QUÉ HACER
Intento controlar mi respiración aunque mi cuerpo me delata, comienzo a sudar y me tiemblan las manos, reflejo de mi nerviosismo.
—¿Blas? —digo sorprendida y como puedo porque se me entrecorta la voz.
—¿María? —me responde de igual forma.
Era él sin duda alguna. Su pelo, sus ojos, su rostro… No podía creerme la mala suerte que he tenido que justo tenía que encontrármelo.
Lo miro de arriba a abajo, ha cambiado mucho durante el año. Mi corazón se acelera por tenerlo tan cerca, está tan guapo y tan cambiado… Parece más hombre, ha dejado atrás la cara de niño. ¿Habrá madurado?
Me agacho para coger mis cosas ya que por el choque cayeron al suelo. Blas hace lo mismo pero con sus cosas y cuando nos reincorporamos quedamos a pocos centímetros. Nuestros ojos conectan, esos ojos tan perfectos que una vez me miraron con amor y que ahora… Siguen teniendo ese brillo especial pero no sé porque razón.
Me fijo en sus labios, esos que siempre ansío besar y que ahora también tengo. Los nervios me traicionan y me abalanzo sobre él y lo beso. Me siento tan bien así, con sus labios contra los míos. Solo existimos él y yo, nadie más, solo los dos.
Al separarnos por la falta de aire me doy cuenta de lo que acabo de hacer. Lo miro a los ojos y me aterra la idea sobre lo que habrá podido formarse en su cabeza. Esto no está bien, es un error.
—Yo… —intento hablar—, lo siento Blas —pido disculpas por el beso.
—¿Por qué lo sientes? —me pregunta extrañado.
—Esto no tenía que haber pasado —le digo—. Me has hecho mucho daño, mucho y lo único que hago nada más verte es besarte y… —digo rápido—. Lo siento —vuelvo a disculparme.
Y sin más salgo de allí lo más rápido posible, no quiero seguir viéndolo. Mis lágrimas vuelven a salir. Hacía tanto que no lloraba por él. No puedo volver a caer, otra vez no. Lo odio, odio que me haga sentir así, tan vulnerable.
Busco a las chicas pero no las encuentro, así que miro en la salida por si están allí. Justo, ahí están, por lo que ando deprisa hacia ella pero una mano me agarra del brazo parándome.
—María, espera por favor —me pide Blas—. No puedo esperar más, llevo un año queriendo explicarte todo —me explica—. Te quiero —me dice a los ojos.
—Blas yo… —intento decir las palabras adecuadas—. No puedo —le digo—, me has hecho mucho daño y no sé si estoy preparada para oír tus explicaciones —digo soltándome de su agarre.
—Por favor —vuelve a pedirme mientras me agarra por la cintura—, necesito explicártelo todo y te necesito aquí, cerca, no lejos —me mira a los ojos.
No puedo dejar que me haga esto, no quiero volver a sufrir.
—¿Blas? —me dice sorprendida y nerviosa a la vez.
—¿María? —respondo de la mima forma porque realmente estoy sorprendido.
No podía creérmelo, no podía ser, es ella. Llevo tanto tiempo esperando verla que no puedo creerlo. Es mi pequeña. Noto como mi pulso se acelera al sentirla tan cerca, me falta el aire y comienzo a sudar como un pollo.
Me fijo en ella, en toda ella, está absolutamente increíble y perfecta. Ha cambiado mucho, su aspecto físico, le queda genial, aunque para mí siempre ha estado hermosa.
Bajo para recoger mis cosas ya que con el choque se me han caído. Al hacerlo me doy cuenta de que María ha hecho lo mismo y al subir nuestras miradas conectan, quedándonos a centímetros el uno del otro.
Mi corazón se acelera más conforme pasan los segundos y veo como se le entrecorta la respiración. La miro a los ojos, esos ojos color chocolate que siempre me hipnotizan, esos ojos preciosos. Luego poso mi mirada sobre sus labios, eso labios carnosos y que siempre me han encantado besar. Daría lo que fuera por darla un beso, por volver a sentirnos unidos. Vuelvo a dirigir mi mirada a sus ojos y veo deseo en ellos. Es tan transparente como el agua. Y de repente todo pasa deprisa, en un momento estoy deseando poder estar con ella y al otro nos separaban unos milímetros.
Entonces se abalanza sobre mí y me besa. Siento que estoy completo de nuevo. El beso es perfecto, añoraba estos momentos con ella. La extraño tanto…
Nos separamos para poder coger aire y me quedo atontado. Me ha hecho sentirme lleno por dentro. Intento controlar mi respiración y la miro a los ojos para saber qué es lo que piensa. Y creo que no me va a gustar, veo en sus ojos que se arrepiente, provocándome un dolor en el pecho.