Un Amor en el Tiempo

14. La grieta

lena soltó la mano de Gabriel.

No porque quisiera.

No porque el momento lo pidiera.

Fue como si algo invisible hubiera tirado de ella, arrancándola de esa calma en la que se había sumergido sin darse cuenta.

El aire cambió de temperatura. Un segundo antes era fresco y ligero; al siguiente, se volvió denso, casi difícil de respirar.

Gabriel frunció el ceño.

—¿Lo sientes? —preguntó.

Elena asintió, aunque no sabía exactamente qué era eso que sentía. Su piel se erizó, su pulso se aceleró. Pero no por miedo. Por anticipación.

Algo iba a pasar.

Y entonces pasó.

El lago, que un momento antes reflejaba la luna como un espejo perfecto, comenzó a vibrar. No como cuando el viento sopla sobre la superficie, sino como si el agua estuviera… temblando desde dentro. Como si algo debajo estuviera intentando romper la superficie.

—Gabriel… —susurró Elena, aferrándose a su brazo.

Pero Gabriel no la miraba.

Estaba observando el lago, con los labios apretados y la mandíbula tensa.

Como si ya hubiera estado allí antes.

Como si lo hubiera vivido.

Un destello cegador cruzó la superficie. No fue un rayo, ni un reflejo. Fue como si una grieta se abriera en el propio aire.

Elena dio un paso atrás. Gabriel la sostuvo de la muñeca sin apartar la vista del lago.

—No te muevas —dijo con una calma que no encajaba con el pánico que le atravesaba los ojos.

La grieta se abrió más.

Y lo que Elena vio dentro no era agua.

Era… otra cosa.

Un lugar imposible.

Un edificio en ruinas bajo un cielo rojo.

Hombres que corrían, escapando de algo que no se veía.

Una mujer de espaldas, de pie, inmóvil, mientras todo ardía a su alrededor.

Elena se llevó una mano a la boca.

Esa mujer…

Era ella.

O alguien idéntica a ella.

La grieta desapareció de golpe, como si nunca hubiera estado allí. El lago volvió a estar en calma. Las luces de la ciudad seguían encendidas. El mundo volvió a girar como si nada.

Pero Elena sabía que algo había cambiado.

Gabriel la miró, como esperando una reacción.

—¿Qué fue eso? —preguntó ella con voz temblorosa.

Gabriel tragó saliva.

—Una fisura.

—¿En qué?

—En el tiempo —respondió sin rodeos—. Y en nuestra historia.

Elena negó con la cabeza, retrocediendo un paso.

—No entiendo.

Gabriel suspiró. Sus ojos mostraban un cansancio antiguo, como si llevara siglos esperando este momento.

—Nos estamos rompiendo, Elena.

—¿Qué?

—Tú y yo —dijo—. Lo hemos hecho antes. Nos encontramos. Nos enamoramos. Y el tiempo… el tiempo no lo soporta.

—¿Qué estás diciendo?

Gabriel dio un paso hacia ella.

—Que esta no es la primera vez que vivimos esto. Y tampoco la última. Pero cada vez que pasa… algo se rompe un poco más.

Elena se llevó las manos a la cabeza. Su respiración se volvió errática.

—No puede ser…

—No lo recuerdas porque no debes recordar. Porque recordar… lo destruye todo.

La mente de Elena se llenó de imágenes fugaces.

Lugares desconocidos.

Voces llamándola por otro nombre.

Gabriel sangrando en un suelo de piedra.

Su propia mano, temblando, sosteniendo un cuchillo.

—¿Qué somos? —susurró.

Gabriel sonrió con tristeza.

—Una promesa que no sabe cumplirse.

Elena temblaba.

Pero antes de que pudiera decir algo más, el aire volvió a romperse. Esta vez, no era una grieta. Era una puerta.

Una figura emergió de ella.

Y la llamó por su verdadero nombre.

Uno que ella no recordaba haber tenido nunca.

—Alenna —dijo la voz.

Y entonces, la tierra desapareció bajo sus pies.




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