Elena no soltó su mano.
No sabía cuánto tiempo estuvieron así, con los dedos entrelazados, como si sostenerse significara algo más que un simple contacto. Como si fuera un ancla a algo que no lograban recordar.
Gabriel no apartó la mirada de ella, y en ese instante, Elena supo que si hablaba, rompería el hechizo que los envolvía.
Así que no dijo nada.
No todavía.
El viento agitó su cabello, y Gabriel soltó una suave risa.
—Es curioso.
Elena inclinó la cabeza.
—¿Qué cosa?
—Nos acabamos de conocer y siento que ya te había visto antes. Pero no de la manera típica, no como cuando crees haber cruzado a alguien en la calle. Es como…
Se detuvo, buscando las palabras.
—Como si hubieras sido parte de mi vida y no lo supiera.
Elena sintió un escalofrío, pero no de miedo. Era una sensación distinta, más profunda.
Porque sentía lo mismo.
Se mordió el labio y apartó la mirada.
—Tal vez en otra vida.
Gabriel sonrió de lado.
—¿Crees en eso?
—No.
—Entonces, ¿qué explicación le das a esto?
Elena lo miró de nuevo, sin saber qué responder.
Porque no tenía explicación.
Porque no quería una.
Porque, por alguna razón, tenía la sensación de que la verdad era algo que aún no estaba lista para descubrir.
—No lo sé —susurró finalmente.
Gabriel pareció aceptar esa respuesta.
—Está bien. No tenemos que entenderlo ahora.
Elena asintió.
—Entonces, ¿qué hacemos?
Gabriel se puso de pie y le tendió la mano.
—Lo que dijimos antes. Conocernos de nuevo.
Ella tomó su mano sin dudar y se levantó.
—Está bien. Pero con una condición.
—¿Cuál?
Elena entrecerró los ojos con una sonrisa.
—Sin preguntas profundas por ahora. Solo… cosas simples. Como si de verdad fuera la primera vez que nos vemos.
Gabriel rio suavemente.
—Me parece justo.
Comenzaron a caminar otra vez, esta vez sin prisa, disfrutando de la compañía mutua.
—Está bien, empiezo yo —dijo Gabriel—. ¿Día o noche?
—Noche.
—¿Frío o calor?
—Frío.
—¿Mar o montaña?
—Montaña.
Gabriel sonrió.
—Definitivamente eres más de abrigos y café que de sol y arena.
Elena se rió.
—¿Tanto se nota?
—Solo un poco.
Elena lo miró con curiosidad.
—¿Y tú?
—Noche, frío y… diría mar, pero creo que prefiero la montaña si estás tú.
Elena sintió que algo en su pecho se comprimía.
No podía ser posible que un simple comentario la hiciera sentir así.
No podía ser posible que alguien que acababa de conocer la hiciera sentir como si siempre hubiera estado ahí.
Pero estaba pasando.
Y en ese momento, supo que estaba perdida.
Perdida en la forma en que la miraba.
Perdida en la sensación de que su historia con él no estaba comenzando, sino que solo estaba volviendo a empezar.
Pero esta vez, sin recuerdos.
Sin promesas rotas.
Solo con el presente.
Porque, por ahora, eso era todo lo que tenían.
Y a Elena le bastaba.
Por ahora.