decirme. No me apetece escucharle.
¿Por qué el destino es tan cruel? ¿Por qué? ¿Qué he hecho yo para que me lo tenga que encontrar precisamente hoy? No habrá horas durante el día que precisamente que paso durante un par de minutos por el parque, tengo que encontrarme con él.
—Por favor espera María —me suplica Blas.
Llega hasta mi altura y me agarra de la mano para que me detenga.
—Por favor Blas, hoy no —le digo—, déjame ¿vale? —le pido mientras intento seguir andando.
—No —me dice volviéndome a retener pero ahora por la cintura—. Por favor María —me suplica—. Habla conmigo —me pide.
—Blas no —le sigo diciendo mientras aparto su mano de mi cintura—. En serio te lo estoy diciendo, hoy no es un buen día —respiro con fuerza intentando mantenerme estable y que no me note que estoy nerviosa a su lado.
—No —me sigue insistiendo—. Necesito saber qué te pasa —me dice colocándose delante de mí— ¿Por qué te fuiste llorando del bar? —me pregunta— ¿Es por mí verdad? —me sigue preguntando.
¡Espera, Espera! ¿Cómo se había podido dar cuenta de que salí del bar llorando? Lo miro sorprendida a los ojos y en ellos solo veo desesperación, dolor y preocupación por mí.
—Sí, es por ti —confieso—. Pero no me apetece hablar contigo ahora —digo algo tajante e intento alejarme de él—. Ya te contaré pero hoy no —suavizo un poco el tono al ver que le he hablado un poco mal.
Lo único que quiero es salir de allí. Si estaba un minuto más con él me pondría a llorar de nuevo y eso no es lo que quiero, menos si es delante de él.
—Lo siento María —se disculpa—, pero no te vas a ir de aquí hasta que no me digas que es lo que te he hecho —me dice—. Perdóname, por favor —sigue suplicándome—. No sé qué es lo que te he hecho pero da igual, no era mi intención hacerte daño —intenta pedirme perdón—. Por favor, por favor —me coge de las manos—. Dime qué te pasa —se acerca un poco más y me da un leve apretón en las manos.