Un Amor en el Tiempo

15. La verdad de Alenna

El suelo desapareció bajo sus pies. Por un instante, todo se volvió oscuridad absoluta, un vacío insondable que amenazaba con tragarse a Elena y a Gabriel. El eco de la voz que pronunciaba “Alenna” retumbaba en su mente, mezclándose con latidos frenéticos y un silencio aterrador.

Cuando la oscuridad cedió, se encontraron en un pasillo largo y antiguo, iluminado por luces parpadeantes que parecían colgar de un techo de piedra desgastada. El aire olía a humedad y a secretos olvidados, y el ambiente se cargaba de una tensión casi palpable.

Gabriel fue el primero en hablar, su voz temblorosa pero decidida:
—Elena… o debería decir, Alenna, ¿dónde estamos?

El nombre, tan extraño y a la vez tan íntimo, parecía haber sido una llave que desbloqueaba algo profundo en ella. Elena miró a su alrededor, confundida y asustada. Se sentía dividida entre la mujer que creía ser y aquella que el destino, o el tiempo, le reclamaba.

—No lo sé —respondió ella en un susurro, apoyando una mano en la fría pared de piedra—. Todo… todo ha cambiado. ¿Qué significa esto? ¿Quién eres tú realmente?

Gabriel se apartó un poco para mirarla a los ojos, y en ellos brillaba un dolor antiguo, como si cada palabra cargara el peso de mil vidas.
—Soy Gabriel, pero también… soy parte de ti. Somos dos mitades de una promesa que se repite en el tiempo.

Elena sintió que su mente se desmoronaba. Imágenes comenzaron a invadirla: destellos de recuerdos imposibles, de un pasado que parecía tan real como el presente. Vio a una mujer con su rostro, una versión de sí misma, caminando en un campo en flor, besada por la luz dorada del ocaso. Sintió el eco de una risa compartida y lágrimas de despedida.

—Alenna —repitió en voz baja, como si pronunciar ese nombre pudiera darle sentido a lo que estaba viviendo—.
—Sí, Alenna —confirmó Gabriel, acercándose con suavidad—. Ese es tu verdadero nombre. Has vivido muchas vidas, y en cada una, te has enfrentado a la misma elección: amar y olvidar, o recordar y sufrir.

Elena se aferró a la idea como si fuera un salvavidas.
—¿Y qué pasa ahora? ¿Por qué… por qué te apareces en este momento?
Gabriel bajó la mirada, y por un instante, una lágrima rodó por su mejilla.
—Porque el ciclo se está rompiendo. Cada vez que se repite, algo falla, y el tiempo se fractura. Hemos llegado a un punto en que no podemos seguir viviendo en la penumbra de lo olvidado. Quiero que recordemos, que aceptemos nuestro amor sin temores.

El corazón de Elena latía con fuerza, un torbellino de emociones: amor, miedo, esperanza y dolor.
—Pero, ¿a qué precio? —preguntó ella, con la voz entrecortada—. Siempre he tenido miedo de recordar, porque sabía que cada recuerdo traería consigo una herida.
Gabriel la tomó de las manos con firmeza, y en ese contacto, Elena sintió como si una corriente de energía recorriera su cuerpo.
—Alenna, cada cicatriz es testigo de nuestra existencia. No podemos huir del pasado, pero sí podemos abrazarlo y transformarlo en fuerza. Si aprendemos a amar sin miedo, quizás podamos romper este ciclo.
La voz de Gabriel era un bálsamo y, a la vez, un reto. El pasillo parecía susurrar historias de amores imposibles y destinos sellados, y el tiempo, en esa fracción suspendida, vibraba al compás de sus palabras.

Un murmullo lejano se hizo presente, como si alguien, o algo, se aproximara. Elena y Gabriel se miraron con urgencia.
—No estamos solos —dijo Gabriel—. Hay fuerzas que se oponen a que recordemos la verdad.
Las sombras en las esquinas del pasillo comenzaron a moverse. No eran figuras definidas, pero sí presencias inquietantes que se deslizaban entre la penumbra.
—¿Quiénes son? —preguntó Elena, con el temor mezclado con determinación.
—Los olvidados, los que se resisten a vivir fuera del ciclo —respondió Gabriel—. Quieren que sigamos repitiendo el dolor, para que el tiempo nunca se rompa por completo.
La tensión se volvió casi insoportable. Elena sintió que sus manos sudaban, que el mundo giraba en un frenesí de luz y sombra. La revelación de su verdadero nombre, la conexión inexplicable con Gabriel, y la aparición de esas presencias la impulsaban a una decisión ineludible.

