El viento rugió con una fuerza inusual, arrancando hojas de los árboles y revolviendo el cabello de Valeria y Mateo. Pero ellos no se movieron. No podían.
El mensaje en el cuaderno latía en sus mentes como un eco persistente:
"Uno de ustedes recuerda. El otro, olvida."
Mateo levantó la vista y encontró la mirada de Valeria. Había algo en sus ojos que lo inquietó. No era miedo. Era… duda.
—¿Y si soy yo quien olvida? —susurró Valeria.
Mateo apretó los labios. Esa posibilidad lo golpeó con fuerza. ¿Y si ella ya había pasado por esto? ¿Y si cada palabra, cada momento, era algo que él debía recordar, pero simplemente… desaparecía de su mente una y otra vez?
—No —negó Mateo, más para convencerse a sí mismo que a ella—. No puede ser.
—¿Por qué no? —Valeria lo miró con una mezcla de tristeza y desesperación—. ¿Y si cada vez que llegamos hasta aquí, algo me hace olvidar? ¿Y si tú eres el único que recuerda?
Mateo sintió un escalofrío.
—Pero si fuera así… entonces yo debería saber qué hacer. —Pasó la mano por su rostro, frustrado—. Y no lo sé.
—Tal vez solo recuerdas fragmentos —dijo ella en voz baja—. Lo suficiente para llevarnos hasta este punto, pero no lo suficiente para entenderlo.
El aire se volvió denso, cargado de electricidad. Un trueno retumbó en la distancia, aunque el cielo seguía despejado.
Algo estaba por suceder.
—No importa —dijo Mateo al fin, con una firmeza que sorprendió a ambos—. Vamos a descubrirlo. Juntos.
Valeria asintió. Y por primera vez desde que empezó todo esto, se sintió menos sola.
El reloj marca la hora
Caminaron en silencio, con la hoja vieja entre las manos de Mateo. Sus pasos los guiaron sin que se lo propusieran hacia la torre del reloj, la más antigua de la ciudad. Desde niños, ambos la habían visto como un vestigio del pasado, un recordatorio de tiempos que ya nadie recordaba.
Pero ahora, esa torre parecía… esperándolos.
Cuando llegaron a la plaza, un escalofrío recorrió a Valeria.
—Mateo…
Él también lo sintió.
El lugar estaba vacío. Demasiado vacío.
Ni un alma. Ni un ruido. Solo el sonido del viento colándose entre los edificios.
Mateo miró su reloj.
6:04 a. m.
—Falta un minuto.
Valeria apretó los puños.
—¿Y si nos vamos?
—No podemos. Algo pasa a las 6:05.
—¿Y si no queremos saberlo?
Mateo la miró, y vio el miedo en sus ojos. No era miedo a lo desconocido. Era miedo a recordar.
—Sea lo que sea, Valeria… lo enfrentaremos juntos.
Ella tragó saliva, pero asintió.
6:05 a. m.
Y entonces, el sonido del reloj resonó en el aire.
Un campanazo.
—¡Mateo! —Valeria agarró su brazo con fuerza.
Todo a su alrededor se desvaneció.
La plaza, los edificios, la luz del sol… Todo.
La otra realidad
El primer sentido que volvió fue el oído.
Voces. Susurros.
Luego, la vista.
Valeria y Mateo estaban en el mismo lugar… pero ya no era el mismo.
La torre del reloj estaba allí, pero no era una ruina antigua. Estaba completa, como si el tiempo hubiera retrocedido.
La plaza estaba llena de gente, vestida con ropas de otra época.
Mateo sintió que el aire se le escapaba de los pulmones.
—¿Dónde… estamos?
Valeria giró sobre sí misma, con los ojos muy abiertos.
—No es dónde, Mateo… Es cuándo.
Mateo sintió que el estómago se le hundía. Miró su reloj.
Seguía marcando 6:05 a. m.
Pero la fecha…
3 de noviembre de 1902.
La hoja en su mano tembló. Miró a Valeria.
—¿Y si esto es lo que siempre olvidamos?
Valeria sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
Mateo tenía razón. ¿Cuántas veces habían estado allí antes? ¿Cuántas veces habían despertado en ese mismo instante, en ese mismo lugar, sin recordar nada?
Los murmullos a su alrededor comenzaron a desvanecerse.
El tiempo jugaba con ellos.
Pero esta vez… no iban a olvidar.
Un nombre olvidado
Valeria sintió un golpe en la mente. Una palabra. Un nombre.
Se volvió hacia Mateo con los ojos desorbitados.
—¡Nos llamamos diferente aquí!
Mateo frunció el ceño.
—¿Qué?
Pero antes de que pudiera responder, una voz a sus espaldas los hizo congelarse.
—¿Señorita Elena? ¿Señor Gabriel?
El tiempo pareció detenerse.
Valeria tragó saliva.
—¿Quién… quién nos llamó así?
Se giraron.
Y allí, parado frente a ellos, había un hombre vestido con un traje oscuro, con una expresión de sorpresa y reconocimiento.
Mateo sintió que la cabeza le daba vueltas.
No lo conocían.
Pero él sí los conocía a ellos.
—Dios santo —susurró el hombre, acercándose con cautela—. ¡Ustedes… ustedes han vuelto!
Valeria sintió que el mundo giraba.
—¿Cómo dice?
El hombre miró a su alrededor y luego bajó la voz, con urgencia.
—No hay tiempo. Deben recordar antes de que el reloj suene otra vez.
Mateo sintió que el corazón se le detenía.
—¿Qué pasa si no lo hacemos?
El hombre lo miró con una expresión sombría.
—Entonces, olvidarán.
Otra vez.
El viento sopló con fuerza.
El reloj empezó a marcar los segundos.
Y el tiempo… se preparaba para volver a jugar con ellos.