Un Amor en el Tiempo

19. El Espejo de los Mil Destinos

La oscuridad en la que habían caído no era absoluta; era como un vasto lienzo en el que danzaban destellos de recuerdos olvidados. Gabriel y Alenna avanzaban con cautela, sus manos aún entrelazadas, mientras cada paso resonaba en un eco sordo. La atmósfera era densa, cargada de una energía inusual, y el silencio parecía guardar secretos de eras pasadas.

De repente, ante ellos se abrió un corredor de luz tenue. No era la luz cálida del prado, sino un resplandor frío y azul que delineaba un camino serpenteante. Sin mediar palabra, se adentraron en él, sintiendo que cada paso los acercaba a algo ineludible. A lo lejos, se percibían susurros, fragmentos de voces que parecían provenir de un pasado lejano y de un futuro incierto.

Mientras avanzaban, la pared del corredor se transformó en imágenes vibrantes. Alenna vio destellos de su propia vida: momentos felices, lágrimas derramadas, errores que marcaban su existencia. Gabriel, a su lado, percibió recuerdos que no sabía que tenía; fragmentos de vidas en los que su imagen se fusionaba con la de ella. La revelación era abrumadora y, a la vez, desconcertante. Cada imagen parecía contar una historia que desafiaba la lógica, una vida que se entrelazaba con otra en un eterno ciclo.

De pronto, el corredor se bifurcó en dos caminos. Uno parecía un pasadizo de cristal, iluminado por una luz intensa, mientras el otro estaba sumido en sombras, con una neblina que parecía devorar la claridad. Gabriel miró a Alenna, buscando una señal en sus ojos. Ella, con el rostro marcado por la resolución y el miedo, asintió lentamente.

—Debemos elegir —dijo Gabriel, con voz firme—. La verdad nos espera al final de uno de estos caminos.

Alenna respiró profundamente y, sin apartar la mirada de Gabriel, tomó la mano que la había sostenido en todo ese viaje. Con un leve temblor, decidió adentrarse por el camino de cristal. Apenas pusieron un pie en él, la atmósfera cambió de inmediato: el aire vibraba con energía, y el resplandor se volvió casi cegador. Entre la luminosidad, aparecieron figuras que parecían de otro tiempo: rostros familiares y desconocidos, convergiendo en un mosaico de emociones.

En medio de este torbellino de luz, una voz resonó con fuerza, muy distinta a las anteriores. Era una voz autoritaria y compasiva a la vez, que parecía provenir de lo más profundo del universo.

—Bienvenidos al Umbral de la Verdad —dijo la voz—. Aquí se unen todos los fragmentos de lo que han sido y lo que pueden llegar a ser.

Gabriel y Alenna se detuvieron. Las figuras se disolvieron en destellos, y ante ellos apareció un gran espejo. En él, no solo se reflejaban, sino que se proyectaban todas sus versiones, sus amores, sus pérdidas. Al mirar fijamente su reflejo, Alenna sintió que cada cicatriz, cada herida del pasado, se iluminaba con una verdad dolorosa y liberadora a la vez.

—¿Qué es este lugar? —preguntó Gabriel, con la voz quebrada por la emoción.

El espejo comenzó a vibrar, y de él emergieron palabras escritas en un idioma antiguo, que parecían forjarse en el aire. Alenna las entendió instintivamente:

“El conocimiento es la llave; el amor, la fuerza. Rompe el ciclo y abraza tu destino.”

La frase inundó el espacio, y en ese instante, el espejo se partió, revelando un vórtice de luz y sombras, donde se entremezclaban todos los tiempos. De entre el vórtice surgió una figura imponente, vestida con ropajes que parecían hechos de estrellas y polvo cósmico. La figura levantó la mano, y su mirada atravesó a Gabriel y a Alenna, como si pudiera ver cada rincón de su alma.

—Soy el Custodio de los Recuerdos —anunció la figura con una voz que retumbó como un trueno—. He aguardado siglos para que lleguen aquí. Ustedes han sido elegidos para transformar el dolor en esperanza, para sanar las fracturas del tiempo. Pero el precio de la verdad es alto.

El corazón de Alenna latía con fuerza, y por un momento, sintió que las palabras del Custodio la desgarraban y la llenaban al mismo tiempo. Gabriel apretó su mano, transmitiéndole la fuerza que ambos necesitaban.

—¿Cuál es el precio? —preguntó Gabriel, sin apartar la mirada del Custodio.

La figura alzó la mano y, con un gesto solemne, dijo:

—Deberán sacrificar aquello que más aman. Solo así, el ciclo se romperá definitivamente. Elige sabiamente, porque lo que se pierde no podrá ser recuperado jamás.

El silencio cayó sobre el corredor. La revelación se sintió como un puñal en el alma. Alenna miró a Gabriel, y en sus ojos se reflejaban la incertidumbre y el amor inquebrantable. Sabían que lo que estaba en juego era más que su propia existencia; era el destino de todas sus vidas y de las innumerables versiones que los habían precedido.

La figura desapareció tan repentinamente como había aparecido, dejando tras de sí la enigmática frase flotando en el aire. El vórtice se cerró lentamente, pero la sensación de que el tiempo se estaba transformando persistía.

—Debemos decidir —dijo Alenna con voz firme, aunque temblorosa—. No podemos seguir en la incertidumbre.

Gabriel asintió. Con el peso del destino sobre sus hombros, se miraron en silencio, sabiendo que cada latido contaba una historia, cada respiro era una promesa, y que la elección que estaban a punto de hacer definiría no solo su futuro, sino el de todos los que habían quedado atrapados en el ciclo.

Con el rostro iluminado por la aurora roja que ahora teñía el cielo, Alenna extendió la mano hacia Gabriel.

—Juntos, descubriremos el precio de la verdad —susurró—. Y juntos, lo pagaremos.

La luz del camino de cristal se intensificó, y mientras avanzaban hacia lo desconocido, cada paso resonaba con la fuerza de un destino que ya no podían evitar. La verdad estaba a punto de revelarse, y el umbral se abría para siempre, marcando el inicio de un final que cambiaría el universo.




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