Al despertar, su corazón seguía latiendo como si la luz detrás de la puerta estuviera todavía ahí, esperando. Ya no era solo un sueño. Había una dirección dentro de ella, un llamado silencioso. Y por primera vez, sintió que debía buscarlo en el mundo real.
Comenzó a investigar pequeñas ciudades antiguas, monasterios abandonados, castillos restaurados. Pasó varios días mirando fotografías de lugares históricos hasta que, un día, se detuvo en una imagen.
Un antiguo palacio europeo.
Jardines largos. Faroles antiguos.
Y al fondo, la misma puerta.
Su respiración se cortó. No sabía cómo, pero lo sabía era el lugar de sus sueños fue como un deyabu.
Decidió viajar haci que hizo los planes necesarios al no tener familia no tuvo que dejar a alguien atrás solamente arregló en su trabajo.
Tomo un vuelo y cuando subió por las escaleras miro hacia atrás porque se sentía observada y vi al mismo hombre de la tienda de antigüedades, al cerrar los ojos para mirar bien no lo volvió a ver dejando un extraño sentimiento.
Al llegar el primer lugar que visito fue el palacio no siquiera el cansancio logro detenerla.
El palacio era ahora un museo. Piedra vieja, aire frío, olor a historia. Mientras caminaba por sus pasillos, sintió que sus pasos no eran nuevos… sino un recuerdo. Como si ya hubiera caminado por allí, con otro nombre y otro destino.
Una mujer que trabajaba allí se acercó.
—¿Busca algo en particular? —preguntó con amabilidad.
Ella dudó antes de responder.
—Creo que… estoy buscando algo del pasado.
La mujer la observó con curiosidad y luego señaló un pasillo más apartado.
—Los archivos de la familia antigua del palacio están allí. El linaje de los Lancaster… incluida la historia del último duque.
Ese nombre se encendió dentro de ella como una campana:
El Duque de Lancaster.
No sabía cómo, pero su alma lo reconoció.
En una sala de documentos amarillentos por el tiempo, una pintura llamó su atención. Un hombre con uniforme antiguo, mirada seria, postura noble. Y ojos azules.
Los mismos ojos.
Debajo del cuadro, una placa decía:
Alexander Lancaster, Duque y heredero final de la casa.
Fallecido joven, antes de contraer matrimonio oficial.
Se rumoraba que su corazón perteneció a alguien que la historia no registró.
Un escalofrío recorrió su piel. “Alguien que la historia no registró”… como si lo hubieran arrancado del recuerdo. Como si no hubieran querido que quedara escrito.
En ese instante, un murmullo rozó su oído. No era aire… era voz.
—Me recuerdas.
Giró de golpe. No había nadie ahí. Pero el aire olía a la madera del sueño, a la luz detrás de la puerta.
Y entonces lo vio: no en carne y hueso, pero sí más real que cualquier sueño.
Él estaba al otro lado de la sala, como si hubiera cruzado desde otra vida. Con la ropa antigua, con la postura noble… con los mismos ojos. Ella sintió que el mundo se detenía.
—¿También recuerdas? —susurró ella, con la voz quebrada.
Alexander asintió, con una tristeza dulce.
—Te busqué en cada vida. Pero algo siempre nos separa. Un deber, un destino, una puerta que no pudimos cruzar juntos.
Ella dio un paso hacia él. Él también.
Pero justo cuando sus manos casi se tocaban, el aire entre ellos vibró, como si un muro invisible los apartara.
—Aún no podemos —dijo él, con ese dolor antiguo en la voz—. Pero esta vez, no estás sola. Yo también recuerdo. Yo también volví.
Los ojos de él brillaron.
La misma ternura.
El mismo amor imposible.
—Abramos la puerta juntos —dijo ella.
Y esta vez, él sonrió.
Una sonrisa que parecía una promesa rota… a punto de repararse.