Gabriel se acercó aún más, susurrando al oído:
—Alenna, es el momento de elegir. Podemos seguir huyendo y dejar que la oscuridad se adueñe de nosotros, o podemos enfrentarla y, con amor, forjar un nuevo camino en el tiempo.
El eco de su voz resonó en la mente de Elena, haciéndola estremecer.
—No sé si estoy lista —dijo ella, casi en un suspiro, pero con convicción—.
—Nunca lo estarás, pero juntos, podemos aprender a sanar nuestras heridas. Mira, este amor es la clave. No se trata solo de nosotros, sino de todas las vidas que hemos vivido y que podemos cambiar.
En ese instante, las sombras se hicieron más intensas, y una figura se destacó entre ellas. Una figura femenina, etérea, con ojos que brillaban con una luz propia, se acercó lentamente.
—Alenna —pronunció la figura con una voz que parecía provenir de lo más profundo del tiempo—.
Elena se sintió invadida por un torrente de emociones, como si todo su ser estuviera a punto de desbordarse. Esa voz, tan maternal y poderosa, le ofrecía la oportunidad de comprender.
—¿Quién eres? —preguntó ella, con la voz quebrada.
La figura se inclinó ligeramente, y en su rostro se dibujó la sabiduría de los siglos.
—Soy la guardiana de lo que fue y de lo que será. Estoy aquí para mostrarte que cada latido, cada amor y cada olvido te han traído hasta este instante. Tu destino no es un ciclo de dolor, sino la oportunidad de renacer.
El pasillo vibró con la intensidad de aquellas palabras, y Elena sintió que algo en su interior se abría, como una flor al alba. Gabriel la sostuvo, y en ese contacto, las sombras comenzaron a disiparse.
Pero el precio era alto.
La grieta en el tiempo, el recuerdo de vidas pasadas y las presencias olvidadas se fundían en un clímax de emociones. La guardiana continuó:
—Debes decidir, Alenna. Si eliges abrazar tu verdad, romperás el ciclo y transformarás el dolor en amor. Pero si dudas, el tiempo volverá a cerrarse, y el olvido reclamará lo que aún te pertenece.
El silencio se volvió abrumador. Cada latido de Elena era un tambor de guerra, cada respiración una promesa de cambio. La luz a su alrededor comenzó a intensificarse, como si el universo mismo estuviera a punto de resucitar.
Gabriel, con lágrimas en los ojos, susurró:
—Te amo, Alenna. Y juntos, podemos enfrentar cualquier sombra.
Elena cerró los ojos, y en ese instante, sintió la convergencia de todos sus recuerdos, todas las vidas, y la inquebrantable certeza de que el amor, el verdadero amor, podía ser la llave para abrir la puerta a un nuevo destino.
El silencio se hizo eterno, mientras la guardiana extendía la mano hacia ella.
—Elige, Alenna —repitió, con la fuerza de un millar de voces ancestrales.
Elena abrió los ojos y, en ellos, vio reflejada la esperanza, el dolor, la luz y la oscuridad de un pasado ineludible.
—Elijo recordar, y amar. —dijo con voz firme, aunque su interior se estremecía con el peso de esa decisión.
La energía que brotó en ese instante fue indescriptible. La luz se derramó a su alrededor, bañando el pasillo en una calidez casi celestial. Las sombras se retiraron, y por un breve momento, el tiempo pareció suspenderse, como si el universo estuviera conteniendo el aliento en anticipación.
Gabriel la abrazó con fuerza, y en ese abrazo, Elena sintió que todas las piezas se unían. Las cicatrices, los recuerdos olvidados, y la promesa de un amor eterno, se fusionaban en un solo latido.
La guardiana asintió, y su figura se desvaneció lentamente, dejando en el aire la promesa de un nuevo comienzo.
El pasillo se transformó. Las paredes de piedra cedieron a una luz dorada y cálida, y el eco del tiempo se llenó de melodías que hablaban de renacimiento y redención.
—Esto es solo el inicio —murmuró Gabriel, mientras la luz se intensificaba—. Ahora debemos caminar juntos hacia la verdad, hacia un futuro que nos pertenece.
Elena, con el corazón palpitando con fuerza y los ojos llenos de lágrimas, asintió. Sabía que el camino no sería fácil, que el ciclo del tiempo aún tendría desafíos, pero en ese instante, sintió que, finalmente, había encontrado su lugar.
Y mientras el nuevo amanecer comenzaba a asomar en el horizonte, Elena supo que, a partir de ese momento, cada latido contaría una historia, cada suspiro sería una promesa, y el amor—el verdadero amor—sería su fuerza para transformar el destino.




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