Un Amor en el Tiempo

2. Un Pasado Invisible

Valeria despertó antes de que el sol se asomara por el horizonte. Algo en su interior la inquietaba, un susurro persistente en la bruma de sus pensamientos. Se sentó en la cama con la respiración agitada, tratando de descifrar el sueño que acababa de tener. No recordaba los detalles, pero la sensación de pérdida era abrumadora. Su piel erizada le decía que no era un sueño cualquiera.

Sin pensarlo demasiado, se levantó y caminó hasta la ventana. La ciudad aún dormía, envuelta en la tenue luz azulada del amanecer. Desde lo más profundo de su ser, sintió una certeza: debía volver al parque. Allí encontraría respuestas.

Mientras tanto, en otro rincón de la ciudad, Mateo también se despertó de golpe. Su pecho subía y bajaba con rapidez, como si hubiera corrido kilómetros en sus sueños. Algo lo estaba llamando. Su primer instinto fue mirar el cuaderno que había guardado en el cajón de su escritorio.

Con manos temblorosas, lo abrió.

Ahí estaban las palabras que había escrito la tarde anterior con Valeria, pero había algo más. Algo nuevo. Una frase que él no recordaba haber escrito:

“El tiempo nos recuerda, aunque nosotros lo olvidemos.”

Mateo se quedó inmóvil. ¿Cómo era posible?

Las primeras luces del día ya iluminaban el parque cuando Valeria llegó. Caminó con pasos indecisos, sintiendo que su corazón latía más fuerte con cada metro que avanzaba. Miró a su alrededor, buscando algo sin saber exactamente qué.

Entonces lo vio.

Mateo estaba sentado en el mismo banco bajo el viejo roble, el cuaderno abierto sobre sus rodillas. Sus ojos oscuros parecían buscar respuestas en la tinta de las páginas. Al verla, su expresión cambió.

—Viniste —dijo en voz baja, como si ya lo supiera.

Valeria se sentó a su lado, sin decir nada por un momento. La brisa agitó su cabello, y por un instante, sintió que el mundo se ralentizaba a su alrededor.

—No podía quedarme en casa —respondió al fin—. Siento que algo está pasando… algo que no entiendo.

Mateo pasó la yema de sus dedos sobre la frase que había aparecido en el cuaderno. Luego, sin apartar la mirada del papel, se lo tendió.

—Anoche, cuando llegué a casa, esto estaba escrito. No lo recuerdo. No sé cómo apareció ahí.

Valeria frunció el ceño y tomó el cuaderno con delicadeza. Sus ojos recorrieron la frase, y en cuanto la leyó, un escalofrío le recorrió la columna vertebral.

—¿Te dice algo? —preguntó Mateo.

Ella negó con la cabeza, pero su expresión la delataba. La frase le resultaba inquietantemente familiar, como si ya la hubiera escuchado antes… o como si alguien se la hubiera susurrado en un sueño.

—¿Por qué siento que esto no es la primera vez que sucede? —preguntó en voz baja.

Mateo cerró los ojos un instante.

—Yo también lo siento.

El silencio que se instaló entre ellos no era incómodo. Era el silencio de quienes han comprendido que algo más grande los envuelve.

Entonces, una ráfaga de viento fuerte sacudió las hojas del árbol, y una de ellas cayó sobre el cuaderno. Valeria la tomó entre sus dedos y notó algo extraño.

Era vieja. Demasiado vieja. Su textura era áspera, como si hubiera estado guardada por años.

Pero lo más perturbador fue que tenía algo escrito en su superficie.

Líneas de tinta negra, apenas legibles por el paso del tiempo.

Mateo y Valeria intercambiaron una mirada cargada de electricidad.

—No puede ser… —susurró él.

Valeria tragó saliva.

—Alguien… o algo… nos está dejando un mensaje.

El viento volvió a soplar, y de repente, todo el parque pareció susurrarles un secreto olvidado.

El tiempo estaba jugando con ellos.

Y este solo era el principio.




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