NO HABRÁ UN MAÑANA
Era consciente de lo que conllevaban mis palabras. Estoy renunciando a Blas, dejándolo marchar, perdiendo así la relación que teníamos pero era lo que él quería. Si él cree que es lo mejor, no voy a ser yo la que le impida ser libre, más bien todo lo contrario. Si es lo que quiere, que no estemos juntos, no lo estaremos, eso lo tenía claro.
—¿Qué quieres decir? —me pregunta sin comprenderme.
—Quiere decir que eres libre para hacer lo que quieras —comienzo con mi explicación—. Yo no voy a ser quien te lo impida —lo miro directamente—. Quieres terminar conmigo, pues ya está, esto se ha terminado —finalizo seria y en tono duro.
—¿Me lo estás diciendo de verdad? —pregunta sorprendido.
—Sí —afirmo—, pero por favor —pido— ¿Puedes hacer algo por mí? —le pregunto.
—Claro —dice dudando.
—No vuelvas a decirme que me amas –intento ser fuerte y que no se quiebre mi voz—, que me quieres, que soy tu princesa —sigo diciendo—. No quiero que vuelvas a decirme nada más de eso –termino.
—Pero…—intenta hablar.
—Nada de peros Blas —lo corto—. Tú has sido quien ha querido que esta relación se termine ¿no? —hago una pregunta retórica—. Pues entonces se termina definitivamente —suelto el aire que tenía retenido.
—¿Me estas queriendo decir que te he perdido para siempre? —me pregunta alterado y con ganas de llorar, lo sé porque sus ojos lo delatan.
—Sí —respondo sinceramente—. No puedo estar con alguien que ni siquiera lucha por nuestro amor —argumento—. No sé si algún día te perdonaré por esto —agacho la cabeza—. Si algún día lo logro, lo único que podré ofrecerte será mi amistad —alzo la mirada en su dirección.
Me levanto de la playa, me sacudo la arena del pantalón y me marcho de allí. No quería verle más, solo irme a casa. Me ha hecho mucho daño y lo que menos me apetece ahora es tener que mirarle a los ojos. Esos ojos eran mi perdición, me perdería en ellos y no podría alejarme de él.
Al terminar de explicarme María lo que quería decirme con sus palabras mi mundo se para, deja de girar y mi vida deja de cobrar sentido. Creo que acabo de perderla para siempre y el vacio que tengo en mi interior es enorme, nada podrá llenarlo de vida de nuevo. No voy a perdonarme nunca por esto. Ella es la persona que más amo en este mundo, es la persona a la que le he entregado mi corazón y por eso sé que jamás me voy a enamorar de otra persona. Ella será la única.
Me levanto para sacudirme la arena y me voy a casa destrozado, pensando en ella, en todo su ser, en lo perfecta y maravillosa que es. Pero sobre todo dándome golpes a mí mismo por saber que ya no será nunca más mía, que su corazón y su amor ya no me pertenecerán, provocando que las grietas del mío cada vez sean mayores hasta romperse completamente.
Al llegar a casa me voy derecho a la habitación. Me siento en la cama y cojo una foto suya que está en mi mesita de noche, la contemplo y mis lágrimas comienzan a salir pero las reprimo una vez más.
Me tumbo en la cama después de dejar el marco de la foto en su sitio y mi mente comienza a llenarme de recuerdos, todos de ella. Mostrándome todos los momentos que hemos compartido, desde que éramos pequeños hasta el último beso que le había dado. Entonces no puedo más, toda la tensión acumulada, todo el aguante para verme fuerte ante esta situación se desploma en un segundo y comienzo a llorar como si no hubiera un mañana. Puede parecer exagerado pero a fin de cuentas es verdad, ya no habrá un mañana con ella.
Al fin comprendo que jamás volveré a estar con ella, que he perdido la mejor oportunidad de mi vida.
Llego a casa y al entrar en mi habitación me tiro en la cama. Ahora mismo lo único que quería hacer era morirme allí mismo. El dolor en mi pecho era insoportable y sobre todo el saber que no puedo hacer nada al respecto. Es frustrante y doloroso al mismo tiempo.
Mi mente comienza a llenarme de recuerdos, todos de él. Mostrándome todos los momentos que hemos compartido, desde que éramos pequeños hasta el último beso en la playa, el último, jamás habría pensado que iba a ser el último. Todo se rompe en mi interior y lloro desconsoladamente, no podía parar de hacerlo. Mis lágrimas salían casi despavoridas de mis ojos ante el dolor y el sufrimiento que tenía dentro, ocasionando que empape mi cara y también mi almohada.