Un Amor en el Tiempo

5. Segundos antes del olvido

El hombre de traje oscuro los miraba con una mezcla de urgencia y desesperación. Sus ojos reflejaban algo que Valeria y Mateo no podían comprender del todo, pero que les erizó la piel.

—No hay tiempo —repitió en voz baja—. El reloj volverá a sonar y, si no recuerdan… todo comenzará de nuevo.

Valeria intercambió una mirada con Mateo. Todo en su interior le decía que corriera, que escapara de ese extraño que afirmaba conocerlos. Pero algo más fuerte, algo enterrado en lo más profundo de su ser, la obligó a quedarse.

—¿Qué significa que hemos vuelto? —preguntó Mateo con la voz tensa.

El hombre observó a su alrededor, como asegurándose de que nadie más los escuchara, y se inclinó un poco hacia ellos.

—Siempre es lo mismo. Cada cierto tiempo, ustedes aparecen aquí. Siempre el mismo día. Siempre la misma hora. Y cada vez… olvidan.

Mateo sintió un escalofrío.

—¿Desde cuándo?

El hombre apretó los labios.

—Desde hace más de un siglo.

Un vacío se abrió en el pecho de Valeria. ¿Cómo podía ser eso posible?

—No tiene sentido… —susurró.

—No tiene que tenerlo —respondió el hombre—. Solo tienen que recordar antes de que el reloj vuelva a sonar.

El reloj.

Mateo miró la torre. Las manecillas avanzaban lentamente hacia el próximo campanazo.

6:06 a. m.

Un minuto. Un solo minuto antes de que, según ese hombre, todo desapareciera de su memoria.

—Díganos quién es usted —exigió Mateo—. ¿Cómo nos conoce?

El hombre pareció dudar. Luego suspiró.

—Mi nombre es Samuel. Y la última vez que nos vimos… prometieron que esta vez recordarían.

Fragmentos de otra vida

El mundo pareció tambalearse a su alrededor. Valeria sintió que la cabeza le dolía, como si algo dentro de ella quisiera salir a la fuerza. Una sensación de vértigo la invadió.

Y entonces, llegaron los fragmentos.

Unos labios susurrando un nombre al oído.

Un pasillo iluminado por la luz de un candil.

El sonido del reloj marcando las horas.

Mateo.

Pero no era Mateo.

Era Gabriel.

Valeria abrió los ojos de golpe y miró a Mateo, aterrorizada.

—Tienes que recordar —dijo Samuel, presionando—. Ustedes dos hicieron algo. Algo que los atrapó en este ciclo.

El reloj marcó 6:06 y 30 segundos.

Mateo sintió un golpe de dolor en la sien. Algo estaba allí, al borde de su mente, esperando ser recordado.

—Teníamos un plan… —murmuró sin darse cuenta.

Samuel asintió con fuerza.

—Sí. Un plan para romper el ciclo. Pero nunca llegan a recordarlo del todo antes de que el reloj suene.

Valeria sintió que la garganta se le cerraba.

—Si olvidamos… todo vuelve a empezar.

—Exactamente —dijo Samuel con gravedad—. Y esta vez… puede que sea la última.

El sonido que lo borra todo

6:07 a. m.

El reloj comenzó su segundo campanazo.

Mateo sintió un hormigueo en la piel. Su mente se nublaba, como si un velo estuviera descendiendo sobre él.

Valeria se tambaleó.

Samuel los sujetó con fuerza.

—¡No lo dejen ir! ¡Aférrense a los recuerdos!

Valeria cerró los ojos con fuerza.

La mano de alguien en la suya.

Un pacto susurrado en la oscuridad.

Un reloj detenido en el tiempo.

Samuel habló con urgencia.

—Díganlo en voz alta. Díganse sus nombres verdaderos.

Valeria abrió la boca, pero dudó.

¿Era real? ¿De verdad había sido alguien más?

Mateo sintió su propio nombre desvaneciéndose de su mente. No. No. No.

Se aferró a lo único que le quedaba.

—¡Elena! —gritó, mirando a Valeria.

Ella lo miró, con lágrimas en los ojos.

—¡Gabriel!

El tercer campanazo retumbó en el aire.

Y todo se desmoronó.

Cuando el tiempo se rompe

No hubo un apagón, ni un cambio súbito de escenario.

Pero algo dentro de ellos… se quebró.

Los recuerdos dejaron de ser fragmentos.

Y entonces, lo supieron.

Supieron quiénes eran. Supieron lo que habían hecho.

Supieron por qué estaban atrapados.

El ciclo se había repetido por más de un siglo porque así lo habían querido.

Porque la única manera de volver a verse era así.

Porque, hacía mucho tiempo, ellos mismos habían sellado su destino.

Mateo—o Gabriel—soltó una exhalación temblorosa.

—Lo recuerdo.

Valeria—Elena—se llevó una mano al pecho.

—Dios mío… ¿Qué hicimos?

Samuel los miró con una tristeza infinita.

—La pregunta no es qué hicieron —dijo en voz baja—. La pregunta es… ¿están listos para cambiarlo?

El reloj marcó 6:08 a. m.

Por primera vez en más de cien años…

No hubo otro campanazo.

El tiempo se había detenido.




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