Esa noche, el sueño no comenzó como los anteriores.
No había un paisaje difuso ni una escena que se desvaneciera al mirarla.
Esta vez, todo era demasiado claro. Demasiado real.
Ella estaba frente a un pasillo largo de piedra, iluminado por faroles antiguos que parecían respirar luz. Al fondo, había una puerta alta, de madera oscura, marcada con un símbolo que nunca había visto… pero que, de algún modo, conocía.
Él estaba allí.
De espaldas al principio, como si la hubiese estado esperando durante siglos.
Cuando se giró, sus ojos azules la encontraron, y la misma ternura de siempre brilló en ellos… pero esta vez había algo más: urgencia.
—No tenemos mucho tiempo —dijo él, como si la continuidad entre sueño y realidad fuera delgadísima—. Cada vez que despiertas, olvidas un poco más. Pero tú ya has estado aquí.
Ella dio un paso hacia la puerta.
La llave que había encontrado en el mercado apareció en su mano, como si el sueño la llamara desde adentro del objeto.
—¿Qué hay detrás de esto? —preguntó, con un hilo de voz.
Él la miró con una mezcla de tristeza y esperanza.
—La vida que no terminamos —respondió.
Y entonces, antes de tocar la cerradura, algo se quebró por dentro.
Un recuerdo.
Una imagen.
Una vida anterior.
Una plaza antigua.
Ella con un vestido distinto, un nombre diferente.
Él tomándola de la mano frente a esa misma puerta, muchos años —o siglos— antes.
Una promesa interrumpida.
La sensación de perderlo entre la multitud.
Un adiós que nunca se dijo.
El recuerdo se fragmentó como un espejo al caer, y las piezas quedaron suspendidas en el aire.
—¿Por qué regresamos? —preguntó ella, temblando.
—Porque nunca terminamos nuestra historia—contestó él—. No es la primera vez que te busco… y tampoco será la última si no abrimos esa puerta.
Al colocar la llave de dio cuenta de algo sorprendente encajó en la cerradura a la perfección.
Un sonido metálico, profundo, resonó como un latido antiguo.
Ella giró la llave.
La puerta empezó a abrirse.
Una luz blanca la envolvió.
Y justo antes de cruzar…
Despertó.
Pero esta vez no estaba confundida.
Esta vez recordaba.
No el sueño, sino algo real:
La frase que él le había dicho, suave, como si fuera un secreto compartido:
“Volviste.”