MIEDO
¿Por qué? ¿Por qué el mundo es tan cruel conmigo? ¿Por qué no fui yo? Tenía que haber sido yo.
Mis manos tiemblan, todo el cuerpo me tiembla.
Los médicos meten a Blas en el quirófano, intento ir tras ellos pero un enfermero me corta el paso impidiéndome que siga andando. Intento decirle como puedo que tengo que ir tras Blas, que necesito estar con él. Pero por más que insisto no me dejan. Solo quería verlo, saber que está bien, que va a sobrevivir.
Al cabo de unos minutos aparecen en la sala de espera el resto de los chicos. Al verme se acercan a mí para abrazarme de uno en uno. Me dicen algo pero no los entiendo, no entiendo nada, es como si estuviera en una burbuja paralela en la que solo me viene a la mente imágenes de Blas tirado en la carretera.
Me alejo de ellos, quiero estar sola. Me apoyo en la pared y me dejo arrastrar hasta que llego al suelo. Mis lágrimas aparecen de nuevo y me abrazo las piernas. Necesito que vuelva conmigo.
Al cabo de tres horas, el médico aparece por la sala, lo reconozco y de inmediato me levanto del suelo para casi correr hasta él. Solo espero que haya buenas noticias.
—¿Familiares de Blas Cantó? —pregunta el médico buscando entre los presentes en la sala.
—Aquí —responde David por mí porque no me salen las palabras.
—¿Cómo se encuentra doctor? —pregunta preocupado ahora Dani.
Miro a los chicos y en todas las caras se refleja tristeza y dolor. Blas tiene unos buenos amigos.
El médico tarda un poco en responder por lo que me temo lo peor. Sino ya habría dicho algo. Mi preocupación aumenta por momentos.
—Blas está fuera de peligro —dice y dejo escapar el aire retenido aunque no soy la única—, pero ha sufrido varias contusiones en el cerebro y tiene dos costillas rotas —nos explica.
—¿Pero se pondrá bien? —pregunta Carlos.
—En un principio todo debería de ir bien pero… —el médico se pone serio y mi corazón se acelera—, puede que no recuerde nada —termina de decir.
—¿Me… me estás diciendo que puede que no se acuerde de nosotros? —pregunto con la voz entrecortada.
—Sí —me responde mirándome a los ojos.
No puede ser, no puede ser. ¿Y si no me recuerda? ¿Qué voy a hacer? Tengo mucho miedo, miedo de que no recuerde quién soy.
Mis piernas tiemblan y Dani me sujeta por la cintura para que no me caiga.
—¿Podemos entrar a verlo? —pregunta Álvaro.
—Dentro de cinco minutos pasaran a buscaros para que podáis entrar a verlo —nos dice—. Por favor no lo alteréis, está muy débil y necesita descansar —nos dice.
Asentimos con la cabeza al entender sus palabras. Dani me agarra por la cintura y me guía hasta las butacas para que me siente a esperar. Una espera que se me hace eterna. Me apoyo en el hombro de Dani y lloro, intentando soltar todo lo que tengo dentro para que después, si está despierto que no me vea así, sino fuerte, fuerte por los dos.
Abro los ojos y miro a mi alrededor. ¿Dónde estoy? ¿Qué hago aquí? Me duele todo el cuerpo.
¿Qué me ha pasado? No me acuerdo mucho. Lo último que recuerdo es cruzar la carretera y cómo un coche se me echa encima. Después de eso, no recuerdo nada más.
Una enfermera aparece y nos indica que podemos entrar a ver a Blas. Me moría de ganas por verlo, saber si está bien. Quiero besarlo, sentirlo junto a mí y sobre todo ver sus preciosos ojos.
No sé cómo pero se toma la decisión de entrar por orden y en grupos. A pesar de las ganas que tenía por verlo, primero lo hacen Dani, Carlos y David. Intento relajarme y mentalizarme de que lo voy a ver mal, con rasguños, cables y vendajes.
Al cabo de unos minutos entramos Álvaro y yo. Entramos en la habitación y lo vemos despierto, mi corazón se acelera. Nos mira y su cara se ilumina, sonreía. Echaba de menos su sonrisa.
—¿Cómo te encuentras Blas? —pregunta Álvaro mientras nos hacen un hueco alrededor de su cama.